Los que nos dedicamos al periodismo vivimos con la tristeza de saber que una vez que publicas una historia empieza a desaparecer. Poco importa el ... tiempo que le has dedicado, las horas de entrevistas, el pateo en la calle, las vueltas a la cabeza buscando el enfoque idóneo... Nada. En cuanto el titular está impreso, pluf, se desvanece.
Algunas historias están presentes más tiempo que otras, claro, pero al final, sean como sean, acaban enterradas en la hemeroteca, por si alguna vez pueden valer como documentación para otra historia.
Hasta hace poco, el cine y la televisión perduraban. Primero veías una película en la sala o un capítulo en la televisión, a la hora que te dijeran. Luego podías ir a la tienda y hacerte con una copia en DVD o Blu-ray para que brillara en tu estantería por siempre jamás. Me temo que ya no es así. Vamos, ni de cerca.
Hace ya tiempo que perdí la cuenta de las series y películas que se estrenaron en alguna plataforma 'online' y dije «ostras, esta quiero verla», pero luego no la vi, no encontré el momento y, de repente, un día, la había olvidado por completo. Entonces, una noche en el sillón, meses después, te pones a dar vueltas por el menú y te topas con aquella serie o película que dejaste sin ver y te dices «bah... no me voy a poner a ver esto ahora, que hay muchas cosas nuevas». Y así es como el agujero negro crece sin parar. Qué pena, ¿verdad? Netflix, Amazon, Disney, HBO, Film, Atresmedia, TVE, Mediaset... Tanto talento al servicio de un golpe de suerte: que alguien pulse 'ver'.
Tenemos en nuestro poder más películas y series que nunca, pese a que las estanterías estén vacías. Y en ese poder tan absoluto y virtual, tan ingente y atractivo, las historias nacen con la tristeza de saber que, una vez que se estrenan, ya empiezan a desaparecer.
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