La tristeza del exilio desde los ojos de una niña
Cubana de origen y vizcaína de adopción, María José Pradera narra en 'La escultural Mary' el drama de los pequeños «sacados» de su tierra
Seriedad y tristeza, aguante y resistencia. Eso es lo que ve María José Pradera en las caras de los niños y niñas que se van ... para el exilio, esos que migran obligados por las circunstancias de un rincón a otro en muchos rincones del mundo. También se ve a sí misma. Ve a aquella niña de cinco años a la que pusieron en un avión en La Habana y recogieron en Miami unos parientes. «Me acuerdo perfectamente de cómo iba vestida y todo», dice ahora, después de casi sesenta años. Son los que se han cumplido de la Revolución cubana -el 1 de enero de 1959 fue cuando entró Fidel Castro en la capital y se proclamó el nuevo régimen-. Pero no fue hasta un par de años después cuando, ante el cambio económico y social ya efectivo y el rumor de que los revolucionarios iban a mandar a los hijos de las clases altas a la URSS a aprender a ser ciudadanos nuevos, que la madre de Pradera la metió en el avión. En teoría, para un viaje a visitar a la familia. No volvió más.
Ella no habla de salir al exilio, sino de haber sido sacada; lo repite mucho en su libro 'La escultural Mary' (ALT Autores), en el que las 'marys esculturales' son aquellas mujeres adultas que como su madre tuvieron que reconstruir sus vidas fuera de la isla (a menudo sin los privilegios de sus existencias anteriores). «Los niños no deciden. Otros deciden por ellos. Los desarraigan. Si para los adultos es el cambio radical de vida y perder todo lo que creían que había sido suyo, quedarse sin país, sin casa, a veces sin idioma, imagina para una niña», recuerda tantos años después y sin haber vuelto jamás a pisar su tierra natal. «No quiero ser turista en mi país».
Dice que ella perdió la inocencia a los cinco años. Muestra una foto de antes y otra de después del viaje; en solo año y medio, explica, la cara es otra. «Seria, triste». Eso es el exilio, remarca. Y es lo que cuenta en el libro, que es una mezcla de memoria - «la mía, es la única en la que puedo ser experta»-, ficción, lecturas e Historia de su país. «No es una crítica a la revolución. Yo no puedo dar lecciones».
«Nunca he vuelto a Cuba, no quiero ser turista en mi país», asegura la autora
«Perdí colores»
Su exilio fue, además, doble. Primero a Miami, «que se parecía mucho a La Habana». En dos años, al País Vasco, que era mucho más lejos y además suponía realizar casi un viaje en el tiempo. «De una sociedad informal a una sobria, tradicional y cerrada». Y muy gris, bajo una dictadura. «Perdí colores y encontré otros, el gris es uno de mis favoritos», dice Pradera, que llegó a Bizkaia para encontrarse con su padre, pelotari profesional de cesta punta que había vivido 20 años en Cuba y abandonó la isla antes que la hija y la madre. «Era de Markina. Con él iba yo a la playa y al frontón en Cuba, teníamos una vida muy cómoda, muy agradable», recuerda.
Lo que vivió después es «una vida normal», afirma, pero es el exilio el que la define. Su madre se quedó en Miami. Los acentos y las palabras fueron ya otros. Como los colores, las comidas, las músicas. Llegó a ir a los conciertos de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés cuando era una jovencita, a riesgo del enfado de la familia, claro. «Pero quién no discute con sus padres a esa edad». Para su madre los barbudos fueron siempre perversos, para las siguientes generaciones del exilio (y no solo) han acabado en «algo más que héroes: en iconos pop».
- ¿Qué es el exilio para usted?
- El desarraigo, la pérdida, la idea de no pertenecer. Durante más de treinta años mi marido fue esa idea, y la viudez es para mí el exilio del matrimonio.
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