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Madurez. Will McBride en una foto de sus últimos años. efe
Un visionario de la intimidad
Artes plásticas

Un visionario de la intimidad

Un libro sobre el fotógrafo Will McBride destaca cómo anticipó la apertura hedonista de la RFA

IBON ZUBIAUR

Viernes, 20 de septiembre 2019

Hasta quienes no conocen su nombre conocen su obra. Su instantánea de Kennedy con Brandt y Adenauer frente a la Puerta de Brandemburgo es histórica e irrepetible. El retrato de su mujer embarazada desató escándalo en 1960; hoy lo imita hasta la última de las famosas, igual que su serie de desnudos contorsionados en cajas de cartón. Fue el fotógrafo de la generación hippie en Alemania y reveló al mundo su cara desenvuelta, que seguía bullendo tras los lastres del pasado autoritario y el tradicionalismo mostrenco del milagro económico. Ulf Erdmann Ziegler le dedica el libro 'La invención del Oeste. Una historia alemana con Will McBride' ('Die Erfindung des Westens. Eine deutsche Geschichte mit Will McBride', Suhrkamp, Berlín, 2019): es un ensayo bastante rapsódico, pero lleno de análisis certeros, y brinda ocasión para evocar a uno de los fotógrafos más influyentes y entrañables del siglo XX.

La tesis de Ziegler es contundente y queda enunciada desde el principio: «McBride anticipó la apertura hedonista de la RFA y la invirtió afirmativamente a lo humano.» Su legendario libro de educación sexual '¡A ver!' (1974, edición española de 1979) habría sido «un conmutador del código social, una de las pocas señales culturales singulares de una modernidad ya irreversible», comparable en su relevancia a la genuflexión de Willy Brandt en Varsovia (1970) o a la 'Bomba de miel' de Joseph Beuys en la Documenta de Kassel (1977). McBride fue un «vanguardista de los sentimientos», «un visionario».

Will McBride nació en 1931 en Saint Louis, Missouri, aunque creció en Michigan. Estudió Bellas Artes y fue discípulo del ilustrador Norman Rockwell, con quien compartiría la fijación por los muchachos. Entre 1953 y 1955 realizó su servicio militar en Würzburg, Alemania (tuvo suerte: acababa de terminar la guerra de Corea, en la que murieron varios de sus compañeros de instituto). Licenciado como teniente, y tras viajar en bicicleta por Italia, decide no regresar a los EE UU. La luz alemana le había fascinado desde su llegada: «Me cautivaron de inmediato esos tonos grises que nunca había visto en mi tierra natal de exagerados resplandores».

Se instalará en Berlín, donde estudia Literatura y vuelve a pintar, pero vive también una temporada en la colonia de artistas de Worpswede. Se casa allí con Barbara, hija de una galerista que le facilita el contacto con la revista ilustrada 'Quick'. Siempre se moverá en ambientes bohemios, que empieza a plasmar con su Leica. Sus series de 1959, sobre la cuadrilla que hace jazz entre las ruinas o se esparce en el Wannsee, son un soplo de aire fresco en la atmósfera restaurativa de la Guerra Fría.

Berlín. La célebre foto de McBride con Kennedy, Brandt y Adenauer ante la puerta de Brandemburgo.

Estados de ánimo

Fotógrafo autodidacta, McBride destacará por su capacidad para encarnar estados de ánimo, tal como años después resumiría la etiqueta 'Lifestyle'. En palabras de Ziegler, «quizá podría decirse que este género anticipa un estilo de vida más que reproducirlo». McBride, en efecto, no documentaba: presentaba modos de convivencia más alegres y a la vez más deferentes. No tardó en convertirse en uno de los reporteros más solicitados. Su fama arrancó con un escándalo: el que suscitó la fotografía de su mujer embarazada, sujetándose el vientre de perfil. Su gesto ambiguo y sus vaqueros desabrochados impugnaban la solemnidad ñoña de la maternidad.

Conmueve casi la finura con que Ulf Erdmann Ziegler analiza el acento religioso de McBride, que impulsó como pocos la liberación sexual de los 60. «Will McBride no era casto ni desinhibido ni calculador ni cínico; él era claramente distinto a otros fotógrafos que supieron aprovechar el momento. Tenía una visión, en lo social de un horizonte con tonos religiosos.» Sus reportajes siempre estaban sazonados de erotismo y ensanchó los límites de lo mostrable, pero con una delicadeza aceptable a públicos muy amplios. «Observando el cuerpo, convirtió el tabú puritano en una misión religiosa de honrar y ensalzar el cuerpo. No es casualidad que una editorial cristiana recurriera a él para ilustrar el 'Cantar de los cantares'.» Seguramente el secreto esté en que sus modelos no son objetos sino participantes en un diálogo; por eso puede decir Ziegler que sus fotografías son «una forma de estar ahí, un acto comunitario».

Esa capacidad de empatía permite a McBride brillar en géneros menos propicios a la intimidad. Suyos son los mejores retratos de Konrad Adenauer y Willy Brandt, a los que acompañó durante años (hasta la aparición de '¡A ver!', el único libro de McBride era justamente el dedicado al octogenario canciller renano). Cubrió también la construcción del Muro de Berlín y trabajó para las mejores revistas de la época. Desde 1961 regentó un estudio de 200 m2 en la Maximilanstrasse de Múnich, justo enfrente de la Ópera. Allí seguía usando su Leica y los trucos del reportero: en palabras de Ziegler, «tenía una relación intutitiva y casi infalible con lo escénico, pero no entendía mucho de técnica»; «era a la vez diletante y genio». Su abordaje emotivo de la imagen se adaptabaa lo publicitario y a las crónicas de actualidad, pero el McBride inolvidable es el que explotaba sus motivos más propios, por lo general en blanco y negro.

Su fama arrancó con una foto muy imitada: la de su mujer embarazada

En 1968 se estrena en Múnich 'Hair', el musical hippie contra la guerra de Vietnam y el racismo que exalta la libertad sexual. En el elenco destacan una jovencísima Donna Summer y un aún más jovencísimo David Heinemann; McBride intimará con ambos y será el primero en explotar la belleza afro de la cantante. La escena del desnudo colectivo indujo a las autoridades muniquesas a imponer una edad mínima de 16 años para los asistentes al musical y a prohibir que siguiera actuando David, que tenía 15 y además cantaba la canción 'Sodomy' (a los funcionarios les preocupaba mucho que pudiera inducirlo a la homosexualidad, pese al empeño del chico por tranquilizarlos). Quizá como desquite, McBride le dedicará dos reportajes y uno de sus desnudos más íntimos, frontales y considerados.

Los actores de 'Hair' protagonizan también una serie reproducida en todos los libros sobre el 68 e imitada después en múltiples formatos: es la que a modo de 'tableau vivant' muestra a sus personajes encapsulados en cajas de cartón (en la fotografía más famosa son hasta 16, repartidos en 11 cajas). Ziegler interpreta la serie como metáfora de la condición humana y «narrativa de la liberación», ya que introduce el movimiento y el diálogo intergrupal en la fotografía de desnudo. El propio autor le atribuye diversos sentidos, desde evocar el caos de aquellos años comuneros a la necesidad de preservar espacios de intimidad, como apunta en su libro autobiográfico 'I, Will McBride': «Desde entonces he aprendido lo delgado que es el muro en torno a cada cual. Si no respetas la libertad corporal de otra persona puedes generarle inseguridad, e incluso darle miedo y ponerla furiosa.»

La vida de McBride acumulaba un nivel de tensión difícilmente sostenible. En 1969 se había marchado Barbara con sus tres hijos, harta de soportar sus continuos viajes y su estajanovista ritmo de trabajo (compensado a menudo con el alcohol). En 1973 quiebra su estudio muniqués, cuya gestión económica siempre había delegado en gerentes. Huye a Fráncfort y a Hamburgo, recurre a las drogas, viaja por toda Europa en una furgoneta habilitada como estudio y se refugia en la casa rural que había comprado años atrás en la Toscana, rehabilitada ahora con su nuevo compañero Roland Pfeffinger. Sus finanzas debió de estabilizarlas a partir de 1974 '¡A ver!', el libro de educación sexual para niños más famoso y polémico de la historia de Alemania. Aunque de forma muy convencional liga la sexualidad a la reproducción y a la natalidad, su plasmación visual superaba todo lo visto hasta el momento.

'Hair'. Los intérpretes del musical en su versión alemana posaron así para la cámara de McBride. A la derecha: Su esposa. El retrato de perfil de su mujer embarazada, tantas veces imitado, lo lanzó a la fama.

El cuerpo

Ziegler ofrece una descripción técnica muy precisa de la interacción entre el texto y las fotos de gran formato de McBride. «El tratamiento visual del cuerpo es a la vez crudo y tierno», con su blanco y negro muy granulado sobre fondo blanco; de forma sorprendente, se presenta el aprendizaje sexual como un drama edípico, pero se lo resuelve sin encono. Las obsesiones de McBride son sublimadas con fines pedagógicos: se aspira a preservar el misterio de la sexualidad purificándola, privándola de amenaza. Según Ziegler, «McBride no era ciertamente un whitmaniano, pero comparte con este la raíz puritana, el transferir la religión inculcada a una mitología de lo humano.» '¡A ver!' encarna esa mitología en la mirada de los niños, curiosa, inocente, y redentora.

Hasta 1983 McBride no vuelve a ejercer como fotógrafo. Ese año reabre un estudio en Fráncfort y retoma la pintura y la escultura, que le ocuparán hasta su muerte en 2015. Sigue habiendo mucho de búsqueda en ello. «McBride había pasado su infancia como puritano. Pasó el resto de su vida descubriéndose a sí mismo, superando la represión –y afianzando como artista el terreno entre liberal y libertario en el que se movía.» «Quería ser otra cosa que lo que era, y sin embargo insistía en encontrarse. El modo de búsqueda está inscrito en el visor de sus imágenes. Por eso resultan tan vivas.» En palabras del editor de otro de sus libros, Peter Weiermair, la obra de McBride es «una declaración de amor que –como corresponde al género– exalta algo que en absoluto existe en la realidad. La ilusión de McBride sigue marcada por la sensualidad, la armonía y la paz. Idealiza un estado de juventud perpetua en el que todo está abierto y nada fijado. Es lo que evocan sus fotos».

'¡A ver!'. Imágenes del libro, en su edición en español.

El profeta hippie y el juez nazi

Will McBride se quedó prendado de David Heinemann, el adolescente que hacía el papel de Woof en 'Hair'. Le dedicó una entrevista en 'tween' en que lo proclamaba nada menos que profeta del hippismo y lo ensalzaría como «Jesucristo de 1968». Cuando las autoridades prohibieron que David siguiera actuando en 'Hair', McBride intercedió por él sin éxito; su correspondencia con la Oficina de Juventud de Múnich la reproduce en 'I, Will McBride' y resulta muy jugosa, como cuando el funcionario le agradece en un tono exquisito su interés por un muchacho «cuya evolución a todas luces no ha discurrido de modo normal». El padre de David era redactor jefe de una revista de jazz y la madre, hija del resistente socialdemócrata Julius Leber, ejecutado por los nazis: un entorno familiar poco menos que sospechoso en la Alemania de la época.

En 1974, la RFA se avino a homenajear a los ajusticiados por el golpe fallido contra Hitler del 20 de julio de 1944, vilipendiados durante años como «traidores a la patria». En el acto celebrado en Berlín habló entre otros el presidente del Bundesrat y ministro presidente de Baden-Württemberg, Hans Filbinger. Un joven melenudo interrumpió su discurso y le negó cualquier autoridad para honrar a resistentes, ya que Filbinger había sido juez de la Marina durante la guerra y miembro del NSDAP hasta el final. Ese joven era David Heinemann.

En este punto, al menos, fue un profeta. En 1978 pudo acreditarse por los archivos que Hans Filbinger había solicitado e impuesto penas de muerte perfectamente evitables contra desertores. Tuvo que dimitir, después de negarlo todo en un principio y declarar que «lo que entonces era de acuerdo a derecho, no puede ser injusto ahora». No terminó ahí la polémica: al morir Filbinger en 2007, el hoy comisario europeo Günter Oettinger (su hijo político, como Wolfgang Schäuble) sostuvo que lejos de ser un nazi, había sido un opositor al régimen. Hubo de retractarse ante el escándalo.

Quizá el funcionario muniqués acertaba al ver un riesgo en la trayectoria del joven David. Quizá la desinhibición con que cantaba en un musical antibélico y posó desnudo para un fotógrafo efebófilo fuera la misma que le llevó a escrachar a un político indigno, colega y cómplice de quienes colgaron a su abuelo de un gancho de carnicero.

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