Los de siempre, los extraños y la niña Tizná
Sobresalto. ·
La visita de una misión pedagógica a un pueblo granadino en 1933 desvela conflictos sin resolver que se entrecruzanJuan Manuel Díaz de Guereñu
Sábado, 15 de noviembre 2025, 00:00
Enrique Bonet (Málaga, 1966) y Joaquín López Cruces (Granada, 1957) son autores de historietas de largo oficio, cada uno por su lado, al modo intermitente ... y trabajoso a que obliga la famélica industria del cómic en nuestro país. Se han afanado en fanzines y prensa, con historietas e ilustraciones, siempre a la que salta para desarrollar sus respectivas obras, aunque han disfrutado repetidamente el reconocimiento y los premios. Cada uno podría muy bien representar los trabajos y los días del historietista español durante la segunda mitad del siglo XX.
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'El otro mundo' (Astiberri) los reúne en una autoría compartida y asigna a cada uno su papel. Bonet asume el de guionista y López Cruces se hace cargo del dibujo. Esta distribución de las tareas, que no era forzada, pues ambos son veteranos en las dos, resulta afortunada. La obra ofrece una trama bien armada a la que el dibujo presta vigor y credibilidad.
Aunque el título puede suscitar expectativas desencaminadas, anuncia con nitidez el meollo de la historia. 'El otro mundo' representa el sobresalto que a los habitantes de Veneros, una población de la Alpujarra granadina, les causa la visita de una expedición de las Misiones Pedagógicas durante tres días del verano de 1933. El marco geográfico preciso (aun si Veneros es ficticio) y la fecha concreta aportan al relato el sello de 'histórico' y contribuyen a su verosimilitud.
El de las Misiones Pedagógicas es sin duda uno de los empeños culturales más generosos y admirables de la República española. Arraigado en el ideario reformista de la Institución Libre de Enseñanza, se proponía trasladar las grandes realizaciones artísticas y culturales del país a poblaciones pequeñas, en las que nunca hubo posibilidad de disfrutarlas. La tarea la realizaban voluntarios que contribuían al progreso de la nación acarreando libros y descubriendo el cine a los lugareños.
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Esa índole benéfica de las actividades que se propone narrar la obra acarrea la tentación del panegírico, de glorificar los ideales y el trabajo de los «misioneros», que los vencedores de la Guerra Civil suprimieron. Los autores salvan esa amenaza al crédito y la eficacia del relato complicando a sus personajes -pueblerinos y visitantes por igual- en una densa red de relaciones previas, nuevos encuentros y embrollos que constituye el armazón real de la obra.
Hasta un fantasma
Enrique Bonet ha concebido la historia más como ocasión de encuentros que como acontecimiento. Sucede que la visita a Veneros de la misión pedagógica coincide con el rebrote de varios conflictos, que causan o protagonizan el cacique y el alcalde, el maestro y la niña paria, los descontentos agazapados, el cura y hasta un fantasma. Son historias de índole diversa, que los visitantes avivan durante tres días y que trenzan un denso protagonismo colectivo.
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Para que el relato las entrelace y acaben en una especie de falsa resolución, en la que casi nada culmina, Enrique Bonet lo ha construido con aparente sencillez. Pero no es sencilla una historia con numerosos protagonistas, que transita de un hilo narrativo a otro sin que la guíe la voz de un narrador, que avanza sólo mediante las acciones y las palabras de los personajes.
Sostiene dicho mecanismo narrativo el dibujo escueto y claro de Joaquín López Cruces, que despliega páginas de estructura funcional, en las que son habituales las tres tiras de viñetas, pero que sabe removerlas quedamente cuando es preciso. El fondo de página negro envuelve las viñetas en las escenas nocturnas. Y siempre aparenta contar del modo más directo.
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El dibujo da solidez a los personajes y al escenario en que se mueven con una notable economía de rasgos y un color alejado de estridencias, eficaz y atractivo. El lector reconoce a cada individuo gracias al diseño acertado que define su aspecto, antes de distinguir su palabra. Incluso puede identificar a los pocos personajes reales que participan en la ficción como participaron en las misiones, caso de Antonio Sánchez Barbudo o Val del Omar.
El dibujante atribuye además a cada miembro del amplio elenco naturalidad en el gesto y en la postura. Empeñados en sus propósitos o retenidos por sus temores, los personajes se mueven en cada viñeta como son, construyendo por sí mismos la historia que habitan. Incluso el personaje más salvaje, la Tizná, la niña paria a la que todos en el pueblo maltratan y temen, alborota el relato sólo mientras se escabulle, y anuda otras historias en cuanto tiene a qué apegarse y vuelve a ser niña.
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Dibujo tan aplomado permite que el relato teja líneas narrativas y sucesos simultáneos sin confusión. En 'El otro mundo', los personajes, vecinos de Neveros o miembros de la misión, se topan con realidades que no imaginaban. La ilustración de cubierta es un retrato colectivo de lugareños que descubren en una proyección la imagen en movimiento. No todos muestran diversión o asombro; hay también un pasmo que podría desencadenar miedos y violencias. Como sucedió al poco. Los personajes y sus mundos chocan sin dejar de ver enfrente al otro irreductible.
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