El poeta que inventó islas sin mapa
El mar como esperanza. ·
Publicó muchos poemas, recogidos en una antología bilingüe publicada por la EHUCuando en 1999 publicamos en la Universidad del País Vasco la poesía completa de Ignacio Aldecoa, en el volumen bilingüe 'Islas sin mapa' (Uharte galduak), ... hubo quien se preguntó a qué Aldecoa pertenecían dichos poemas. No se conocía por entonces que Ignacio Aldecoa, el novelista, el autor de cuentos y relatos realistas que marcaron época, era en principio un poeta. Que en 1949 había publicado un poemario, 'Libro de las algas', donde de algún modo se conformaba y confirmaba todo su mundo imaginario. Y ya antes, en 1947, otro libro de poemas, 'Toda la vida'. El joven vitoriano, que había soñado tantas veces en sus incursiones por todos los mares, incentivado por la narrativa de Conrad, de Melville, pero, antes, por las novelas del mar de su paisano Pío Baroja, quiso poner en verso su mirada, su idea, su sueño de los mares, pero desde la Llanada de Álava.
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A esa formación del imaginario de Ignacio contribuyó sin duda su tío, el pintor Adrián de Aldecoa, hombre viajado y muy sensible. El escritor murió en 1969, cuando todavía quería seguir soñando. Había tenido una hija con Josefina, quien heredó su apellido. Una úlcera le situó en el relato de los desfavorecidos, que se morían en una hemorragia, en un susto, por hambre o maldición de la vida.
El libro lo presentamos en Vitoria con la presencia de Josefina Aldecoa, mujer, escritora y maestra, Mario Camus, cineasta y amigo de Ignacio, Henrike Knörr y los traductores de su poesía al euskera, Pello Zabaleta y Felipe Juaristi. El acto tuvo lugar en la Casa de Cultura que lleva el nombre del escritor. La estatua levantada en su honor en el parque de La Florida, obra del escultor Aurelio Rivas, representa a un joven Aldecoa con la mirada perdida en sus horizontes de ensueño. 'Islas sin mapa' incluye un prólogo de José Manuel Caballero Bonald, quien también expresa su escaso conocimiento de la poesía de quien fue su amigo y colega temporal. No es extraño.
En aquel momento, los escritores jóvenes apostaron por el realismo narrativo para contar su vida y las vidas, fingidas, reales o soñadas, del mundo en que vivían. Aldecoa retrató a los pobres, los vagabundos, los boxeadores sin horizonte, los guardias civiles que se morían de sed. Pero, siendo tan realista el lenguaje, todas sus novelas y cuentos están impregnados de poesía.
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Había rozado la poesía en sus días de estudio en Salamanca, pero muy especialmente, en sus contactos con Carlos Edmundo de Ory, quien lo acompañó en días y noches de imaginación, alcohol y proyectos que nunca llegaron a realizarse. Mario Camus, que convivió en sus mejores horas con Aldecoa, solía repetir que Ignacio era una mente que dibujaba la realidad y los sueños cinematográficamente, y que hubiera sido el mejor guionista de la España de postguerra, pues nadie como él conocía el submundo de los toreros, boxeadores, prostitutas, mendigos sin horizonte, seminaristas sin vocación, ladrones por oficio y otros oficios del hampa.
También conocía muy bien la literatura clásica y era un lector fervoroso de Quevedo, sobre quien tenía el proyecto de escribir un ensayo. No llegó a hacerlo, pero en sus cuentos recoge el mundo del pícaro, del soñador de la nada, del vagabundo, como en su día lo hicieran los escritores del mester. En 'Cuadernos del Godo' Aldecoa da cuenta de su periplo por las Canarias, donde experimentó por primera vez lo que él llamaba el respirar del batracio. Era un escritor con branquias. Al fallarle las branquias, dejó de respirar.
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Como han señalado Óscar Domínguez y Elena María Barcellós, la poesía de Aldecoa «emana de una escritura despojada de ornamentos, esencialmente aséptica», lo que «dota de una trascendencia inmanentista a su obra, al tiempo que la distancia del tremendismo de Pascual Duarte», de Cela, paradigma de la narrativa hispana de los cincuenta. Acaso en ningún otro pasaje como cuando afirma Aldecoa, en su relato 'Por el mar de un piloto de altura' (1954): «El mar es la esperanza de los hombres, esperanza truncada por las miserias, los climas, los tratos... Baroja nos ha dado un mar engrandecido, dignificado, ya que la aventura imaginada en muchos novelistas del mar siempre será inferior a la vívida aventura de los personajes de las novelas barojianas. En Zarauz, y aún mejor, en Lequeitio, de vez en vez se oye contar en una sidrería la vida de un muchacho que se fue a Filipinas por los años de la guerra europea y que ahora vive rico y respetado -como en los buenos cuentos- en una casa de juego de Shanghai».
Huellas (Ignacio Aldecoa, 'Libro de las algas', edición del autor, Madrid, 1949)
Tenue la luz en la espera del alba
erraba la noche, litúrgica y vaga,
por la angustia verde de las algas.
Un anillo de diablos volando
y un pegajoso balbuceo de ídolos
y el pez encallado en la orilla,
como un pecho pequeño del mar,
aromatizando tu marcha nocturna.
¡Ah! el alba rodando y rodando
con un mundo cerrado de pasos,
por la fruta amarilla del alba
con tu mundo cerrado de pasos.
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