Un pintor hacia el absoluto
Lanzamiento ·
Alberto Durero, el artista que llevó consigo el Renacimiento a través de los Alpes, revive en un libro a su medidaBEGOÑA GÓMEZ MORAL
Sábado, 7 de septiembre 2019, 00:18
La Academia de Bellas Artes de Viena destaca por tres cosas. La primera es su colección de arte renacentista; la segunda son sus alumnos ilustres ... como Egon Schiele, Otto Wagner o Harun Farocki y la tercera es haber rechazado dos veces a Adolf Hitler por «falta de aptitud para la pintura». Esos son los datos que suelen destacar en la presentación del centro educativo. Lo que casi nunca se desvela a los visitantes es que la venerable institución también guarda en lo más recóndito de sus anaqueles un mechón de pelo castaño en una caja de plata y cristal. Como un tesoro conserva un rizo de apenas quince centímetros que perteneció a una de las melenas más célebres de la Historia del Arte. Una melena que, en el imaginario europeo, está a la altura del 'Nacimiento de Venus', la 'Gioconda' o 'Las Meninas'. Una cabellera larga, rizada, espectacular y célebre gracias a los autorretratos de su dueño, Alberto Durero.
El relicario llegó a Viena a través de varias vicisitudes después de fallecer su discípulo más destacado, Hans Baldung 'Grien', que lo había conservado durante casi dos décadas junto a sí para tener presente al maestro. Sin necesidad de un recuerdo tan personal o de viajar a El Prado, el Metropolitan, el Louvre o la Galería Uffizi, ahora es posible disfrutar la obra de Durero en condiciones de excepción. El caudal creativo del genio de Núremberg se recoge en una edición numerada ante notario que reproduce prácticamente todo su quehacer. El tomo en sí constituye un monumento de 500 páginas encuadernadas a mano con técnicas tradicionales. Alcanza los cuarenta y cinco centímetros de alto y supera los ocho kilos y medio de peso. Culmina de forma brillante una labor de diez años desarrollada por la editorial CM, que ya había brindado la posibilidad de adentrarse en la fascinación por Durero con la edición de cinco facsímiles de sus grabados.

El contenido no se organiza de acuerdo a la cronología, sino al contexto que vivió Durero. Son ocho capítulos que nos trasladan a la época convulsa en la que floreció el Renacimiento sobre el telón de fondo de la Reforma y la Contrarreforma. Durero rasga el oscurantismo medieval. Expresa el aire de su tiempo en el regreso a la mitología, en su curiosidad como artista, en la aparición de los primeros teóricos, en el auge del retrato como fenómeno artístico y en la influencia sobre otros, no solo Hans Baldung y sus discípulos directos, sino también Goya, Dalí o Picasso.
Las dimensiones del volumen permiten a veces acceder a un Durero aumentado. Un ejemplo es el dibujo a pluma de su prometida, Agnes Frey, que realizó poco antes de casarse. En lugar de la visión idealizada que cabría esperar de un joven de veinticinco años hacia la novia de diecinueve, el trozo de papel, de apenas diez centímetros por quince, la muestra introvertida y preocupada. La franqueza de capturar un momento emocional choca con una tradición de siglos que había consagrado el retrato al ámbito de la representación solemne y alejada de cualquier rasgo que no fuese favorecedor física y espiritualmente. En unos pocos trazos Durero rompe con el pasado y exhibe la destreza de dibujante que pronto le dará prestigio. Ya lo había hecho a los trece años cuando realizó un estudio de sí mismo a punta de plata, una técnica de dibujo que no permite corregir, sin vuelta atrás.
El volumen en sí es un monumento de 500 páginas, 45 cm. de alto y más de 8,5 kilos de peso
El día a día del pintor
La calidad de las imágenes, la atención al color y la textura del papel, contribuyen a enriquecer un viaje visual que alterna con textos al cuidado del catedrático de Historia del Arte Jesús María González de Zárate, destacado experto en el pintor alemán, y con fragmentos de los diarios del artista. Gracias a esta novedosa transcripción al castellano es posible adentrarse en el día a día de Durero. En algunos pasajes, casi es posible sentir la brisa del Mar del Norte en el cabello del pintor la mañana del 10 de diciembre de 1520, mientras se asoma a la borda del barco que le lleva por la costa neerlandesa en busca de una ballena varada que quiere dibujar. Unas páginas más adelante, se representa a sí mismo señalando en su cuerpo la posición del bazo, «donde nace el dolor», el órgano de la melancolía y del temperamento artístico que personificó Durero.

Página a página se pone en pie la personalidad del genio que acabaría por emerger del terror medieval mediante la observación de sí mismo y de todo cuanto le rodea, hasta la última brizna de hierba. Su diario desvela una personalidad sociable. El deseo de triunfar está presente junto con un gusto por el lujo en prendas y alimentos guiado más por la curiosidad que por la ostentación. Los detalles sobre agasajos modestos se mezclan con el sentido del humor y el temor a la muerte que compartió con sus contemporáneos. Los dos viajes a Italia –en 1494 y en 1505–, las dos incursiones de enorme repercusión en el arte del norte de Europa, fueron también huídas ante brotes de enfermedad en Núremberg. El temor a la muerte estaba justificado. Probablemente provenía de la infancia; la familia de diecisiete vástagos de los que sobreviven dos. También Bárbara Durero, su progenitora, se asoma a las páginas del libro. No es bella y aún así el cariño que rebosan los trazos de su hijo cuando la dibuja a los 63 años es el ejemplo escogido por Ernst Gombrich para mostrar en su inolvidable introducción a la 'Historia del Arte' que el amor no está reñido con la realidad y que el arte se nutre de ambos.
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