El Mal
El Genio del Mal vive en una isla que ignoran los mapas, en lo alto de un castillo situado sobre una ladera que ningún camino ... propiamente dicho se atreve a escalar. El castillo del Genio del Mal es vasto, sólido y frío, y cuenta con muchas habitaciones que miran a poniente, en donde, acariciando a su gato, el Genio del Mal mira ponerse el sol, todo sangre. Sobre el aspecto del Genio del Mal hay disparidad de opiniones: la operadora que le atiende cuando hay quejas de la operatividad del wifi habla de una voz exquisita, bien equilibrada; el jardinero que le va tres meses al mes para recortar la selva (infestada de monstruos venenosos) alrededor del castillo, lo describe de baja estatura, más bien delgado, indiscutiblemente calvo; el que habla de dedos huesudos, y del topacio y la amatista en las sortijas, es el capitán de la fragata que trae los suministros, y que en realidad sólo ha podido verle de lejos; el famoso destello asesino de los ojos se basa en cuatro o cinco fotografías sin autoría.
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Ya sabemos que el Genio del Mal, con su sofisticada red de agentes y su influencia en los principales consejos de accionistas y ministerios del mundo entero, es el responsable de todo lo malo, lo irritante, lo estúpido y lo aburrido que sucede cada día; no sólo los drones que atraviesan fronteras ni los líderes locos que pisotean los derechos humanos, no sólo la destrucción del medio ambiente y el desprecio internacional por lo que se considera una vida digna, o vida sin más, sino también (o quizá sobre todo) la calderilla: la lluvia que arruina la ropa tendida, el atropello en la avenida, el anciano que no recuerda el camino a casa, la llamada de teléfono, el funcionario en la ventanilla, el padre que desatiende el hijo, el hijo que abandona al padre. Todo esto es arduo trabajo, como bien se ve; contra esta burocracia inacabable se rebela el Genio del Mal ciertas tardes, y entonces gesta planes disparatados en que estallan botellas de champán, la gente ríe y se reencuentra y come perdices. Pero esto en realidad es cometido del Genio del Bien, que, aislado en otro confín del mundo aún más inaccesible, es desconocido incluso por la empresa de mensajería que le lleva los paquetes y las notificaciones, a cuyas llamadas, alega, lleva meses enteros, si no años, sin contestar.
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