Rafael Sánchez Ferlosio, José María de Quinto, Ignacio Aldecoa, Josefina Fernández y Alfonso Sastre presentan en Salamanca en 1952 'Revista española', publicación literaria de la que se editaron seis números. ABC

Ignacio Aldecoa, un clásico del que aún hay mucho que contar

Su obra, un agudo retrato de la realidad «cruda y tierna» de la posguerra, es muy apreciada pero menos conocida que la de otros autores de la Generación del 50

Iñigo Linaje

Viernes, 18 de julio 2025, 19:02

Como si fuera el personaje de una novela de Patrick Modiano, la vida de Ignacio Aldecoa (1925-1969) transcurrió -en su primera mitad- en tres ... espacios muy concretos de su ciudad natal. El parque de la Florida, la plaza de España y la calle Postas fueron los puntos cardinales en los que discurrieron los días del escritor cuando aún no lo era, justo antes de trasladarse de Vitoria a Salamanca para estudiar Filosofía y Letras.

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Una buena manera de acercarse al autor ahora que se cumple el centenario de su nacimiento (el día 24) es visitar la Casa de Cultura de la capital alavesa que lleva su nombre, en cuyo exterior -en el corazón del parque de la Florida- luce una escultura erigida en su memoria. No es gratuito señalar que la obra, esculpida por Aurelio Rivas, fue financiada -como informaba 'La Gaceta Municipal' el 12 de noviembre de 1994- mediante una colecta pública: «El monumento en bronce se costeará íntegramente con los fondos de una cuestación popular entre la población vitoriana…» Esto pone de relieve el apego de los ciudadanos al escritor en contraste con la habitual desidia de instituciones y políticos a la hora de acometer proyectos culturales que no reporten réditos económicos ni electorales.

Ya en el interior de la biblioteca, y hasta el 15 de octubre, la exposición 'Ignacio Aldecoa: el narrador de historias' recorre el itinerario vital e intelectual del autor a partir de fotografías y primeras ediciones de sus libros. Comisariada por el escritor y periodista Julià Guillamon, cuenta con dibujos de la ilustradora Saioa Aginako y fotografías de Carles Fontseré, Rocío López y Rufino Ugarte. A finales de año recalará en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Las bibliotecarias Laura García Apellániz y Maitane Saénz Gracia, dos de las responsables del montaje, coinciden en señalar la dificultad inicial de la empresa: «No había demasiada documentación en torno a Aldecoa, sobre todo debido a su temprana muerte. No hay un Archivo dedicado al escritor ni apenas fotografías, aunque las personas a las que solicitamos material colaboraron de inmediato», explican. Ambas destacan que «Aldecoa es un escritor impecable, tanto por las historias que cuenta como por su prosa preciosista».

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Y es que el escritor, conocido sobre todo como cuentista, frecuentó la novela, la poesía y el libro de viajes y fue pionero en otros géneros. Por ejemplo, con 'Neutral corner', un fotolibro con imágenes de Ramón Masats para el que escribió microrrelatos «en un momento en el que el género no existía como tal».

Hay que destacar también su relación con el cine y con maestros como Rafael Azcona y Mario Camus. Las adaptaciones de sus relatos reflejan las múltiples inquietudes artísticas del creador. El propio Aldecoa definía así el origen de su vocación y su compromiso: «Ser escritor es, antes de nada, una actitud en el mundo. Yo he visto y veo cómo es la pobre gente de España. No adopto una actitud sentimental o tendenciosa. Lo que me mueve es el convencimiento de que hay una realidad cruda y tierna aún inédita en nuestra novela».

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Carles Fontseré retrató a los Aldecoa el Empire State (1958). B. Castillo

Una vida breve e intensa

Ignacio Aldecoa nació el 24 de julio de 1925 en la calle Aliados -hoy Postas- en Vitoria. Sus padres, Carmen Isasi y Simón de Aldecoa, pertenecían a la burguesía vasca de la época. El futuro escritor estudió en los Marianistas y desde temprana edad mostró cierta tendencia a la rebeldía. A los 17 se traslada a Salamanca para estudiar Filosofía y Letras, donde conoce a Carmen Martín Gaite. En los años que pasa en la capital castellana -recordará la salmantina- prefería departir con la gente de la calle antes que asistir a la universidad y le gustaba rodearse con frecuencia de personas mayores, lo mismo que en su adolescencia cuando frecuentaba las tertulias de pintores como Díaz de Olano y Gustavo de Maeztu.

En 1945 se marcha a Madrid y descubre un mundo nuevo. No solo queda fascinado por el ambiente intelectual de la ciudad y los encuentros en el café Gijón, sino que hace amistad con Rafael Sánchez Ferlosio, Luis Martín-Santos y Alfonso Sastre, entre otros autores que años más tarde quedarán agrupados en la nómina de la Generación del 50. Sin embargo, son tiempos de posguerra: tiempos de privaciones y oscurantismo. No hay sustento para el cuerpo ni alimento intelectual para el alma.

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Poco después de su llegada a la capital, Aldecoa conocerá a la pedagoga y escritora Josefina Rodríguez. Se casaron en 1952 y dos años más tarde nació Susana, su única hija. En 1958, gracias a una beca que le conceden a su mujer, viven seis meses en Nueva York. Si su experiencia en Madrid años atrás había sido decisiva en su formación, su estancia en la capital neoyorquina lo acercó a autores norteamericanos como Hemingway y William Faulkner. Y es que Nueva York no solo fascina a la pareja por sus múltiples atractivos artísticos (museos, teatros, librerías) sino porque, día tras día, encuentran en sus avenidas a iconos de la cultura como Jack Kerouac, Truman Capote o Greta Garbo.

En ese momento, finales de los años cincuenta, Ignacio Aldecoa ya ha publicado dos poemarios, tres novelas ('Gran sol', entre ellas) y otros tantos libros de relatos ('Vísperas del silencio' y 'El corazón y otros frutos amargos') pero, curiosamente, en la última década de su vida deja de frecuentar los primeros géneros para volcarse por completo en el relato breve. Hasta seis títulos publica en ocho años, entre los que destacan 'Caballo de pica' y 'Arqueología'. Gran aficionado a los deportes de riesgo, como el boxeo y los toros, Aldecoa siempre vio en ambas disciplinas una metáfora de la lucha y la fugacidad de la vida. De ahí que sus cuentos estén poblados de niños y ancianos, de personajes marginales y seres desvalidos o derrotados.

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En los años sesenta, el escritor y su familia cambiaron el cosmopolitismo de Nueva York por destinos más cercanos y junto al mar, que le apasionaba, aunque nació en la única provincia vasca no bañada por él. Canarias (en concreto, la isla de La Graciosa) e Ibiza serán, mucho antes del boom turístico, los refugios predilectos del matrimonio hasta la muerte del autor el 15 de noviembre de 1969. Falleció de forma repentina, de un paro cardiaco, a los 44 años.

De niño, junto a su hermana Teresa. Jabi Soto Madrazo/Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz

Posteridad

Pese a su muerte prematura -muchos lectores se preguntan qué dejó de escribir por culpa del destino- Aldecoa ha sido un referente para escritores de varias generaciones y es un autor reconocido y estimado por la crítica. El premio Cervantes 2022, Luis Mateo Díez, que hace tres meses visitó Vitoria para participar en un festival literario, declaró en este periódico: «Aldecoa es uno de los maestros que más tempranamente leí y admiré, uno de los grandes de nuestra lengua». A tenor de sus palabras podemos concluir que estamos ante un clásico con mayúsculas de las letras españolas. Sin embargo, más allá del reconocimiento académico no es un nombre tan popular como sus coetáneas Ana María Matute y Carmen Martín Gaite.

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¿Ha sido valorado en su justa medida el escritor? «¿Qué autor lo es?», se pregunta el comisario de la muestra, Julià Guillamon. Y subraya: «Es ley de vida… Se escribe, se lee, se muere, se olvida. Pero Aldecoa es un autor reeditado, con lectores fieles, algunos muy entusiastas, y lo más importante: su obra aguanta el paso del tiempo. Lo que abre la puerta a nuevos lectores y entusiasmos» apunta.

Una de las mejores maneras de acercarse a la prosa precisa y elegante de Aldecoa, a su maestría compositiva, a la brillantez descriptiva e impresionista de sus relatos, es leyendo la antología 'Cuentos', que editó su viuda en Cátedra en 1978. Dividida temáticamente en cinco bloques que recogen lo más exquisito de su producción, Josefina traza un hermoso perfil humano e intelectual del autor y reúne un compendio de citas extraídas de sus conferencias y entrevistas, amén de un notable aparato crítico que da cuenta de la altura literaria del autor.

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Sin embargo, el aldabonazo definitivo para el reconocimiento de Aldecoa como figura tutelar de los 50 lo dio Alfaguara cuando en 1995, coincidiendo con el 25 aniversario de su muerte, editó sus 'Cuentos completos' y devolvió al autor al primer plano de la actualidad. El escritor y periodista Juan Cruz, artífice y editor del volumen, reconoce que se dieron un buen número de casualidades para que el proyecto llegara a materializarse: «Fue la consecuencia de muchas coincidencias. Yo había descubierto en la librería Dedalus 'Cuaderno de Godo'. Había numerosos ejemplares y me los llevé todos, y los fui regalando a amigos, entre ellos a la propia Josefina, a la que tenía en gran estima. A la vez, me encontré con Rafael Azcona, y ambos me ayudaron a preparar la edición de los cuentos. La acogida fue extraordinaria», rememora el periodista. Y precisa: «Además, en aquel momento, Aldecoa no existía. Esas coincidencias lo convirtieron en el escritor muerto-vivo más extraordinario de la editorial junto con Julio Cortázar».

Gracias al centenario y a la exposición de Vitoria, Aldecoa revive. Suele decirse que un escritor no deja de existir mientras tiene lectores, y el vitoriano nunca ha dejado de tenerlos. Sus cuentos están vivos y autores como Elvira Navarro y José María Merino, entre otros, no dejan de reivindicarlo como maestro. Tal vez solo falta que el lector medio se acerque a sus relatos: al preludio espléndido y cinematográfico de 'Young Sánchez' o al desenfado de piezas tiernas e irreverentes como 'Seguir de pobres' o 'Aldecoa se burla'. Tal vez de esa manera, aquel hombre simpatiquísimo (así lo recordaba Mario Camus), vitalista y descreído, bebedor y fumador, políticamente independiente (nunca militó en ningún partido), gane popularidad entre nosotros, y el pueblo llano -omnipresente en sus libros- sea quien erija, como hace treinta años, un busto de palabras en su memoria.

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