La danza vende
Se encadenan campañas publicitarias que la usan como reclamo, pero no terminamos de apreciarla por sí misma
No es una novedad: hace muchos años que la publicidad se vale de la danza para llegarnos al corazoncito. Hay toda una teoría al respecto, ... que se podría resumir en que los movimientos acompasados entre dos o más personas, la conexión física entre ellas, el tocarse, empujarse, abrazarse, alzarse una a otra o una sobre otra, aparte de generar emociones positivas, resulta que da una idea de comunidad, de formar parte de algo más que el universo individual de uno mismo. Se crea buen rollo, remite al apoyo y al afecto y...
Y sí, pero. Pero la cosa va de vendernos algo, normalmente algo para usar de manera individual. La publi es mercado, es dinero, es otra historia muy distinta. Y aunque no es nuevo, parece que en los últimos años se encadenan campañas publicitarias llenas de danza, diría yo que más desde que salimos de los confinamientos por la pandemia. Da igual si es ballet, contemporánea o moderna, hay días en que parece que todo entra mejor con un poco de baile; puede ser un desodorante o un gel, o unas perlas, un billete de avión, un coche, unas compresas (en esto la danza ha sido un recurso recurrente desde hace décadas, al parecer las mujeres, así como comemos yogures a mansalva, nos movemos grácilmente incluso cuando estamos hinchadas y doloridas en lugares insospechados) y hasta una pomada para el dolor muscular -lo cual tiene su gracia, porque seguramente de dolores físicos los intérpretes de danza saben un rato-.
Si se puede salir de ver un espectáculo de baile con ganas de comerse el mundo, con energía renovada, diciéndose a una misma que en la próxima vida por fin va a dedicarse a bailar, ¿qué no hará esta disciplina artística por el consumo? O por el consumismo, vaya. ¿Cuánta gente se compró en su momento un bote de aquel perfume que anunciaba en un baile loco una de las hijas de Andie MacDowell? ¿Y la cerveza que se anunciaba con una preciosa coreagrafía subacuática? ¿O se metió en el avión de una línea aérea porque se anunciaba con una reinterpretación de un paso a dos maravilloso? Qué poder, ¿no?
La pregunta es, en realidad, por qué nos sirve la danza para desear comprar productos y servicios... pero no terminamos de comprar la danza en sí misma, por sí misma. Puede ser una herramienta más para fomentar el consumo, el mercado, para convencer a la masa, y sin embargo sigue siendo, fuera del mundo de la publicidad, una disciplina para pocos. Cada cierto tiempo un creador de danza dice aquello de que es la hermana pobre de las artes, y se señala que sigue sin programación estable en tantas ciudades, que es realizada por amor al arte en tantos lugares, a menudo en condiciones de precariedad absoluta. Todavía se oye por ahí eso de 'es que yo no entiendo' o 'es que me aburre' o 'es que siempre acaban desnudos en escena'. Vende, no la compramos. Misterios de la ciencia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión