Radical. Angélica Liddell en 'Anfaegtelse' (2009), que trajo a La Fundición, y en un ensayo de 'DÄMON.El funeral de Bergman' (2025). L.F. /EFE
Teatro

Cuando Angélica Liddell trajo «terror y verdad» a Bilbao

Premio Nacional de Teatro. ·

Artista total e imprevisible, dejó imágenes imborrables en La Fundición con cuatro espectáculos

Viernes, 10 de octubre 2025, 23:53

Angélica Liddell, flamante Premio Nacional de Teatro, ocupa un lugar central -y solitario- en la escena contemporánea. Rodeada de expectación y alejada del gran público, ... esta artista total que escribe, dirige, interpreta y diseña escenografías apenas ha pisado los escenarios vascos, con una excepción: entre 2005 y 2009, poco antes de entrar en la senda de la proyección internacional, actuó cuatro veces en La Fundición, una sala con 70 butacas que pone el foco en la danza contemporánea y en el teatro que menos se ve.

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Siempre han apostado por espectáculos «que provoquen la duda», en el reverso de los carteles comerciales. «Más que programadores nos sentíamos facilitadores, buscadores de oro», recuerda Luque Tagua, fundador de la sala deustoarra junto a Laura Etxebarria. Fue ella quien un día llegó «impactadísima» tras ver 'El matrimonio Palavraski' en el Teatro Pradillo de Madrid. «Hablaba de la familia como el generador de todo lo mejor y lo peor, en su caso lo peor porque ella siempre ha estado en la parte oscura y dura de la vida», recuerda. «El escenario estaba lleno de muñecos desnudos. Niños, niños, niños. Y se enterraban debajo de ellos. Transmitía algo muy fuerte, entre terror y verdad. A partir de ahí le seguimos la pista».

Angélica González (tomó su nombre artístico de la niña que inspiró 'Alicia en el país de las maravillas') nació en 1966 en Figueras, donde estaba destinado su padre militar, «pero es madrileña de vocación y de ambición», destaca Tagua. Licenciada en Psicología y Arte Dramático, se forjó en las salas alternativas de la capital como Pradillo y Triángulo -en los locales del actual Teatro del Barrio- en los 80 y 90. En 1993 fundó la compañía Atra Bilis Teatro junto a Gumersindo Puche, con quien contactaron para traer sus espectáculos a Bilbao.

Debutó en la ciudad en 2005 con 'Y cómo no se pudrió: Blancanieves', que convertía al personaje de los hermanos Grimm en una niña soldado «para hablar de la utilización de los niños en las guerras». Entonces no era conocida fuera de la profesión, «que la respeta mucho», pero quien la ve actuar no la olvida. «El público reconocía la bestia escénica que es, de qué manera se transforma» en el escenario. «Lo ves, lo percibes, te viene como una tormenta, No es para todo el mundo». Ella debió de sentir su energía porque volvió tres veces más: en 2006 con 'El año de Ricardo', encarnación de la crueldad. En 'Boxeo para células y planetas' (2008) pedía a los espectadores que llevaran radiografías, análisis o historiales médicos para hablar sobre los miedos contemporáneos. Y para 'Anfaegtelse' (2009), una palabra danesa que significa «estar en peligro o angustia», utilizó el uniforme militar de su padre y el sable de paseo, junto a su propia sangre. «Mientras hablaba, se iba cosiendo la pierna».

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«Desde las entrañas»

Tras sus exhibiciones «orgánicas y viscerales», nunca se quedaba al coloquio después de la función. Simplemente, se desvanecía. «Vivía una experiencia tan tremenda que tenía que hacer descompresión». Tampoco para el público era fácil salir del abismo. En aquel patio de butacas estaba Borja Ruiz, hoy director, dramaturgo, actor y director de La Fundición junto a Germán Castañeda y Beatriz Churruca. Pese al tiempo transcurrido, tiene grabadas imágenes como «sus piernas ensangrentadas tras acuchillar sus rodillas como quien toca el violonchelo con un arco. Recuerdo cómo escupía palabras y granos de arroz mientras recitaba desde las entrañas uno de sus textos. Y su piel con regueros de vino, mostrando su cuerpo como el de un torturado al borde de la muerte». Lo recuerda todo «porque no era mera provocación. En un mundo, también el escénico, donde lo superficial, lo oportunista y el enfrentamiento vacuo se abren camino, ella nos recuerda que es posible un teatro radical» que plantea preguntas esenciales y logra extraer «briznas de belleza de las profundidades más oscuras».

Ese camino la llevó a ganar el Premio Nacional de Literatura Dramática con 'La casa de la fuerza' (2012) y el León de Plata de la Bienal de Teatro de Venecia al año siguiente. También a renegar de los escenarios españoles y jurar que no volvería pisarlos, aunque Álex Rigola logró traerla de vuelta a los Teatros del Canal. Ya no hay sitio para ella en 70 butacas, aunque en esencia quizá no ha cambiado tanto. Su teatro sigue siendo de riesgo para ella y para el público. Este verano ha marcado otro hito al inaugurar el Festival de Avignon. Se montó un buen escándalo con 'Dämon. El funeral de Bergman', donde arremete contra los críticos franceses con nombres y apellidos.

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