Otro Ripstein
Hijo y nieto de leyendas del celuloide, se negaba a ponerse tras la cámara. Su ópera prima, '600 millas', ha representado a México en los Oscar
ELENA SIERRA
Viernes, 15 de julio 2016, 16:41
Arturo Ripstein (Ciudad de México, 1943) era muy joven, un adolescente, cuando decidió que su vida estaría ligada al mundo del cine. Cierto es que le venía de familia, ya que su padre era un conocido productor, Alfredo Ripstein Jr., que hizo que desde niño viviera inmerso entre cámaras y decorados. Pero, en su época, Arturo -naturalizado español hace más de una década, fue Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1997- tuvo que vérselas con un sector muy cerrado y sobre todo con el reparo que los grandes de entonces tenían a contar con un chiquillo entre sus colaboradores. Tras mucho darle la brasa a Buñuel, al que había visto rodar 'Nazarín' cuando tenía solo 15 años, consiguió trabajar como ayudante de producción en 'El ángel exterminador', y hasta hoy.
Está casado con la guionista Paz Alicia Garciadiego y es padre de dos hijos que, por supuesto, también se dedican al cine. Pero uno de ellos, Gabriel, que estrena en las pantallas españolas estos días su ópera prima, '600 millas', se lo pensó bastante antes de aceptar ese legado familiar que parece genético. De hecho, cuando tuvo que decantarse por una rama de estudios, Gabriel Ripstein (1972) se decidió por la Economía y estudió en el prestigiosa Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), la universidad que educa a la élite tecnócrata del país. No es que no quisiera hacer cine, es que el apellido pesaba mucho y no se atrevía. Y además es difícil ser uno mismo en esas circunstancias. Así que puso muchas cosas de por medio. Incluido el largo camino que va de México a Nueva York, ciudad a la que fue a hacer un posgrado y donde pudo por fin mirar el cine con sus propios ojos.
En la Gran Manzana estudió producción y gestión de proyectos. Y, a su vuelta a casa, se encontró con un sector que estaba viviendo grandes éxitos de crítica y de público: era la época de cintas como 'Amores perros', 'Y tu mamá también' y 'El crimen del padre Amaro'. No lo tuvo difícil para encontrar su hueco, primero desde la productora Altavista Films y después desde Columbia Pictures, empresa para la que gestionó producciones en distintos países (España, Rusia, China y Brasil). Como parte de su trabajo de productor y guionista durante esos años, colaboró muchas veces con su padre; en 1999 en 'El coronel no tiene quien le escriba', que representó a México en los Oscar y compitió por la Palma de Oro en Cannes. Y más tarde firmó algunos guiones, como 'Amor a primera visa', 'Compadres' y 'Busco novio para mi mujer'.
Ahora o nunca
Había algo a lo que seguía sin atreverse, y era a rodar una historia propia. Gabriel Ripstein tenía miedo. Menos mal que le llegó la crisis de los cuarenta y pensó que era entonces o jamás, que o dejaba ya los despachos, las cuentas y las gestiones y se ponía manos a la obra, o se iba a pasar el resto de sus días arrepintiéndose de no haber dado un salto que, en su caso, era el más natural. Y sin haber rodado nunca ni un triste anuncio, ni un corto, el año pasado debutaba con '600 millas', que encima es una historia difícil. La del narcotráfico, las armas y la relación México-Estados Unidos en ese contexto; la que se ganó el reconocimiento de mejor ópera prima en la 65ª edición de la Berlinale y fue elegida para representar a México en los Oscar de 2016. Que nadie busque la influencia de Arturo Ripstein en los planos porque no tiene problemas en asegurar que entre sus referentes no está el cine de su padre.
'600 millas' es una historia dura, mucho, que a Ripstein hijo/nieto se le metió en la cabeza mientras vivía en Estados Unidos. La facilidad con la que se pueden comprar armas potentes allí hace que los criminales mexicanos tengan asegurado un buen suministro: contactan con los 'compradores de paja', gringos que adquieren armas valiéndose simplemente de su carné de conducir y de no tener antecedentes penales. Por cada una que venden a los mexicanos ganan 50 dólares. El asunto es serio y el director confía en que haga a los estadounidenses replantearse algunas cosas.
En la película participa Tim Roth, convertido en el agente federal Hank Harris, que termina siendo secuestrado por un traficante de poca monta mientras realiza tareas de vigilancia. El resto es un viaje en camioneta hacia el infierno.