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El amansador, con su 'morin hkuur', en pleno ritual.
REPORTAJE

El arte de amansar camellas

El universo cultural de los pastores mongoles ejemplifica la riqueza y singularidad del patrimonio inmaterial

GERARDO ELORRIAGA

Viernes, 24 de junio 2016, 13:12

No hay nada más aterrador en Mongolia que el dzud. Los nativos denominan así al invierno más riguroso, el que sucede a la sequía estival y cubre de compacta nieve los pastos. Entonces, los rebaños no pueden acceder a la hierba congelada y las reses mueren de hambre y frío. Muchas crías quedan huérfanas y son rechazadas por las hembras supervivientes, que incluso llegan a repudiar a sus propias crías recién nacidas. El precio de la carne se derrumba y los arruinados pastores han de buscar auxilio en las ciudades.

En un contexto básico de lucha por la vida, resulta trascendental el ritual para amansar a esas camellas que han perdido el instinto maternal. Una y otra permanecen atadas mientras el experto entona una salmodía, conocida como Khoosloh, que varía en función de la reacción de la bestia, inicialmente violenta. Además de conocer la melodía y gestos que la acompañan, el responsable de este extraño reto debe mostrar gran templanza en el trato con los animales y destreza en el uso del morin khuur, un violín de dos cuerdas, que acompaña a la voz monótona del amansador. El proceso suele comenzar al anochecer y finaliza cuando la adulta acepta prohijar a la pequeña. El cine ha testimoniado su importancia con obras como La historia del camello que llora, una película documental que compitió por el Oscar en 2004.

Este singular ceremonial, transmitido ancestralmente de padres a hijos, fue incluido, a finales del pasado año, en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial que requiere medidas urgentes para su salvaguarda. El país centroasiático constituye un territorio rico en recursos originales. La tradición nómada y ganadera de sus habitantes ha propiciado un universo de usos y costumbres relacionados con la trashumancia. El ciclo de vida de los indígenas ha estado vinculado a la yurta, la tienda tradicional, y la búsqueda en una tierra esteparia de prados para las cabañas de ovejas, cabras, yaks y camellos.

Mongolia, la tierra de Gengis Khan, ha permanecido ensimismada en su condición de país sin salida al mar, encerrado entre la Unión Soviética y China, los dos grandes rivales. El aislamiento exterior se acompañaba del interior, propiciado por una climatología extrema y la sucesión de desiertos y estepa con escasa población estable. Entre 1924 y 1992 fue nominalmente un estado satélite de Moscú y los gobiernos socialistas, impulsados por el Kremlin, arrasaron con buena parte de su legado imperial y su rico acervo religioso. Además de propiciar sangrientas purgas, cientos de palacios y monasterios fueron demolidos y la herencia cultural se recluyó en el campo, allí donde la furia estalinista no pudo acabar con las prácticas consuetudinarias.

Efectos de la apertura

El patrimonio intangible resistió aquel periodo represivo, pero hoy sufre las consecuencias de la liberalización productiva y la apertura a Occidente, tendencias que, a menudo, resultan letales para los usos y costumbres que conforman la cultura local, una síntesis de las maneras nómadas, la influencia rusa y china, y el budismo tibetano. La brusca transformación socioeconómica padecida en las últimas décadas cuestiona la viabilidad del pastoreo. La atracción urbana, la desertización y las duras condiciones naturales, provocan el constante éxodo de las comunidades rurales hacia los suburbios de Ulan Bator, la capital.

El país ha iniciado un rápido proceso de modernización, basado en la explotación de sus ricos recursos minerales. La aparición de nuevas industrias y el atractivo de las maneras extranjeras han contribuido a la crisis de ancestrales modos de vida, también arrumbados por la irrupción de las nuevas tecnologías. La situación es muy similar a la de otros países de la región, caso de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, y ejemplifica, en general, el riesgo de pérdida de su idiosincrasia en un escenario internacionalizado.

La capacidad para doblegar la tozudez de las camellas no es el único recurso que distingue el universo de los mongoles, íntimamente ligado a lo estacional y el legado oral. Unesco ha incluido en la selección de elementos representativos varias muestras de su peculiar universo que ejemplifican ese sentido inmaterial del patrimonio, a menudo relacionado con la epopeya, la expresión oral y escrita, la música o las prácticas religiosas.

Las piezas recogidas suponen valiosas señas de identidad de los habitantes de las estepas. Así, hallamos el morin khuur, el violín utilizado por el amansador y que constituye todo un símbolo nacional, la construcción de tiendas ger, un proceso que reúne numerosas labores artesanales, y el naadam, un festival anual, basado en antiguas competiciones militares, en las que los participantes prueban su habilidad en carreras de caballos, tiro con arco y lucha libre. Además, la lista incluye el khoomei, el canto tradicional, y la caligrafía, una técnica basada en noventa letras que se unen mediante vínculos verticales, otros dos tesoros del pueblo que construyó un vasto imperio entre dos continentes.

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