El teatro va más allá de un color proscrito
El teatro es el arte que cultiva más rituales relacionados con la superstición, como decir «la obra escocesa» en lugar de 'Macbeth'. La aversión al amarillo se relaciona con la muerte de Molière, aunque la historia se confunde con la leyenda. No falleció en un escenario sino en su cama el 17 de febrero de 1673, al parecer de tuberculosis. Pero había sufrido un desmayo en plena función de 'El enfermo imaginario' y el simbolismo ya estaba escrito.
Hay quien niega incluso que fuera de amarillo y atribuye el mito a un error de traducción del amaranto, similar al granate. Lo curioso es que en Francia, que tanto debe a su arte, el color proscrito es el verde, por los elementos químicos como el óxido de cobre que se usaban para lograr este pigmento. En Inglaterra temen el azul por la 'luz fantasma' de las bombillas del escenario y en Italia el morado. Les recuerda la prohibición de actuar en adviento y cuaresma durante la Edad Media.
El baño del Arriaga
El mal fario del amarillo en España puede tener un origen taurino, por el reverso del capote. Pero es verdad que cuesta verlo en los teatros. El Arriaga tuvo que cambiar por ello el alicatado de un baño reservado a los artistas, aunque años después lo eligió como color corporativo en la campaña que lanzó cuando llegó Calixto Bieito. Los trabajadores también recuerdan algún caso en el que «se esparció incienso antes de la función».
Los artistas no suelen hablar de ello públicamente. A Amparo Rivelles «le afectaba mucho ver un espejo roto, le recordaba una desgracia personal», cuenta María Díaz, jefa de prensa de varias compañías. Un arte tan sujeto a imprevistos se presta a creencias que incluso figuran en manuales como el diccionario Akal. «Hacer punto en escena, utilizar flores naturales, hacer que aparezcan niños o caballos en el escenario o agotar el maquillaje en el proceso de caracterización» se consideran prácticas de mal agüero.
Está extendida la costumbre de pisar siempre el escenario con el pie derecho (o el izquierdo). Y entre ellos nunca se desean buena suerte. Lo de «mucha mierda» tiene su origen en los coches de caballos que se concentraban junto a los teatros, pero algunos se han modernizado y hablan de «parking lleno».