Versión de Fito y fandango para Bilbao: Manuel Carrasco se lo pasa en grande en Miribilla
El artista onubense dio un concierto ascendente lleno de éxitos y guiños al País Vasco
A Manuel Carrasco le encantaría tener cuadrilla en Bilbao. O al menos, eso parece. El músico onubense se dio un auténtico baño de masas ante ... 8.000 almas entregadas en Miribilla con su gira 'Salvaje', que está a punto de llegar a su fin. Derrochó simpatía, encadenó éxitos y tuvo varios guiños con la villa. Escribió un fandango para la ciudad y versionó 'Soldadito Marinero' de Fito en una de las partes más brillantes del concierto. No hubo bises, pero estuvo casi un cuarto de hora despidiéndose. Como si no quisiera decir adiós.
El concierto empezó bastante antes de que Manuel Carrasco saliera al escenario. Las pantallas mostraron una suerte de examen tipo test para demostrar los conocimientos sobre el artista, un aplausómetro y animaron a invocar al artista, que acabó saliendo con un cuarto de hora de retraso. El espectáculo comenzó con la historia de un arquero y una semilla, que acabaron siendo el hilo conductor del bolo.
Carrasco salió a escena con su guitarra y cantando 'El grito del niño' mientras salían cañonazos de fuego. Parecía que había barra libre, fogonazo va y fogonazo viene. Miribilla no tardó en entrar en calor. Todo a punto para entonar 'Pueblo salvaje' y 'Hay que vivir el momento', el primer gran hit de la noche. Otro arquero apareció en pantalla para intruducir 'Corazón y flecha', que tuvo un final de lo más discotequero con todo el mundo pegando saltos.
«Esta noche va por ustedes, Bilbao. Dicen que los vascos y los andaluces somos polos opuestos, pero yo creo que nos parecemos mucho. Nos gusta lo nuestro, compartir con nuestra gente», saludó el artista onubense. Llegó el turno de 'Siendo uno mismo', un baladón que sonaba a principios de los 2000, que invitaba a encender el mechero y menearlo de lado a lado. Le siguió 'Sueños perdidos', el tema con los divertidos versos «Huyendo de tu pasado y del error, como Forrest Gump corriendo tras el viento».
«Mira qué bonito», adelantó mientras se sentaba junto a sus compañeros en una silla de madera verde. Se montaron un tablao flamenco con 'Uno x uno' y la romántica 'Salitre', una oda al inicio de las relaciones. Mientras, los servicios de emergencias intervinieron con rapidez al fondo de la pista para atender a una persona que se sintió indispuesta.
Volvió a tomar la palabra para pedir que pararan las guerras: «Los niños no tienen culpa de nada». Era el turno de 'No dejes de soñar', un tema que, según recordó, escribió para un amigo y que ahora suena en toda boda que se precie. Carrasco había engrasado la máquina de cantar éxitos. 'Que nadie' tuvo una muy buen introducción al saxo y un mejor cierre con un coro de golpel que trasladó al público hasta una misa de domingo en Harlem. Fue uno de los momentos más especiales de la noche.
Aprovechó para desprenderse de su casaca de flecos y enfundarse una camisa granate de volantes en las mangas. Se quedó a solas en el escenario con una guitarra negra con un águila, glores y una luna llena dibujadas. Cantó al desamor con 'Fue' y le dio la vuelta a la tortilla con la tierna 'Soy afortunado'. Y entonces le trajeron un atril y llegó el primero de los guiños a la ciudad. Se marcó un fandango a Bilbao que ensalzaba desde las calzadas de Mallona hasta la ría, pasando por el Teatro Arriaga. Sin olvidarse, por supuesto, del Athletic y desear, ajeno a que los rojiblancos acababan de perder en Villarreal, que los Williams llevasen al equipo a levantar la Champions. Y tras una ovación cerrada agradecida con un 'eskerrik asko', se marcó una versión de 'Soldadito marinero', de Fito y los Fitipaldis. Los últimos versos los compartió con el público al borde del escenario.
El fuego y la percusión dieron paso a 'Tambores de guerra', donde se pudo ver que Carrasco se había pintado la cara con pinturas que brillaban en la oscuridad. En 'Amor planetario' volvió a tomar protagonismo el saxo y compartió 'Quiero vivir' con el público desde el foso. Grabó el momento con una cámara que sostuvo en todo momento en su mano. Aprovechó para ceder el micro a los pocos fans que no tenían el móvil en la mano para inmortalizar su presencia.
«Sé que aquí tenéis marcha. Nos quedamos a tomar unos churros luego», vaciló para introducir 'Hasta mañana', esa canción que dice que «no nos da la gana» de volver a casa. Y la gente tenía cuerda para rato. Sin tanto drama como en el concierto de Coldplay en Boston, Carrasco se marcó una 'kiss cam' llamada Bésame salvaje en la que involucró a decenas de fans y a parte del equipo.
Tercer cambio de vestuario. Se sentó al piano con camiseta negra, pantalones granates y un collar con el símbolo de la gira, la letra griega Phi (Φ), que representa la búsqueda del equilibrio y la belleza en la naturaleza. Tras recordar sus primeras visitas a Bilbao en recintos más modestos, repasó su carrera con la letra 'Me dijeron niño'. «Estamos disfrutando mucho. Se juntan varias cosas. Queda muy poco de la gira. Empezaría otra vez el concierto entero ahora», confesó. Cantó entonces 'Y ahora', una de sus mejores baladas. En un momento la cámara dejó a la vista el teletrompter que mostraba la letra de todas sus canciones y, curiosamente, se le fue el santo al cielo en uno de los siguientes versos. Se disculpó con una carcajada. Se emocionó y emocionó con 'Mujer de las mil batallas, «dedicada a toda la gente a la que acompaña».
Promesa de volver
El piano se fue del escenario para dar comienzo a la parte más animada del concierto. En 'Prohibida' la corista mostró sus dotes para el baile y en 'Qué bonito es vivir' hizo hincapié en la necesidad de gritar esos versos. Por cierto, esta última también es una balada fetiche para las bodas. «Nos queda muy poco, Bilbao», advertía justo antes de lanzar su toalla al público. Alguien se fue a casa con adn de su cantante favorito.
'Tan solo tú' fue la más rockera del repertorio y, por momentos, recordó al Antonio Orozco de los inicios. Quedaba la última bala. Sacó al escenario una bandera negra con el símbolo griego y hasta se puso unas plumas naranjas en la cabeza. 'Tengo el poder' fue celebrada con una lluvia de confeti de colores. «Tenemos que venir todos los años, qué noche». Ya con sus ocho músicos con él en el centro del escenario, parecía que todo había terminado. Pero el primero que no tenía ganas de que se acabara la velada era él mismo. Repitió de nuevo el estribillo mientras las gradas vibraban, animó a corear «oé oé» y puntualizó que lo de quedarse de juerga hasta que fuera hora de ir a desayunar unos churros era broma. Al menos, ya está pensando en una nueva fecha en la ciudad: «Os vemos en la próxima, Bilbao, os queremos mucho».
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