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Ningún grupo vasco ha calado en la memoria colectiva como lo hizo Itoiz, que se disolvió en 1988 tras una década de actividad y siete discos. Cinco chavales de Mutriku y Ondarroa, que comenzaron a tocar con Franco todavía vivo y jamás renunciaron a cantar ... en euskera pese a las ofertas por romper las fronteras de Euskadi. Juan Carlos Pérez (Mutriku, 1958), compositor y cantante, apenas ha hablado de su trascendental contribución al rock y el pop vasco. Lo hace en un documental que llega a las salas este viernes, 'Itoiz udako sesioak', que repasa su trayectoria de una manera lírica e imaginativa y que reserva un sorpresón en los créditos finales: la reunión del grupo casi cuarenta años después de su despedida para tocar una canción. La emocionante 'Lanbrora', con Juan Carlos Pérez, el bajista José Garate 'Foisis', José Antonio 'Antton' Fernández a los teclados, el batería Jimmi Arrabit y el guitarrista Germán Ors, se quedará en eso, en una coda que remata una trayectoria ejemplar.
–¿Cómo era Mutriku en los años 70?
–Un pueblo pequeño, muy dinámico. Yo siempre estaba en la calle, tenía todo el día libre para fantasear con mis amigos. En el monte, en la playa de Saturraran... También me recuerdo inmerso en los estudios. Hasta los doce años no salí de Mutriku, después me abrí a un mundo más abierto: el instituto de Ondarroa. Fíjate tú qué salto. Y después, el segundo gran viaje: a Bilbao. Con eso ya me vale. También me recuerdo un poco asfixiado, con la religión...
–Era de catequesis y comunión.
–En aquella época, todos, lo vivíamos muy dentro. Era muy religioso. Mutriku es un pueblo en el que se cantaba muy bien en las misas, eso me llenaba por el lado espiritual. Crecí en ese ambiente, entre la cárcel y la libertad.
–Sus padres eran gallegos. ¿Cómo se empapa de la cultura euskaldun y aprende euskera de modo autodidacta?
–Mi familia hablaba el gallego, yo lo entiendo. Pero a nosotros nos hablaban en castellano, porque sabían que nos íbamos a quedar allí. No nos transmitieron la cultura gallega. Mis padres se quedaron, murieron y están en Mutriku. Yo aprendí euskera en la calle, a comienzos de los 70 no había ni euskaltegis, ni euskera batua ni nada. También vivías las inquietudes políticas, las manifestaciones, un caldo de muchas cosas. A diferencia de mis amigos, a mí ya me tiraba el solfeo, la música, los lenguajes abstractos. Nunca lograba estar mucho tiempo con ellos.
–¿Recuerda el primer LP que compró?
–Muy tarde, por el 75. No teníamos tocadiscos en casa, mi hermano acabó comprando uno. Creo que fue cuando estudiaba en Deusto. 'LA Woman', de los Doors. Una epifanía. ¿Pero qué es esto? Jim Morrison ya había muerto. Lo compré un lunes en el Corte Inglés, donde escuchabas los discos con aquellos teléfonos, pero no lo pude disfrutar hasta que volví a casa el viernes. En los pueblos había audiciones musicales, discofórums, en los que un iniciado daba dignidad y cultura a aquella música rock que se compraba en Londres. John Mayall, Led Zeppelin, Pink Floyd, los Beatles...
–Día de Santo Tomás de 1974 en la discoteca Venecia, asomada a la playa de Saturraran. Primer concierto de Indar Trabes, el germen de Itoiz. ¿Lo recuerda?
–Claro. Una emoción increíble, la noche anterior no sé si dormiría de la ilusión. El concierto lo organizó nuestro instituto para el viaje de estudios. Estaba la flor y nata de la juventud de Mutriku y Ondarroa. Y muchos curiosos, porque entonces era un acontecimiento que naciera un grupo de rock. El Venecia tiene mucha historia, por allí ha pasado todo el pop español. Lo recuerdo como un sitio enorme. Tocábamos a los Beatles, a laCreedence, pero también nuestra música.
–Y saltamos cincuenta años después al documental, con Itoiz reunido de nuevo para tocar 'Lanbrora' en los estudios Tío Pete de Urduliz. ¿Qué sensaciones tuvo ese día?
–Fue también muy emocionante. Una semana antes pensamos en tocar una canción que le gusta mucho a gente que respeto, 'Lanbrora'. A ver qué salía, sin ensayar ni nada. Y con el atrevimiento por mi parte de cantar en el mismo tono cuarenta años después. Quedó bastante bien. Es un buen final para la película y el grupo.
–Le tengo que preguntar si han pensado en un regreso del grupo.
– Ya. Se nos pasó por la cabeza, pero solo ligeramente. Tengo preparadas unas frases para esta pregunta. El tiempo de Itoiz ya pasó. Aquel proyecto se agotó. Nos quedamos satisfechos porque durante diez años hicimos unas buenas grabaciones de discos. Tuvimos la suerte de estar rodeados de gente autodidacta tan buena como Errobi, éramos como sus protegidos. Nuestra música sigue teniendo validez.
–Vamos, que por unos momentos pensaron que no estaría mal volver.
–Sí, pero ha pasado mucho tiempo. Este no es nuestro tiempo. Es verdad que nunca nos despedimos, hicimos un último concierto en Burdeos y teníamos pendiente otro en Oñate. Cuando se presentó el álbum en directo en el hotel Ercilla dijimos que era el último disco, no hicimos ninguna despedida.
–¿Y qué piensa cuando ve a octogenarios en el escenario, como los Rolling Stones?
—Los Rolling son los Rolling. Otra cosa es que estés haciendo una parodia de ti mismo. Hay grupos de carretera, de tocar, yo no soy tanto de eso. Lo mío es más parecido a los Beatles, disfruto más en el estudio que en el escenario. Los primeros años nos costaba defender aquella música en directo, no éramos tan buenos instrumentistas. Si volviéramos hoy sería una especie de parodia, no seríamos respetuosos con nuestra filosofía de antes, que venía de los 70. Éramos muy íntegros.
–En el filme le confiesa a Foisis que «ya no pasaba vergüenza en el escenario», que era «trabajo en la oficina».
–Se había convertido en un oficio. No tiene tanto gracia. Además, en el escenario te desnudas mucho delante de la gente. Por eso me gusta tanto el documental, que no da todos los datos, sino que puede verse como otra obra de Itoiz.
–Bernardo Atxaga sostiene que Euskadi era uno de los pocos lugares en el mundo donde no había canciones de amor. Muchos nos identificábamos con Itoiz por que no hablaba de política.
–No era nuestro hábitat, éramos un poco autistas en ese sentido. Buscábamos nuestra voz propia. Todo lo que tuvimos que decir está en nuestra música, ahí está todo, incluso conclusiones sociales y políticas. Nosotros nos expresábamos así. No queríamos organizar el mundo, no éramos políticos, no teníamos un manifiesto. No nos interesaba nada, pero convivíamos en ese ambiente tan convulso y absorbente. Los textos de los primeros discos eran en su mayor parte poesías simbolistas y surrealistas de Joseba Alkalde y Joseba García. Había una elección, era nuestra actitud ante la vida.
–¿Se llegó a sentir una estrella del rock en este pequeño país nuestro?
–Unos meses. Una estrella del rock vasca. No había ni industria musical, porque como dices este es un país pequeño, en el que mil personas son muchas y dos millones todo el mundo. Cuando empezamos no existía ETB, era el Pleistoceno. Llega el rock radical vasco, empieza a haber más multitudes en los conciertos y te crees eso. Pero siempre hemos tenido los pies en la tierra, no por humildad, sino porque nosotros éramos músicos. Nos interesaba que la música estuviera bien. Escucho nuestras canciones y todavía me sorprendo.
–Cantar en euskera les impidió dar el salto. ¿Pensaron en algún momento en hacerlo en castellano o en inglés?
– Cuando empezamos no tardamos treinta segundos en cantar en euskera, siendo de Mutriku... Cuando estamos en Madrid con 'Musikaz blai ' y Espaloian' nos vinieron productores sugiriendo grabar en castellano. Lo hablamos, pero tiramos para aquí. Llámalo provincianismo. No me ha quedado ninguna espinita clavada porque a lo mejor no hubiera funcionado. Nuestra marca era cantar en euskera, nos llenaba hacer nuestra música.
Juan Carlos Pérez ha volcado su talento en la composición de obras contemporáneas, sinfónicas, jazz y óperas como 'Saturraran', estrenada el verano pasado en el Arriaga. En 'Itoiz udako sesioak' echa la vista atrás a partir de un suceso real que podría haber escrito Paul Auster. Hace unos años, en fiestas de Mutriku, un conocido del pueblo se le acercó y le susurró una canción al oído. Al reconocerla se quedó de piedra. Era un tema que había compuesto con 15 años, grabado en su casa una tarde del verano de 1974 junto a su inseparable 'Foisis'. Una TDK con un título escrito a boli: 'Udako sesioak'.
–¿Sigue escuchando pop y rock?
–Tiro mucho de YouTube para ver cómo tocaban los clásicos: Jimi Hendrix, la Creedence... Es una suerte contar con esa enciclopedia de la música. De vez en cuando me fijo en nuevas tendencias en Tiny Desk. Soy viejo rockero y el tecno se me escapa, prefiero Radiohead. El otro día estaba con mi hijo en el dentista y escuchamos una canción en castellano, pero no lograba entender nada. Este no es mi tiempo.
–¡Cuánto significa 'Lau teilatu' para tanta gente!
–Sí. La compuse con 19 años, antes de Itoiz. Y cuando la grabamos ya nos dimos cuenta de que era bonita. La típica canción de adolescente en la que intentas meter tus experiencias. La adapté para orquesta sinfónica y comprobé que había tenido un golpe de suerte al componerla. Sé que 'Lau teilatu' es importante para mucha gente pero eso es algo que se me escapa.
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