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Luis Landero.

El escritor que quiso ser guitarrista

Luis Landero recibe el Nacional de las Letras por la calidad de una obra «con dominio del humor e ironía»

Lunes, 7 de noviembre 2022, 16:15

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De alguna manera, Luis Landero le debe el premio Nacional de las Letras, que le acaba de ser concedido, a Paco de Lucía. El escritor extremeño (Alburquerque, 1948) tenía 16 años cuando trató de hacer realidad un sueño reiterado: junto a uno de sus primos hizo un dúo de guitarras y ambos acompañaron a varios cantantes flamencos durante un tiempo. Un día Landero escuchó al creador de 'Entre dos aguas' y decidió guardar su instrumento. Lo habló muchas veces con el ya fallecido poeta y flamencólogo Félix Grande, que también dejó la guitarra por la misma razón: «¿Cuándo vamos a ir darle un par de hostias a Paco?», se preguntaban con una admiración sin límites.

Es bastante probable que, de haber seguido en el escenario, no se hubiese dedicado a escribir y la lengua española habría perdido al más cervantino de los escritores de su generación. Un autor de trayectoria impecable que paso a paso ha ido formando un catálogo sin fisuras. Una docena de títulos que le han valido un premio Nacional de las Letras que –como muy probablemente el Cervantes a no largo plazo– tenía que caer como la fruta madura. Era inevitable que Landero entrara en ese palmarés y así lo ha entendido el jurado, que lo ha galardonado «por ser un extraordinario narrador, creador de numerosas ficciones con personajes y atmósferas de gran expresividad y excelente escritura», «con dominio del humor y la ironía e incorporando con brillantez el papel de la imaginación».

Recuerda también el jurado que Landero pertenece a la primera generación de escritores de la democracia y destaca que su primera novela, 'Juegos de la edad tardía', publicada en 1989, «fue un hito literario y, en cierto modo, histórico». Desde entonces, ha ido publicando, sin prisa pero sin desmayo, un conjunto de novelas de factura impecable, sin concesiones a la moda de cada momento.

Sin embargo, nadie de entre quienes lo conocieron cuando llegó a Madrid, a los doce años, habría sido capaz de adivinar que sucedería todo eso. En la casa de aquel muchachito nacido y criado en un pueblo de Badajoz solo había un libro y él no parecía necesitar más. A los 14 años su padre le buscó un empleo. «Recuerdo que me cayó encima el peso de la realidad cuando supe que debería trabajar para ganarme el pan», contaba en una entrevista concedida a EL CORREO hace tres años y medio, cuando presentó 'Lluvia fina'.

Durante unos pocos meses fue aprendiz en un taller, recadero en un ultramarinos y oficinista en una empresa lechera. A los 16, muerto su padre, inició su efímera carrera de guitarrista. Y tuvo un encuentro crucial: en el centro escolar donde completaba sus estudios de Bachillerato tropezó con un profesor que lo puso en contacto con Melville, Kafka, Borges y Valle Inclán. Ese maestro, al que homenajeó en 'El balcón en invierno', cambió su vida. Fue a raíz de aquellas lecturas cuando decidió, tras dejar el flamenco, que quería ser escritor.

Antes de lograrlo, estudió Filología Hispánica en la Complutense, impartió clases en un par de centros universitarios y más tarde en un instituto. «Ser profesor no estuvo mal, pero la escritura ha sido siempre mi verdadera casa», reconocía tras su jubilación en la docencia. Su debut llegó cumplidos los 40 años y fue deslumbrante. 'Juegos de la edad tardía' le proporcionó el premio Nacional de Literatura y el de la Crítica, además del Mediterráneo y el Grinzane Cavour tras su traducción. Con su primera obra, Landero se situó en lo más alto de la literatura en castellano. Algo que muy pocas veces sucede.

A partir de esa novela, ha ido publicando otras por las que pasean pícaros tiernos y personajes que como él añoran «los veranos de la infancia, las tardes de domingo de la adolescencia y los cigarrillos fumados con las chicas y los amigos en la esquina de casa». Su lenguaje es puro y transparente, de cristal, y su estilo narrativo tiene esa sencillez que es tan difícil de lograr y que procede de una tradición oral que él conoció en el pueblo y que ya ha desaparecido. Todo ello está presente en 'Caballeros de fortuna', 'El mágico aprendiz', 'El guitarrista', 'Hoy, Júpiter', 'Retrato de un hombre inmaduro', 'Absolución', 'La vida negociable', 'El huerto de Emerson' y 'Una historia ridícula', de momento su última novela, donde relata el juego de impostura que asume sin ser consciente de ello el protagonista de la obra para conquistar a una muchacha de posición social superior a la suya.

Landero asume que la literatura lo ha salvado de muchos males. «A mí me cura las llagas de vivir. Es lo que justifica mi vida». Una existencia que ve con la perspectiva necesaria para entender dónde estuvieron los instantes felices que en su momento no fueron percibidos así. Ello le da un punto de distanciamiento que expresa parafraseando a Schopenhauer: «Vivir ya es de por sí un hecho extraordinario, pero la vida es un negocio que no cubre los gastos».

Acostumbrado a los premios, siempre ha sostenido que más importante que la dotación –la del Nacional de las Letras es de 40.000 euros– es la consideración de los lectores. «Aspiro a una gloria mayor: que me sigan leyendo dentro de cincuenta años porque se considere que mis obras lo merecen. La vida me ha curado de vanidades». Luis Landero, la categoría de un clásico.

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