Robert Brasillach fue fusilado a los 35 años en la Francia de 1945 por alta traición. Su caso fue el de un joven escritor de ... talento que se desvió con una consternadora contundencia hacia el fascismo y el antisemitismo. Su causa ideológica y su actividad propagandística durante la guerra eran indefendibles, pero su ejecución fue una impostura histórica. Con ella De Gaulle limpiaba la culpa colectiva del colaboracionismo e instauraba el relato de una generalizada Resistencia. Brasillach fue ejecutado mientras quedaban en libertad muchos responsables directos de las atrocidades del Estado de Vichy, y su sentencia fue dictada por unos jueces que habían ejercido su oficio en el sistema judicial de aquel mismo régimen.
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Son esas circunstancias que hacen de él un episodio incómodo del siglo XX, una patata caliente de la Historia de la Europa contemporánea, las que llevaron a Alice Kaplan a escribir hace 25 años un magnífico libro que revisaba el 'caso' y que acaba de recuperar, traducido al castellano por Francisco Campillo, la editorial Fórcola con el título 'El caso Brasillach' y el sugerente subtítulo 'La Francia 'collabo' ante el espejo'.
En efecto, ante el 'affaire Brasillach' se retrataron con claros tintes el colaboracionismo francés, y de modo especial la clase intelectual de la época. Con su petición de indulto, salvaron la dignidad del gremio literario autores como Mauriac, Cocteau, Valéry y hasta Camus, este último alegando su rechazo a la pena de muerte y negando a la vez que sintiera compasión por alguien que, con toda seguridad, nunca habría firmado una petición semejante en su favor ni en favor de cualquiera de sus amigos. Pero frente a ese grupo, también se retrataron los Sartre y Beauvoir que, para borrar las pistas de 'la mancha colaboracionista', no solo se negaron a firmar la petición de clemencia sino que justificaron el fusilamiento.
El de Brasillach es un caso que nos abrasa, nos quema, nos remueve algo por dentro. No fue un mártir, pero sí el chivo expiatorio de una culpa que también correspondía a otros. El sentido que tuvo escribir un libro como el de Kaplan es el adentrarse en los entresijos morales y dobles fondos políticos que trató de simplificar la versión oficial de unos 'justos' que juzgaron quitándole a la Justicia la venda de los ojos. El sentido que tiene hoy esta reedición es mayor si cabe: los magistrados que juzgaron a Brasillach son moralmente juzgados por una época como la nuestra, que rechaza la pena de muerte y no admitiría las burlas a las que se le sometió sobre su supuesta homosexualidad al acusado. Por un lado hemos ganado en sensibilidad hacia esas cuestiones. Por otro lado, los juicios sumarísimos que algunos practican desde casa en las redes sociales no distan mucho de aquel negro capítulo de un tiempo oscuro.
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