«Ahora hay gente a la que le resulta inconcebible la libertad con la que hablaba Pío Baroja»
Los sobrinos nietos del escritor, memoria viva de la familia, acuden al estreno en el Arriaga de 'La lucha por la vida'
Los sobrinos nietos de Pío Baroja hablan de él como si hubieran compartido juegos, largas veladas familiares, paseos por los jardines de Itzea y conversaciones ... que despertaron su pasión por los libros. Su presencia siempre ha sido poderosa aunque murió en 1956, antes de que ellos nacieran, y tampoco llegaron a conocer a su hermana Carmen, «nuestra abuela», etnóloga y también escritora. De ellos heredaron su nombre y mucho más Carmen Caro Jaureguialzo y su hermano «Pío IV», como él dice. El primero de la saga fue «el padre de Serafín» y abuelo del novelista.
Como depositarios del legado familiar, no podían faltar este viernes al estreno en el Arriaga de la adaptación teatral de 'La lucha por la vida', que se mantiene en cartel hasta el día 26. El director, Ramón Barea, salió a recibirles a su llegada al teatro. Esta trilogía da protagonismo «a unos barrios y unos personajes que hasta entonces no habían aparecido en la novela española, con toda su miseria y sordidez». Carmen, que se acaba de jubilar tras ejercer de bibliotecaria con amplias responsabiidades –de la Biblioteca Nacional a la coordinación de planes de Patrimonio Cultural– recuerda las discusiones del autor con Galdós, a quien inspiraban más las clases medias. «Baroja le decía que no encontraba atractivo en personajes como un vulgar oficinista o una modistilla y él le respondía que tampoco veía interés en el hampa y los que se dedicaban a la busca».
Para Pío Caro-Baroja Jaureguialzo, editor y escritor, la adaptación teatral es otra muestra de «la vigencia total» de Baroja, un apellido al que rinde homenaje desde su firma. «Sus inquietudes por los problemas del hombre, unidas a ese lenguaje absolutamente sencillo, le hacen moderno». El 150 aniversario de su nacimiento, que se celebró a finales de diciembre, «ha sido un éxito rotundo» pese a destacadas ausencias. «Se han ido sumando ayuntamientos y entidades públicas y privadas, y los periódicos le han dedicado más páginas que a ningún otro autor vivo o muerto». San Sebastián rechazó concederle la Medalla de Oro de la ciudad y en el pleno municipal se desempolvaron escritos con duras críticas a «la quincalla, el jesuitismo y el mal gusto» de sus conciudadanos.
La obra
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El equipo José Ramón Fernández firma la adaptación y Ramón Barea dirige y encarna a Pío Baroja. Arnatz Puertas, Alfonso Torregrosa, Itziar Lazkano, Ione Irazabal, Diego Pérez, Olatz Ganboa, Aitor Fernandino, Leire Ormazabal y Sandra Martín completan el reparto.
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Funciones Hasta el 26 de febrero. Duran 190 minutos (incluido un entreacto de 20).
«Lo que me parece más ridículo es que Baroja criticaba un San Sebastián decimonónico, reaccionario y clasista, y los que le niegan la medalla son los concejales progresistas que tendrían que estar de acuerdo con él», dice su sobrino nieto. Tampoco el Instituto Cervantes, «ninguna de sus más de 60 sedes», ha organizado actos en su memoria. «Este año es el aniversario de Azorín, un gran escritor. A ver si consideran que está a la altura», ironiza.
De Madrid a Itzea
Madrid ha reconocido a Baroja como hijo adoptivo y ha organizado rutas literarias con textos de Carmen Caro. Desde la panaderia que heredó de su tía Juana Nessi (como la tahona que aparece en 'La busca') hasta la casa donde vivió los últimos años, cerca de El Retiro. Terminaba sus paseos en las casetas de la cuesta de Moyano. El piso en el que residía antes de la Guerra Civil «lo bombardearon y se perdieron cuadros, papeles, archivos y manuscritos, bien por incendio o bien por expolio. A veces nos preguntan: ¿dónde están las cartas de Valle Inclán y de Ortega? ¿dónde está el dibujo de Picasso? Pues desaparecieron».
A Carmen no le sorprende que el reconocimiento a uno de los grandes escritores españoles «vaya por barrios. Su talante crítico era una parte indispensable de su vida y de su obra», destaca. «Era escéptico y mordaz en todos los terrenos, y eso forma parte de su atractivo. Lo políticamente correcto no iba para nada con él. A lo mejor ahora hay gente a la que le resulta inconcebible la libertad con la que hablaba Pío Baroja». Esa personalidad sigue atrayendo a «historiadores y lectores entusiastas» que contactan con sus herederos. Incluso les han propuesto convertir en museo Itzea, la casona de Bera donde se conserva su legado. «Hay algún político que quiere marcarse el tanto, pero siempre lo hemos recibido con bastante desagrado», zanja Pío. «Es una casa viva, familiar».
Desde niños han pasado allí temporadas, pero fue en 2020 cuando él se instaló en Itzea junto a su madre. «Nos vinimos en junio, ella enfermó y empezó aquí con los tratamientos», relata. «Nunca había vivido un periodo tan largo y la verdad es que lo he disfrutado. Al margen de las calamidades colectivas y la preocupación familiar, he disfrutado muchísimo de la biblioteca y entorno, del pueblo y de los paseos por el monte. Y he estado bastante creativo». En 'El cuaderno de la ausencia' hace un recorrido por la memoria familiar a partir de la muerte de su padre, el director de cine y televisión y guionista Pío Caro Baroja.
«Pío Baroja estaba dentro de mi padre y de mi tío, Julio Caro Baroja», asegura. El prestigioso historiador y antropólogo era también bibliófilo y enriqueció la bibilioteca del novelista «con mucho libro científico y muchas incorporaciones». A sus sobrinos les contaba «que en su juventud Pio Baroja era más hosco, pero con los años se fue dulcificando». Él lo recordaba «como un hombre afable, socarrón, muy atento a las historias de los chicos. Y con un gran sentido del humor. Su carácter se apaciguó hacia los años 20 del siglo pasado, cuando llevaba once novelas de enorme éxito y ya no tenía que demostrar absolutamente nada a nadie». La Guerra Civil «le obligó «a volver a empezar a los 63 años», completa Carmen. Huyó a París y a su vuelta llevó una vida «muy discreta» en Madrid. «Tenía amigos y era anglófilo, su sitio de tertulia era el Instituto Británico. No era una persona amargada, todo lo contrario».
«Lo barojiano es la rebeldía, el espíritu crítico. Y también una mirada tierna, 'dickensiana', hacia el ser humano en toda su complejidad»
Pío Caro-Baroja Jaureguialzo
Editor y escritor
Itzea se construyó en el siglo XVII y era «una ruina» en 1912, cuando Serafín Baroja decidió comprarla. Él no pudo disfrutarla, pero sus hijos Ricardo, Pío y Carmen la fueron arreglando y llenando de vida verano tras verano. «Son inspiradores las sensaciones y los recuerdos. Todo lo que ella concentra de la vida de seres excepcionales que yo no llegué a conocer de primera mano, pero de alguna manera estaban presentes», describe Pío. «Tanto mi padre como mi tío Julio les debían su manera de ser, su manera de estar en la vida y muchas afinidades culturales y literarias. También desde el punto de vista ideológico. Y no hablo de política, sino de la posición del hombre en la sociedad y y en el mundo».
Allí ha respirado esta última generación –ninguno de los dos hermanos tiene hijos– lo que significa ser «barojiano», un concepto que «parte de una rebeldía unida al individualismo. El punto de referencia es el hombre por encima de colectividades, de ideologías y demás historias. Ser barojiano es tener un espíritu crítico, no dejarse arrastrar por ningún tipo de doctrina, sea política o religiosa. Y también es una mirada tierna y cándida hacia el ser humano en toda su complejidad. Una mirada 'dickensiana', podríamos decir, porque Baroja también bebe mucho de Dickens y de su manera de describir la pobreza». Hoy su tío abuelo seguiría siendo políticamente incorrecto, «como todos los grandes escritores lo han sido siempre». El camino más trillado «quizás sirva para que te den una subvención, para quedar más o menos bien ante la parroquia, pero la literatura es otra cosa».
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