La policía que convivió ocho años con un comando de ETA
La directora bilbaína Arantxa Echevarría rueda 'La infiltrada', la historia de la topo que propició la caída del Comando Donosti tras camuflarse en ambientes abertzales
En el número 3 de la muy burguesa y donostiarra calle Urbieta, a tiro de piedra de La Concha, hoy hay viviendas turísticas. En 1999, ... en uno de sus pisos vivían dos sanguinarios etarras, Sergio Polo y Kepa Etxebarria, junto a la mujer que los había acogido, Arantxa Berradre. Pasaron juntos año y medio sin que los terroristas supieran nunca que, en realidad, Arantxa era una agente de la Policía Nacional, que con veintidós años se había infiltrado en los ambientes abertzales de la capital guipuzcoana. La única mujer que fue topo en ETA fingió durante ocho años. Gracias a ella cayó el 'comando Donosti' y el entonces ministro del Interior Jaime Mayor Oreja supo que la tregua de 1998 era una trampa y que la banda estaba rearmándose.
En un piso de la calle Moraza, perpendicular a Urbieta, Arantxa Echevarría rueda 'La infiltrada', una historia verídica que parece mentira. Carolina Yuste, a la que la directora bilbaína descubrió en 'Carmen y Lola' y por la que la actriz ganó el Goya, encarna a Berradre, el nombre ficticio de la agente de Logroño que, recién salida de la Academia de la Policía en Ávila, acabó jugándose la vida en San Sebastián. Luis Tosar es 'El Inhumano', el mote que pusieron sus compañeros al jefe de Policía que vio en aquella jovencísima agente las cualidades necesarias para una misión suicida.
«He hablado con 'El Inhumano' y con sus compañeros. Todos recuerdan a una mujer con una fuerza de carácter increíble, pero llana, lisa», describe la directora. «No sobresalía ni por muy guapa ni por muy fea, ni por muy abertzale ni por muy pija. Era alguien que pasaba desapercibida y no llamaba la atención, pero muy rápida y lista. Y con una fuerza de voluntad increíble para dejar de ver a su familia y amigos».
En 1992, la Policía Nacional no contaba con los cursos y la ayuda psicológica actual para infiltrarse. Berradre empezó a actuar en Logroño introduciéndose en los círculos de apoyo a insumisos. De ahí a la herriko taberna de la Parte Vieja de San Sebastián. «Tenían que confiar en ella, por eso nunca preguntaba nada ni intentaba entrar. Durante dos años estuvo sin hacer nada, solo que la vieran. Me parece increíble que una chica cuyo único mundo era Logroño y Ávila fuera capaz de hacerlo. Le dio pausa a su vida y se metió en este embolado. Es la parte que más me gusta de la historia, el viaje emocional de una persona que finge».
Arantxa Echevarría barajó conocer a la protagonista de su historia antes de escribir el guion junto a Amelia Mora, pero después cambió de idea. «La productora ha podido llegar a ella. Yo pensé que ya no quería conocerla porque me lo iba a cambiar todo. Esta Arantxa es la mía», argumenta la directora. Berradre desapareció para salvar su vida. La juez de la Audiencia Nacional Teresa Palacios pidió a la Policía información sobre ella, pero se le contestó que no existía nadie con ese nombre. La revista 'Ardi Beltza' publicó una foto suya a manera de 'Se busca' y aventuró que había sido destinada en una embajada y posteriormente trasladada a Ceuta, Melilla, Madrid, Pamplona y Barcelona.
Respeto a las víctimas
A la autora de 'Chinas' le fascinó que alguien sacrificara su juventud, de los 22 a los 30 años, «la época más importante de tu vida, cuando tienes novio, viajas, vas de fiesta...». Las decenas de micrófonos indetectables en el piso de la calle Urbieta proporcionaron una preciosa información. «Arantxa salvó muchas vidas, la lista de objetivos del 'comando Donosti' daba miedo. Para mí, es una heroína. Aunque si preguntas en San Sebastián te dirán que no lo fue, porque para llegar a donde llegó, obviamente se llevó a gente por el camino», apunta Etxebarria, a quien preocupa sobre todas las cosas el respeto a las víctimas de ETA.
La cinta reproduce, siguiendo al detalle el atestado judicial, el asesinato en 1995 de Gregorio Ordoñez, diputado del Parlamento vasco y teniente de alcalde del Ayuntamiento donostiarra. Han rodado en el mismo lugar del crimen, el bar La Cepa. «Es muy delicado, pero fue lo que pasó. Hablamos con la familia, que entendió perfectamente lo que queríamos hacer, contar aquel periodo en el que empezaron a ir a por políticos como Gregorio, al que le tenían muchísimo aprecio en la ciudad. Era una persona increíble. Contar ese asesinato era importante para saber dónde estamos, quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Y está clarísimo: ETA eran unos asesinos y había que mostrarlo, porque la única manera de hablar del pasado de un país es mostrar a las víctimas», zanja Arantxa Echevarría.
A punto de finalizar un rodaje de seis semanas en localizaciones de Gipuzkoa y el País vascofrancés, Echevarría rodaba este martes la escena en la que los policías españoles reciben la noticia de la detención de Francisco Javier Arizkuren Ruiz, 'Kantauri', jefe militar de ETA. «¡Cómo me voy a calmar, si es el puto 'Kantauri', lo sabe todo!», grita Luis Tosar junto a Víctor Clavijo, que encarna a uno de los policías del operativo que quedó desbaratado por la falta de comunicación con la Gendarmería francesa. La directora cuenta que Tosar lo clava siempre desde el primer ensayo: «A veces le digo algo al oído para disimular, porque siempre lo hace de puta madre».
En cuanto a Carolina Yuste, la definición de actriz fetiche se queda corta. «Me encanta trabajar con ella», constata la directora. «Me ayudó mucho con los actores en 'Carmen y Lola', yo no podía con todo y ella era la única actriz profesional en el rodaje. Hemos crecido juntas y salido de la misma marginalidad, somos dos mujeres muy empoderadas. Sé que me lo va a dar todo».
Bowfinger, la productora de María Luisa Gutiérrez y Santiago Segura que está detrás de las taquilleras sagas 'Padre no hay más que uno' y 'A todo tren', produce 'La infiltrada', que tiene muchos boletos para competir en el próximo Festival de San Sebastián. Lo que es seguro es que el filme no sacará del anonimato a su protagonista, que, como recuerda Arantxa Echevarría, vivió en un tiempo en el que ser policía en Euskadi significaba acudir a los funerales de compañeros. «Si hoy se lo preguntara supongo que me diría que mereció la pena. Sus compañeros, que la arropaban sin que ella lo supiera, hablan todavía con admiración. Y te dicen: yo habría querido hacer eso».
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