Los directores de 'Maspalomas', José Mari Goenaga y Aitor Arregi, en el Zinemaldia. AFP

Nuestro lugar en el mundo

'Maspalomas' pone encima de la mesa temas para la reflexión de los que dejan poso, de los que no te dejan indiferente

Txema Ezkerra

Director de Diversidad, Convivencia y Solidaridad Intergeneracional del Gobierno vasco

Viernes, 3 de octubre 2025, 10:37

En el Kursaal, entre aplausos largos y miradas emocionadas, vi algo más que una película. Vi un espejo, una de esas historias que inspiran y ... que empujan al cambio, la última obra de José Mari Goenaga y Aitor Arregi, con la magistral interpretación de José Ramón Soroiz, de Nagore Aranburu, Kandido Uranga, Zorion Eguileor y Kepa Errasti. Vi a Vicente. Y con él, vi a tantos y tantas que siguen buscando o incluso defendiendo, su lugar en el mundo.

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Es de esas películas, que muestra realidades para muchos lejanas e incluso invisibles sin complejos, que pone encima de la mesa temas para la reflexión de los que dejan poso, de los que no te dejan indiferente.

Vicente, a sus 76 años, vive libremente su sexualidad en Maspalomas a donde llegó hace 25 años tras una ruptura matrimonial y familiar, hasta que una circunstancia médica lo obliga a regresar a Donostia, a ingresar en una residencia, a reencontrarse con su hija con la que tiene pendiente algo más que una conversación y con ello, a volver al armario. Una metáfora que duele pero que para muchos es real. Y es que, todavía hoy hay personas mayores LGTBIQ+ que tienen que esconder quiénes son para poder envejecer con tranquilidad.

Maspalomas te saca una sonrisa, te conmueve y te remueve. Lo ha dicho la crítica: «relato soberbio, crudo y emocionante». Pero más allá de las luces del cine, lo que verdaderamente nos interpela es lo que Maspalomas muestra sin filtros la realidad de tantas personas mayores LGTBIQ+ que enfrentan silencios impuestos, incomodidades institucionales y armarios de última generación. Más amplios, más amables en apariencia, pero igual de cerrados. Quiero decirlo alto y claro: la vejez no puede ni debe ser sinónimo de invisibilidad, y menos aún, de renuncia.

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Maspalomas habla también de las redes que nos sostienen: las que heredamos, las que construimos y las que, tras volvernos a encontrar con nosotros mismos, reconstruimos. Habla del valor de los entornos seguros, de los afectos elegidos, de la comunidad como espacio de protección y libertad. Y nos recuerda que cuidar nuestras redes, volver a lo comunitario, salir del individualismo en el que empezamos a estar cómodamente instalados, es cuidarnos como sociedad. Porque cuando hablamos de nuestro lugar seguro en el mundo, hablamos de vínculos, de esos que cuidamos y de esos que dejamos de cuidarlos y que la vida nos vuelve a poner delante para reconciliarnos con ellos. Y cuando hablamos de vínculos, hablamos de comunidad.

Como responsable público, como ciudadano, recojo el guante que lanza esta película. Me comprometo a seguir trabajando para que nuestras políticas públicas escuchen más, abracen más, transformen más. Para que no haya espacios de silencio, sino de reconocimiento. Porque la diversidad no es una cuestión que gestionar: se pone en valor. Para que la sexualidad, también en la tercera edad, no se esconda: se respete. Para que la identidad, cualquiera que sea, no se silencie sino pueda expresarse con orgullo.

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Me comprometo a revisar los gestos, las palabras, las decisiones que tomamos cada día, y que, sin darnos cuenta, pueden construir nuevos armarios. Invisibles, sí, pero igual de letales.

Maspalomas nos invita a reconciliarnos con nosotros mismos. Con nuestras contradicciones. Con nuestras heridas. Y también con nuestra posibilidad de cambio y transformación. Nos recuerda que el proceso de ser uno mismo nunca acaba, y que ese camino necesita menos juicios y más cuidado.

Desde aquí, invito a todos y todas a hacerse una pregunta tan incómoda como urgente:

¿Estamos ayudando a que cada persona encuentre su lugar en el mundo… o estamos empujándola de nuevo hacia el margen?

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Hoy más que nunca, tenemos la obligación de asegurar que ese lugar existe, está habitado de respeto y, sobre todo, es compartido.

Desde el Gobierno Vasco, trabajamos por ello. En el modelo de gestión de los cuidados en los centros residenciales, se incorporará una perspectiva inclusiva que garantice en todo momento los derechos de las personas LGTBIQ+, asegurando que la identidad sexual, de género o su expresión no implique discriminación alguna ni suponga merma en la dignidad, autonomía personal o en el acceso a los servicios. El personal profesional deberá contar con la formación adecuada en esta materia, y se establecerán protocolos específicos de actuación que regulen el abordaje de cualquier aspecto relacionado con las personas LGTBIQ+.

Pero necesitamos más. Necesitamos una ciudadanía activa, sensible, comprometida. Necesitamos instituciones valientes. Necesitamos que cada gesto cuente. Porque el lugar en el mundo no debería ser un privilegio, debería ser un derecho.

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