Crítica de 'El jockey' (2024): Después del accidente

Sin embargo, si le hace tilín el cine osado y tiene una tarde proclive a dejarse llevar por sensaciones, como soñando en una bonita siesta multicolor, puede que disfrute, y mucho, con esta propuesta singular en la que hay hombretones con bebés en brazos, jockeys que bailan cual contorsionistas, personajes pasmados, músicas retros, dramas con un punto almodovariano y cierto humor del absurdo.

El bonaerense Luis Ortega ya demostró en 'El ángel' su querencia por los personajes enigmáticos y el esteticismo. Esta vez cuenta con la complicidad de Timo Salminen, director de fotografía en casi toda la filmografía de Aki Kaurismäki, para crear hipnóticas composiciones de personajes opacos mirando a cámara. Los otros dos nombres destacadísimos son los de sus protagonistas. Nahuel Pérez Biscayart está inmenso como jinete politoxicómano, como persona ida y errante que, tras un accidente, mira al mundo con mirada perpleja y abrigo de piel, como varón que acoge con naturalidad su parte femenina. Úrsula Corberó no puede resultar más magnética.

'El jockey', Premio Horizontes en el último Zinemaldi, puede parecer que divague sin rumbo, pero entre sus planos dibuja una sociedad apesadumbrada y desesperanzada, y apunta la posibilidad de renacer en ella. Más allá de lo narrativo, logra crear una peculiar atmósfera de pop vintage en la que nunca olvidaremos al jockey arrojado que avanza por túneles mientras golpea el techo con su fusta, o a ese ser vendado, maquillado y desvalido que recoge objetos del suelo y los guarda en su bolso.