Crítica de 'Siempre contigo' (2020): Hijo del amor

'Rain Man' (Barry Levinso, 1988), 'Mi nombre es Khan' (Karan Johar, 2010), 'Chocolat' (Lasse Hallström, 2010) o 'El Faro de las orcas' (Gerardo Olivares, 2016) son algunos de los mejores títulos que han tratado el siempre delicado tema del autismo con ternura, sensibilidad y afecto. Ahora, el director israelí Nir Bergman lo vierte en imágenes a través de las relaciones no siempre fáciles de un padre que ha dedicado toda su vida a criar a un hijo autista. Al fin, ambos adultos deciden echarse a la carretera, en un emotivo viaje de conocimiento mutuo, con sus aristas, con sus quebrantos, filmado con discreta intensidad por el galardonado autor de 'Abre tus alas' (2002).

Unos actores de recibo colaboran al éxito de un filme empeñado en demostrar contra viento y marea que el ser humano más feliz es aquel que pasa por la vida con un mínimo de dolor. Es la sabia lección que se desprende de 'Siempre contigo', conforme asistimos a un conmovedor periplo paternofilial, mientras la luz de la luna inunda los caminos como si fuese música, el aire permanece en perfecta calma y los petirrojos se ceban en las bayas maduras. De ahí que la película, cara al espectador, propicia una especie de examen de conciencia y nos pregunta: «¿Cuántos brazos nos quedan aún por abrir?» «¿Cuántos pétalos negros todavía por cerrar?».

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