El Bellas Artes recupera el color de los cuadros de Zuloaga en el santuario de Arrate

Como a todo, el tiempo les ha pasado factura y necesitaban una restauración, realizada en el Bellas Artes de Bilbao, donde se presentaron este lunes, en un año en el que se conmemora el 150 aniversario del nacimiento del pintor eibarrés. Una tarea en la que han colaborado, además del museo, el Obispado de San Sebastián, la Diputación de Gipuzkoa y el Museo Zuloaga en el castillo de Pedraza (Segovia), este lunes representado por Enrique Laborde, bisnieto del artista. El resultado ya se puede ver en la sala O, de Otredad, de la muestra de la colección titulada 'ABC. El alfabeto del museo'.

La idea de restaurar los cuatro lienzos surgió cuando se realizó la antológica sobre el pintor en el Bellas Artes en 2019. Uno de sus comisarios, el coordinador de conservación y restauración del centro Javier Novo, explicó este lunes que se dieron cuenta de que no llegaban para incorporar las escenas de devotos en peregrinación, porque necesitaban con urgencia pasar por el taller. Dos años después, los peregrinos lucen unos colores más nítidos.

Novo explicó que, si bien Zuloaga utiliza en ellos su fórmula característica entre las figuras y el fondo, en esa época empezó a dar una mayor luminosidad a sus composiciones y a experimentar con los colores. Destacan los tonos azules, rosas y violetas, que, si bien fueron habituales en su producción entre 1903 y 1905, adquieren en el retablo de Arrate una intensidad especial.

Las obras sufrieron numerosas vicisitudes que obligaron al artista a restaurarlas en un par de ocasiones. La última fue en la Guerra Civil, cuando fueron despojadas del altar y trasladadas temporalmente a Bilbao.

Durante esos años adquirieron en su obra mayor presencia los retratos grupales, como los de estas pinturas. Algunos de ellos, añadió Novo, eran inventados. Como el titulado 'Gallito y su familia', de 1903 y propiedad de la Hispanic Society de Nueva York: se suponía que los retratados eran familiares del torero, cuando en realidad trabajaron para el pintor como modelos profesionales.

El experto diferenció entre modernos y vanguardistas en la época de Zuloaga y encajó a este en el primer grupo, con los artistas expresionistas y figurativos más habituales entonces en Centroeuropa que en París, y con detalles como la calavera, que ya había utilizado.

Después de poner las pinturas en su contexto, la responsable de restauración del museo, María José Ruiz-Ozaita, explicó cuál había sido su tratamiento. Las vieron en el santuario y pensaron que las degradaciones de las pinturas se debían a procesos biológicos de envejecimiento, al estar en ese tipo de recintos expuestos a cambios de temperatura y otros fenómenos.

Pero, al analizarlos de cerca, se dieron cuenta de que de la combinación de los ácidos grasos del óleo con los pigmentos había producido una reacción química, generando unas sales que llegaban a la superficie y creaban manchas blancas.

Desmontaron los cuadros del retablo y, ya en el museo, desprendieron las telas de los bastidores. Al pasar un bastoncillo con una solución acuosa para limpiarlo, vieron que se quedaba negro, lo que atribuyeron al humo de las velas. Después de la limpieza, volvieron a barnizarlos y retocaron las pequeñas faltas. Entre el antes y el ahora, no hay color.