«Les cuento a mis amigas que no quise dormir con Javi después de tener sexo y justo me escribe...»
Las decisiones se toman mejor con rabas, cervezas… y amigas que no se callan nada
Karri Bilbao
Viernes, 18 de julio 2025, 00:45
Quedo con Nahia en la Plaza Nueva el domingo a la una, al día siguiente de mi encuentro con Javi en Plentzia y de continuar ... en su casa. Encontramos mesa y pedimos unas rabas y botellines de cerveza tostada 00. En media hora se sumará Lidia y prolongaremos la mañana hasta pasadas las cuatro. En la mesa de al lado una cuadrilla de chicas comparte confidencias al igual que nosotras. Ríen sin parar y deciden que ya va siendo hora de marchar a otro lugar. Inmediatamente después, tres chicos ocupan la mesa y saludan a Nahia con efusividad. Se conocieron la víspera en el Azkena y, según parece, ellos están encantados de la coincidencia, pero a ella, por su reacción espontánea, no parece hacerle tanta ilusión. Disimula con educación al saludarles con un «qué casualidad» y, en seguida, gira la cabeza para que le salve de la situación. Me susurra, sin apenas mover los labios, que ayer no había manera de darles esquinazo; que agradables, sí, pero nada más que eso. Mientras me lo cuenta, llega Lidia y le decimos que mejor nos vamos al Zuga y, de paso, pedimos una carolina de roquefort. Nos despedimos de los vecinos de mesa con un «ya nos veremos» sin demasiada credibilidad…
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Ambas preguntan que cómo me fue ayer, que resuma el día completo en Plentzia y si acabamos en casa de Javi en Algorta o no. Les digo que muy bien, que estar con él me hace sentir bien conmigo misma. Conocernos desde que éramos críos facilita que la relación fluya con naturalidad. Y les digo que sí, que terminamos en la cama… Nahia insiste en los detalles y pide que sea más explícita en lo relativo al sexo. ¿Hubo pasión? ¿Fuegos artificiales? No respondo de primeras, y no es por pudor sino porque la respuesta es difícil de simplificar en un monosílabo. Hubo cariño, complicidad, empeño por ambas partes en que todo encajara a la perfección. También les cuento que me dijo un «Te quiero» de manera inesperada y que antes de que me acompañara al metro para volver a Bilbao, salimos por Algorta con una pareja de amigos suyos.
Nahia es transparente como el agua y sus gestos le delatan, aunque no diga palabra. Lidia es de otra manera, pero también calla. Es evidente que tengo que romper el silencio con un «qué sucede». Les parece precipitada su declaración de amor el primer día que pasamos juntos, y raro que haya preferido regresar a mi casa un sábado de madrugada que amanecer junto a él, si tan a gusto estábamos. Ahora soy yo quien se queda sin habla. No sé qué decir, si darles la razón o quitársela. Lo cierto es que lo que siento por Javi no son nervios de principiante, mariposas en el estómago, enamoramiento propio de la adolescencia ni nada que se le parezca.
¿Entonces? La respuesta es evidente: él personifica la posibilidad de tener pareja. Una estabilidad emocional, planes y vacaciones juntos. Todo eso que se supone construye una vida en común. Y él es alguien que conozco desde siempre y sé que no me traicionará con idas y venidas, secretos ni desequilibrios en la relación porque me siento en casa, querida. Pero la reflexión se queda en mi cabeza. Mientras tanto, Javi me envía unas palabras que me hacen sonreír. Leo un «ya te echo de menos y cuándo volvemos a vernos» acompañado de un corazón y una de sus canciones favoritas: 'Pero a tu lado', de Los Secretos. Le responderé después, cuando esté sola.
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Nahia propone tomar la espuela en la plaza Unamuno, que siempre hay ambiente. Para allá vamos felices las tres, encantadas de disfrutar juntas de un domingo de verano.
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