Terremotos, inundaciones y la amenaza del Daesh
El batallón recupera su rutina tras seis meses en Irak, adonde viajaron la mitad de los efectivos en el marco de una coalición de 70 países para formar al Ejército y Policía locales
Sergio García
Domingo, 19 de enero 2020, 01:33
Javier Jiménez Silvestre es teniente coronel y su hoja de servicios incluye misiones en Kosovo (dos veces) y Líbano, así como visitas varias a ... Afganistán y Malí. En noviembre de 2018, él y sus hombres se unieron a la coalición internacional de 70 países formada en respuesta a la solicitud de ayuda del Gobierno iraquí al Secretariado General de la ONU para frenar el avance del Daesh en su territorio.
Fueron seis meses consagrados a «entrenar e instruir» a unidades de nueva creación de las fuerzas armadas y a policías locales. Formaron a un total de «seis mil hombres» en la base 'Gran capitán' de Besmaya, un inmenso campo de instrucción a 30 kilómetros al este de Bagdad, un fortín en mitad de la nada. Nunca entraron en combate, aunque estando allí, al final de la misión, los insurgentes bombardearon la base de Taji donde había destacados dos españoles.
«Era un entorno relativamente seguro, pero la rutina era muy dura. Hubo gente que en seis meses no salió de la base, donde había tropas de cinco países», ilustra Jiménez. La relación era cordial, «mejor con los portugueses y norteamericanos; peor con los británicos. Yo creo que ya estaban preparando el 'Brexit'», dice entre risas el capitán Sergio García Aznar. Los sustos llegaron por donde menos se lo esperaban. Dos terremotos –uno de 6,1º en la escala Richter– y unas inundaciones como pocos habían conocido. «Parecía que nos habíamos llevado toda la lluvia de Bilbao, los ingenieros se tuvieron que emplear a fondo», relata Jiménez, quien recuerda con especial cariño la calle que bautizaron 'Bilbao', rodeada de módulos prefabricados donde se cobijaban.
La familia siempre ocupaba un lugar en sus pensamientos. «Te enseñan a no llamar a la familia siempre a la misma hora, porque como un día fallen las comunicaciones, la gente se emparanoya». Ni hubo bajas ni necesidad de evacuar a nadie por enfermedad de un familiar o nacimiento de un hijo. «Nos tomamos las uvas con las campanadas del año anterior que alguien tenía grabadas. Como son dos horas de diferencia, la Igarteburu se estaba todavía vistiendo».
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