Directo Más de 2 kilómetros de retenciones en Santo Domingo por la avería de un coche
La emigración fue una constante en la España de la posguerra.

La deportación silenciosa

Quince mil andaluces que emigraron a Barcelona durante la posguerra fueron confinados en un recinto de la ciudad y enviados de regreso a sus pueblos entre 1952 y 1957

Javier Muñoz

Sábado, 16 de abril 2016, 20:57

La memoria es frágil. Los televidentes que contemplan las imágenes de los refugiados en los Balcanes olvidan que durante la posguerra española unos 15.000 ... emigrantes andaluces fueron deportados de Cataluña y devueltos a sus pueblos en el campo. Según llegaban a Barcelona en busca de trabajo, la Policía Armada los confinaba en un pabellón de Montjuic; un lugar denominado Palacio de las Misiones que estaba situado en los jardines de Joan Maragall. Allí eran clasificados y desinfectados, los hombres por un lado, las mujeres por otro. Se los alimentaba hasta que los subían a un tren y los mandaban de regreso a Andalucía.

Publicidad

La historia la ha recordado Miquel Molina en un artículo publicado en La Vanguardia, rotativo del que es director adjunto. Se hace eco de un estudio de Jaume V. Aroca e Imma Boj, directora del Museo de Historia de la Inmigración de Cataluña, investigadores que no han conseguido verificar si también hubo deportaciones continuadas en Madrid. Las de Barcelona fueron ordenadas por un gobernador civil y afectaron a los inmigrantes que llegaban a Cataluña sin tener una vivienda donde instalarse, de modo que se corría el riesgo de que acabaran hacinados en barracas (se las llamaba viviendas no autorizadas). Un arzobispo escribió en aquella época que «el número excesivo de esos inmigrados da lugar, en parte, a la inmoralidad de nuestras urbes».

Molina cuenta que en el Pabellón de Misiones unos inmigrantes tuvieron más suerte que otros. Mencionó el caso de un policía andaluz que había llegado a Barcelona antes de la Guerra Civil y que aparecía por el recinto en cuanto se enteraba de que había gente de su pueblo.

«Haciendo valer su autoridad -escribe Molina- se los llevaba a su casa de Gràcia, donde esperaban que un paisano o un conocido catalán les encontraran trabajo». Por esa vía se ahorraban la vergüenza de la deportación.

Publicidad

Molina recupera este relato, que escuchó en casa cuando era pequeño, para rebatir la tesis de que la Dictadura franquista orquestó la colonización de Cataluña, una idea que aparece en un manifiesto a favor de que el catalán sea la única lengua oficial de esa comunidad.

Lo que ocurrió, en términos históricos, es que el éxodo económico de familias que huían de la miseria para trabajar en la industria fue de tal calibre que se produjo un problema de chabolismo en las ciudades.

Publicidad

«La historia familiar dice que (el pabellón de) Misiones fue cayendo en desuso conforme la economía despegaba y los inmigrantes encontraban trabajo con más facilidad», recuerda Miquel Molina. En su opinión, la inmersión lingüística en catalán fue el paso definitivo para la integración de los recién llegados en la sociedad de acogida.

Esta historia demuestra hasta qué punto la inmigración alimenta tópicos y es inmune a análisis racionales. Los hijos y nietos de quienes tuvieron que emigrar en su momento, ciudadanos hoy plenamente integrados y asimilados, recelan de los nuevos inmigrantes, a quienes responsabilizan de poner en peligro los usos y costumbres locales, además de causar todo tipo de problemas, especialmente, la delincuencia y el abuso de los servicios públicos. En suma, el mismo discurso que les endosaron a sus padres y abuelos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad