Sobre niños y degenerados
La actitud de algunos adultos con sus hijos, sobrinos o nietos roza lo absurdo, sea por defecto de celo o por exceso de control
Jon Uriarte
Sábado, 30 de agosto 2014, 00:22
Escribo estas líneas tras regresar a Madrid después de unos días intensos en Bilbao. De esas jornadas que duran 30 horas y dan mucho de sí. Incluida una noche mágica en San Mamés. De ahí que, por dos días, haya desconectado de todo. Quizá por ello me pareció tan lejano, desde el botxo, aquello que vi por televisión, en una de las escasas treguas que permitió la fugaz visita a casa. No recuerdo la cadena, pero no puedo olvidar el mensaje. Hay miedo. Terror, incluso. Tres casos confirmados y dos intentos, por fortuna, frustrados han puesto a Madrid en alerta extrema. Un pederasta y violador en serie actuaba sin dejar, aparentemente, ninguna pista. Más allá de la rabia y de la repugnancia que provoca, está la perplejidad. Parece extraño que no le hayan pillado ya. Difícil de aceptar. Actúa como si conociera la zona y los métodos policiales. Lo que da que pensar, respecto al perfil del tipo. Espera que no sea el que menos esperan. Pero si escribo estas líneas no es para recordar lo evidente, sino para reflexionar sobre la estupidez humana. La actitud de algunos adultos con sus hijos, sobrinos o nietos roza lo absurdo, sea por defecto de celo o por exceso de control.
"Padres y abuelos han dejado de sacar a los menores de casa". Así lo contaba la voz en off de la pieza del informativo que abordaba el asunto. Y lo corroboraba una madre que vivía en Ciudad Lineal y que no sabía si ponerse seria, reírse o saludar a sus primos de Cuenca. O de Lima, porque la mayoría eran de tierras lejanas. Entonces, mientras el reportero ponía cara circunspecta y voz dramática, me llamó un amigo de Barcelona y entre el qué tal estás y qué tiempo hace en Bilbao, me soltó que en la ciudad condal hace un calor y una humedad del carajo y que están acojonados con lo del pederasta. Como si Ciudad Lineal, Hortaleza o Coslada llegaran hasta allí. "Es que tú no eres padre y no sabes lo que es ese miedo irracional", me apunta cuando le recuerdo el campo de acción del depredador sexual. Y entonces me callo, porque esa es una puerta que se utiliza cuando ya no se quiere seguir hablando de relaciones padres-hijos. Pero me habría gustado explicarle que si me dejan a una sobrina para que la cuide, y tengo esa edad, se lo que haría y, sobre todo, lo que no haría. El imbécil.
Una cosa es tener máxima atención y tomar las precauciones oportunas, y otra no salir a la calle. Conozco casos en que niños, y sobre todo niñas, están asustados ante las noticias que escuchan o ven en los medios. Y la única forma de no traumatizarles, lo dicen los expertos, es explicando que hay gente mala y que solo tienes que hacer caso a tus familiares. Lo de toda la vida, vamos. Al menos desde que existe el hombre del saco y el sacamantecas, que decían en mi casa. Porque degenerados ha habido siempre. La diferencia es que antes nos conocíamos todos en el barrio, la calle y el parque, y ahora no conocemos ni al vecino de enfrente. Lo que me lleva a otra cosa que no haría: dejar que una criatura vaya sola a hacer un recado o al lugar de juegos. Claro que ves al padre de la niña que escapó de un hombre en Huelva, cuando presuntamente intentaba secuestrarla, y entiendes que sea la cría la que vaya a los recados porque ese padre no tiene cabeza ni para encontrar el cuarto de baño de su casa. Tampoco entiendo, y no hace falta que existan casos de violaciones, que haya padres que suelten a los hijos en cualquier lugar como si fueran cáscaras de pipa. Sobre todo, cuando en tu barrio hay confirmadas tres violaciones a tres menores. Muy tonto tienes que serlo, o al menos, muy irresponsable. Porque basta con estar cerca de la niña para que no pase nada. El perfil del pederasta es el de un cobarde. No lo olviden. Si ve un adulto huirá. Lo que me lleva al último punto. Fuenteovejuna.
"Ayer hubo un problema con un hombre que se paró a mirar y los padres casi le pegan". Era uno de los testimonios que también hemos visto por televisión. No ha sido el único. Cuando la sociedad se convierte en masa siempre juzga mal. Y de no prestar atención al hijo, pasamos a sospechar hasta del barquillero de toda la vida. De ahí, que el caso de este pederasta y el de los, aparentemente, imitadores que han surgido, esté sacando, otra vez, lo peor de cada casa. Y no hay nada más letal ni contagiosa que esa epidemia llamada "estupidez general". En este asunto, lo único que hace falta, más allá de la efectividad policial, es tener alertas los tres sentidos. Vista, oído y uno que con desgracia siempre olvidamos: el puñetero sentido común.