El dilema del PSE
El socialismo vasco carece de margen de error tras el 25-S. Si no rentabiliza su probable alianza con el PNV, se arriesga a la irrelevancia
Alberto Ayala
Domingo, 9 de octubre 2016, 02:18
PNV y PSE protagonizan estos días el tradicional ritual de acercamiendo político que suele preceder al acuerdo. Unos y otros se han cuidado muy mucho ... de dar nada por hecho. A lo más que han llegado es a expresar una voluntad compartida de formalizar acuerdos que permitan conformar un Gobierno fuerte y lo más estable posible en Euskadi .
Y, claro, si no han querido ni reconocer que lo suyo apunta a historia de amor, menos aún se han mojado sobre el tipo de enlace. A micrófono abierto, se entiende. Por debajo, la Euskadi política sí da por sentado que, salvo sorpresa mayúscula, el lehendakari Urkullu presidirá la próxima legislatura un Gobierno de coalición PNV-PSE. Será dieciocho años después de que los socialistas abandonaran el Gabinete Ardanza en puertas de la firma del pacto excluyente de Lizarra. Fue el punto final a doce años de fructífera cooperación entre los dos partidos más viejos de Euskadi.
No parece que vayan a alzarse demasiadas voces contra esta eventual entente. Ni en las filas peneuvistas -aunque sean ligeramente más quienes se decantan por un Gobierno abertzale- ni en las socialistas. En el comité nacional del PSE celebrado el miércoles fueron contadas las voces que se posicionaron en contra, aunque ése no era el asunto estrella de la reunión sino el gravísimo cisma que vive el PSOE.
Antes de cerrar nada, jeltzales y socialistas tendrán exquisito cuidado en sopesar pros y contras. De manera singular el PSE, tras tocar fondo en los comicios de hace quince días, con sólo 126.000 votos, lo que supone un 11,94% de los votos, y apenas 9 parlamentarios de un total de 75. Los guarismos más pobres desde el restablecimiento de la democracia.
Partido de cuadros
Y es que el partido de Idoia Mendia fue hace dos semanas la quinta y última de las fuerzas parlamentarias en Bilbao (con sólo un 12,3% de los votos), Vitoria (14,4%) o Getxo (8,1%). En Donostia se situó en el escalón inmediatamente superior, cuartos con un 13,9%. Pero es que ni en Portugalete ni en Eibar, donde gobiernan, consiguieron revalidar victoria; quedaron segundos en la localidad vizcaína y terceros en la armera.
Si ya de por sí estos números ilustran el dilema socialista todavía cabe añadir otro dato. En los doce años que se prolongó el ciclo de los gobiernos de coalición PNV-PSE, entre 1986 y 1998, los peneuvistas mejoraron uno tras otro en los sucesivos exámenes en las urnas: empezaron en 1984 con 271.000 votos y 17 escaños y terminaron una década después con 304.000 y 21. Todo lo contrario que los socialistas, que arrancaron con menos votos que el PNV (252.000) aunque con dos escaños más (19), pero que se marcharon de Lakua en 1998, unos meses antes de las autonómicas de ese año, con tan sólo 174.000 y 12 escaños.
Pese a ello, los dirigentes del PSE se han mostrado tradicionalmente bastante satisfechos con el balance de aquellos gabinetes de coalición. Tanto por su contribución a la modernización de Euskadi como porque, a su juicio, coadyuvaron de manera determinante a moderar al nacionalismo.
Esta vez el problema es que el PSE carece de margen de error. Convertido en un partido de cuadros cada vez más alejado de los ciudadanos, si apuesta por la coalición con el PNV debe rentabilizarla o se arriesgará a la irrelevancia. Los buenos momentos del PSOE han tirado tradicionalmente del PSE hacia arriba. Ahora, con un PSOE en sus horas más difíciles en cuatro años, no queda ni ese clavo ardiendo al que asirse.
Nada extraño que en el comité del miércoles, el expresidente del PSE Jesús Eguiguren se mostrara descarnadamente crítico con la situación del partido en Euskadi. O que incluso Rodolfo Ares tampoco se anduviera con demasiados paños calientes.
Aunque la sesión se desarrolló a puerta cerrada, como es habitual, fuentes aseguran que Eguiguren dijo lamentar que el PSE avance de forma inexorable hacia la «marginalidad» por no haberse sabido «adecuar a la nueva Euskadi». Tanto él como Ares, tantas veces en desacuerdo, en esta ocasión coinciden: ven al partido cada vez con menos mimbres, más viejo y con menor capacidad de atracción social, por lo que toca «refundarlo» con tiempo y generosidad.
Horas de zozobra y división para el socialismo español. Horas de dudas e interrogantes para el PSE.
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