Cuando no hay señales externas
Hay individuos aparentemente integrados que son los más peligrosos porque sus víctimas no ven la necesidad de defenderse
Miguel Gutiérrez Fraile
Domingo, 24 de julio 2016, 03:55
Los recientes sucesos de Múnich, Niza y los anteriores de Noruega, entre otros muchos, cuyo denominador común es la matanza incomprensible de decenas de personas, ... impactan, duelen y desconciertan. ¿Por qué suceden? No es fácil responder a esta cuestión. Una tesis inmediata pasa por suponer que los autores de tales barbaridades padecen algún problema psiquiátrico grave en la medida en que su conducta se aleja mucho de las normas racionales de cualquier cultura y desde cierta perspectiva resulta incomprensible. Es una tesis, pero para contrastarla necesitamos saber y evidenciar antecedentes psiquiátricos claros. Si estos no existen, la tesis se desvanece. Únicamente personas con rasgos paranoides podrían pasar desapercibidas socialmente y en un momento dado ante determinantes externos concretos pasar a la acción, el perseguido que se vuelve perseguidor.
También se ha descrito el síndrome cultural Amok, una súbita y espontánea explosión de agresividad incontrolada, que hace que el afectado corra alocadamente o armada y ataque, hiera o mate a los que aparezcan a su paso, hasta que lo neutralicen o se suicide. El ataque homicida salvaje va precedido de un período de preocupación y depresión moderada. Después, la persona queda exhausta, a veces con amnesia completa y eventualmente acaba suicidándose. Este suceso guarda relación con la matanza de Columbine de 1999. Los autores de la matanza fueron dos estudiantes del instituto que se suicidaron tras el tiroteo. Al parecer, uno había desarrollado una psicopatía y el otro sufría una profunda depresión. Otro episodio semejante ocurrió en Lieja en una acción suicida contra la población en 2011. En estos casos parece que existían trastornos psiquiátricos previos.
Otra hipótesis es la supremacista, ideología que sostiene que una raza o cultura determinadas es superior a otras, promoviendo una ideología política que defiende su dominio social, sectario y exclusivo. Su fundamento es el etnocentrismo y su deseo de hegemonía. Suele asociarse con el racismo y cultiva el odio.
No muy lejos de ello estaría el fanático religioso que desde un planteamiento también supremacista asume como misión la marginación, cuando no la eliminación del infiel y su cultura. ¿Sería un enfermo mental? Podríamos considerar que se trata de personas con una cierta vulnerabilidad psicológica, fácilmente manipulables. Pero hay gente que estaría más cerca de lo que en el mundo occidental podríamos llamar malas personas: desde criminales hasta individuos aparentemente integrados en el entramado social. Esto los hace especialmente peligrosos frente a posibles víctimas, porque no hay señales externas que alerten y permitan una actitud defensiva. No sienten ni padecen. Sólo los mueve su propio interés y saben la diferencia entre lo que está bien o mal, pero no les importa. Con frecuencia, personajes de estas características, con graves problemas de adaptación social, incluso con antecedentes carcelarios, se convierten, se transforman y parecería que expurgaran sus culpas previas sirviendo a ideologías perversas, produciendo un daño social irreparable e inmolándose a continuación.
Pero estos individuos sólo representan el síntoma, no la enfermedad. Ésta es consecuencia de un conjunto de variables de origen sociopolítico y religioso que condicionan y determinan el desarrollo de este tipo de personas, despreciables para la mayoría de nuestro entorno y elogiadas sin embargo en otros ambientes diferentes y habitualmente minoritarios. Sobre estos sucesos subyacen muchas responsabilidades diferentes y no son las menores las de origen étnico o religioso, que de una forma u otra siempre aparecen en el sustrato de cualquier forma de terrorismo.
Miguel Gutiérrez Fraile es catedrático de Psiquiatría de la UPV-EHU.
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