«Me corto el cuello yo misma antes que volver a Turquía»
Los refugiados atrapados en Grecia se niegan a ser deportados: «¿Por qué Merkel dijo que las puertas estaban abiertas?»
darío menor
Sábado, 12 de marzo 2016, 02:50
A los próceres europeos se les ha olvidado preguntarles a los 42.000 refugiados que se han quedado bloqueados en Grecia tras el cierre de ... la ruta balcánica qué quieren hacer con su vida. En la cumbre del pasado lunes en Bruselas, los Veintiocho acordaron que estos supervivientes de la guerra en Siria, Irak y Afganistán tenían que retornar a Turquía, desde donde saltaron a alguna isla griega viendo cómo muchos de sus compañeros se ahogaban en las aguas del mar Egeo. Desesperados por no poder continuar su éxodo hacia Alemania, Austria o algún otro país rico de Europa, aseguran ahora que prefieren morir antes que volver, ya sea a sus naciones de origen o a un campamento turco. Si la Unión Europea finalmente cumple lo acordado con Ankara, tendrá que pisotear una vez más sus principios éticos y llevarse a rastras a los refugiados que hoy acoge Grecia.
«No pienso volver a Turquía de ninguna manera. Allí nos maltrataron y lo pasamos muy mal. Yo misma me corto el cuello antes de que me obliguen a retornar». Hama, una afgana de mediana edad, lleva poco más de una semana en territorio griego: primero en la isla de Samos, adonde llegó tras embarcarse en una pequeña nave con otros 70 refugiados desde la costa turca, y desde hace unos días en el puerto de El Pireo. Vive junto a sus tres hijas en una terminal para pasajeros. Aunque duermen por el suelo, hacinadas junto a otras familias y sin ninguna intimidad, son afortunadas. Otros muchos pasan la noche fuera, en tiendas de campaña que poco protegen del frío viento que azota los muelles. En total, más de 3.000 personas se hacinan estos días en varias zonas del puerto.
Todos los refugiados hacen la misma pregunta a los europeos que se acercan a hablar con ellos: «¿Sabe cuándo volverán a abrir las fronteras?». No acaban de creerse que han llegado tarde, que si hubieran desembarcado un poco antes en Grecia habrían podido continuar su viaje hacia el centro de Europa sin toparse con alambre de espino en los lindes de los países balcánicos. «¿Dónde vamos a ir ahora? Sabemos que aquí no podemos quedarnos, hay muy poco trabajo. Bastante está haciendo ya esta gente. No nos falta comida ni agua, estamos seguros y hay médicos que nos atienden», cuenta Smira Abd el-Aziz Dib, una siria de unos 30 años.
Como para darle la razón, en ese momento un señor griego se baja de un automóvil modesto y le pone en las manos una bolsa llena de comida. No le dice nada, sólo le sonríe y le entrega los paquetes como si fueran un regalo de bienvenida. Mientras esta mujer siria cuenta su historia a la puerta de un edificio portuario para turistas ahora tomado por los refugiados, otra compañera interrumpe su relato para lamentarse de que no tengan duchas. Sólo pueden lavarse a trozos en los lavabos y con agua fría. Es su única queja. Es común el agradecimiento a los griegos por cómo se están volcando con ellos. Pese a que llevan ya 7 años sufriendo las consecuencias de la crisis económica, son continuas las manifestaciones de solidaridad. En el puerto de El Pireo cada poco tiempo llega un coche cargado con ropa, comida o medicinas. Hay también numerosos voluntarios que organizan juegos con los niños o echan una mano en las casetas de asistencia montadas por la Cruz Roja.
Gripe y disentería
«Llevamos aquí 10 días, pero antes estábamos presentes en otros lugares del país adonde llegan los refugiados. Somos dos enfermeras y el resto son todos voluntarios», cuenta Athena Dimitru, de 46 años. «Aparte de los habituales casos de gripe y de disentería, los mayores problemas son psicológicos. Están destrozados y muy cansados, aunque quieren irse cuanto antes y seguir su camino. No desean permanecer en Grecia», explica la enfermera. Alrededor del pequeño ambulatorio de la Cruz Roja hay varias decenas de tiendas de campaña plantadas sobre el asfalto. Samir, un iraquí de unos 50 años, intenta montar una de ellas mientras le mira con ojos tiernos una de sus tres hijas. «Somos yazidíes, de Sinyar», dice con una sonrisa. «Vinimos escapando de Daesh».
Radicados en el norte de Irak y de Siria, los yazidíes constituyen una minoría religiosa odiada por los islamistas radicales. Por ello han sufrido toda la brutalidad del Estado Islámico, que se ensañó en particular con la población de Sinyar. A unos pocos metros de la familia de Samir está Saad, un yazidí de 19 años que ha llegado a El Pireo junto a su hermano. Rodeado por un grupo de chavales de su edad, todos coinciden al sacudir la cabeza, agitar las manos y decir «no, no, no» cuando se les pregunta si están dispuestos a volver a Turquía, como pretende la UE.
El rechazo a desandar el camino es unánime, da igual el país de procedencia. Originario de una localidad del noreste de Siria, en el Kurdistán, Mohammed Amuel ha cruzado Turquía y el mar Egeo junto a su bebé de pocos meses y su mujer, que está embarazada. «En Turquía nos pegaban. No pensamos volver. Si no nos dejan seguir hacia Austria, que es donde querríamos vivir, al menos que nos permitan quedarnos en Grecia. Sabemos que aquí no hay trabajo, pero hay paz», dice.
La familia Amuel es afortunada, pues podrá trasladarse a uno de los hoteles cerrados por la crisis económica que las autoridades griegas han alquilado para albergar a varios cientos de refugiados. El resto se espera que poco a poco vayan acomodándose en los quince nuevos centros de acogida que el Gobierno heleno abrirá en breve. Allí serán ubicadas las cerca de 20.000 personas hacinadas entre el puerto de El Pireo y el campamento de Idomeni, en la frontera con Macedonia. Para ello contará con la colaboración de la UE, según prometió ayer el comisario europeo de Ayuda Humanitaria y Gestión de Crisis, Christos Stylianides.
Mientras continúan las promesas de los políticos, varios cientos de refugiados pasan cada noche en las calles del centro de Atenas situadas en los aledaños de la plaza Victoria. Uno de ellos es Ahmed Zubair, un afgano de 22 años que, como otros muchos, dice «estar dispuesto a morir antes que volver a Turquía o a mi país». Antiguo estudiante de periodismo en la Universidad de Kabul, no se resiste a hacer preguntas: «¿Usted entiende por qué Merkel dijo que las puertas estaban abiertas para los refugiados y ahora cerraron las fronteras? Nosotros también somos seres humanos, huimos de la guerra y de la falta total de libertades y afrontamos un viaje muy peligroso en el que muchas personas murieron. ¿Cree que volverán a cambiar de opinión y nos permitirán seguir hacia Alemania o Suiza?».
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