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Un grupo de españoles, en el aeropuerto de Estambul a lo largo de la noche pasada.

Un vasco testigo de la matanza: «Queríamos huir hacia cualquier sitio, pero el aeropuerto era una ratonera»

Un joven vasco al que el atentado sorprendió en la terminal de Estambul, relata el pánico que se vivió en el aeródromo y el abandono que sufrieron los supervivientes por parte de las autoridades turcas y españolas

óscar b. de otálora

Miércoles, 29 de junio 2016, 14:58

Adrián Ruiz Unibaso, vecino de Orozko, vivió en primera persona el caos y el infierno que se desató ayer en la terminal de vuelos de Estambul al producirse el atentado en el que fallecieron 41 personas y 239 resultaron heridas. «Queríamos huir hacia cualquier parte pero no era posible. El aeropuerto era una ratonera», resume. Su pesadilla comenzó cuando se encontraba en la sala de espera 215 del aeródromo, esperando un vuelo a Bucarest, a donde viajaba con su novia y su madre para asistir a una boda. «Escuchamos un estallido y de repente vimos a todo el mundo correr de un lado para otro. Había maletas caídas por todas partes y la gente se tropezaba y rodaba por el suelo. Toda la zona de embarque era un horror», recuerda.

Adrián y sus familiares consiguieron deslizarse en medio del caos y refugiarse detrás del mostrador de una de las líneas aéreas que operan en el aeropuerto. «Cuando estábamos allí, en medio de los gritos, vi una alarma de incendios y empecé a pegarle golpes. Sabía que era una forma de pedir ayuda pero cuando conseguí romper el cristal de seguridad no se escuchó ninguna sirena. Vi otra alarma junto a un extintor y volví a romperla pero no pasaba nada», afirma. El joven de Orozko volvió a escuchar explosiones, esta vez más lejanas. Entre el ruido de los estallidos, los gritos del resto del pasajeros y las carreras desesperadas de las personas que se encontraban en el interior del aeropuerto consiguió orientarse y caminar hasta una de las zonas de embarque. «Ya sólo queríamos salir de la terminal pero era imposible. Esa puerta estaba cerrada con algún sistema hidráulico y no había manera de abrirla», explica. Adrián y sus allegados corrieron entonces hacia otra puerta de embarque, en la que podían ver un avión todavía conectado al 'finger'.

«Estábamos bastante desesperados. En ese momento no habíamos conseguido ver ni a una sola personas de seguridad ni a un agente de policía. Cuando llegamos a la nueva puerta de embarque sí que vimos a un empleado y creímos que intentaba bloquear la puerta para que no saliésemos. Entre unos cuantos le empujamos y entonces nos dimos cuenta de que él hombre lo que intentaba hacer era abrir el portón con su tarjeta para marcharse también». Adrián y el resto de pasajeros consiguió llegar a la pista pero allí los trabajadores del aeropuerto les gritaron que debían marcharse. «Por lo que nos pareció entender, ellos no sabían lo que había pasado en el interior de la terminal.

«Nadie decía nada»

Adrián y el resto de pasajeros regresaron a la terminal. En ese momento vieron a los primeros policías, pero fue algo fugaz. «Aparecieron unos agentes de seguridad y enseguida se volvieron a marchar. Allí nadie nos decía nada. Las tiendas estaban cerradas y ya allí no quedaba nadie. Ni sanitarios ni gente de las ambulancias ni fuerzas de seguridad. Recuerdo que había una mujer que se había caído por las escaleras mecánicas y sangraba por una mano. Apareció un trabajador del aeropuerto y le envolvió la herida con un pañuelo usado y se marchó. Esa fue toda la ayuda que recibió», rememora el joven de Orozko.

Para entonces, Adrián y el resto de pasajeros comenzó a recibir información por medio de sus móviles. Empezaron a tener noticias que acababan de ser objeto de un atentado terrorista pero los únicos datos que les llegaban eran los procedentes de las redes sociales. «Nadie nos decía nada. De vez en cuando veíamos policías que hablaban entre ellos pero no nos informaban. Intentamos llamar a la embajada española pero cuando al final nos cogieron tampoco nos prestaron mucha atención. Tampoco Turkish Airline era capaz de decirnos qué pasaba o cuándo iban a volver a salir los vuelos», afirma.

El joven y sus familiares comenzaron a reunirse con otros españoles que también habían sobrevivido al atentado. «Entre nosotros comenzamos a organizarnos y, por ejemplo, compartimos cargadores para poder tener batería en el teléfono y llamar a la familia. Cuando telefoneamos a la embajada española lo único que pudieron decirnos fue que había un hotel cerca del aeropuerto y que podíamos dormir allí por 89 euros. Nosotros lo que les pedíamos es que nos dejasen ir a la embajada porque teníamos miedo pero se hacían los suecos». Finalmente, varias personas aparecieron en el aeropuerto llevando botellines de agua. «Los pasajeros arrasaron con el agua, pese a que estaba caliente. Eso fue toda la ayuda que recibimos», explica Adrián. Al final, los españoles se apropiaron de un rincón del aeropuerto y pasaron allí la noche. «No nos evacuaron pero tampoco a miles de personas que han pasado la noche en el suelo. Ha sido un descontrol total», resume el joven de Orozko.

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