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Un soldado francés conforta a una víctima de un atentado en 1983 en la capital libanesa.

Los camiones que llevan la muerte

El uso de vehículos pesados multiplica el número de víctimas y la repercusión de los ataques

MIKEL AYESTARAN

Sábado, 16 de julio 2016, 03:15

Los jinetes de Alá, fórmula empleada para designar a los suicidas en numerosos atentados, ya no marchan a lomos de caballos hacia el paraíso. Hace tiempo que convirtieron coches y camiones en las monturas para sus operaciones de martirio, el camino más rápido y directo al edén. El uso de un vehículo pesado en Niza por parte de un lobo solitario para cometer un atentado es novedoso en Europa, pero no el atropello como estrategia de ataque ya que en Francia en diciembre de 2014 ya hubo otro atropello en Dijon en el que un hombre, al grito de Alá es el más grande, causó varios heridos, aunque no pudo concluirse la conexión integrista. Un año antes, en Reino Unido, dos nigerianos pasaron por encima del soldado Lee Rigby con su vehículo y después le acuchillaron como venganza «por las muertes de musulmanes a manos de las tropas británicas», argumentaron en la declaración posterior.

Lo que consigue el atropello masivo de la noche del jueves en Niza es sentar un precedente de cara al futuro próximo en el que los aspirantes a atentar recordarán que un camión puede resultar mucho más mortífero que una operación yihadista sofisticada y planificada durante meses. Lo que importa es la cantidad de muertes, el volumen de sangre de sangre y la repercusión mediática. Y cuanto menos trabajo y recursos haya que destinar, mejor. «Esto es lo que más temen las autoridades, armas al alcance de cualquiera y que puedan usarse en cualquier momento», declaró Shiraz Maher, analista del International Centre for Study of Radicalization and Political Violence (ICSR) del Kings College de Londres. «Cualquiera puede preparar un ataque de este tipo, sin necesidad de ser miembro de una célula terrorista o viajar a Siria», apuntó Maher en declaraciones recogidas por la cadena NBC.

En apenas dos semanas, dos camiones han dejado más de 300 muertos entre Irak y Francia. El primero fue un vehículo frigorífico cargado de explosivos que burló todas las medidas de seguridad y penetró en una de las grandes arterias comerciales de Bagdad; el segundo, un camión de tamaño medio que se coló en pleno paseo de Niza y atropelló a todo el que pudo antes de que el conductor fuera abatido por las fuerzas de seguridad.

En vísperas del recién concluido mes de ramadán, Abu Mohamed al-Adnani, portavoz del grupo yihadista Estado Islámico (EI), anunció un cambio de estrategia y pidió a sus seguidores que en lugar de viajar a Siria o Irak hicieran la guerra santa en sus propias casas. «Si no podéis hacer explotar una bomba o disparar una bala, haced lo posible para encontraros con un infiel francés o americano y rompedle la cabeza con una piedra, matadlo a cuchilladas o atropelladlo con vuestro coche, tiradlo por un barranco, estranguladlo, envenenadlo», detalló Adnani en un mensaje difundido a través de las redes sociales, el medio más rápido y de mayor impacto mundial para la nueva yihad del siglo XXI en la que se inspiran los lobos solitarios. «Que el infiel sea combatiente o civil no tiene importancia. La sentencia es la misma: todos son enemigos, está permitido verter su sangre», concluyó el portavoz del califa dando luz verde a los ataques indiscriminados contra civiles que el EI ha llevado a la práctica en Oriente Medio desde su nacimiento y que intensifica en Occidente desde que la presión militar le ha hecho perder dos tercios del territorio que llegó a ocupar en Siria e Irak.

Desde Líbano a Francia

El camión se convierte en un arma aún más letal cuando se carga de explosivos y va un suicida al volante. En octubre de 1983 dos camiones bomba se estrellaron simultáneamente contra el cuartel de los marines estadounidenses y el puesto de mando francés en Beirut y mataron a 241 marines y 59 paracaidista franceses. Un ataque del que se acusó a la milicia chií Hezbolá y que provocó la retirada en cuestión de semanas de la fuerza extranjera de interposición desplegada durante la guerra civil libanesa. Un ejemplo que se ha repetido en innumerables ocasiones desde 2001 en Afganistán y Pakistán, desde 2003 en Irak y desde 2011 en Siria.

El «peor atentado de la historia de Pakistán», tal y como lo calificaron las autoridades en los primeros instantes, se produjo en septiembre de 2008 cuando un camión hormigonera entró al aparcamiento del hotel Marriott de Islamabad y el conductor suicida explotó la tonelada de carga que portaba pasadas las ocho de la tarde, cuando el comedor principal del establecimiento se encontraba repleto de ciudadanos que se habían reunido para celebrar el fin del ayuno del ramadán. Hubo 60 muertos y todas las miradas apuntaron a la conexión entre Al-Qaida y los grupos tribales de la frontera.

El Irak postSadam conoció por primera vez el terror de los vehículos bomba cuando en agosto de 2003 un suicida se empotró cargado de explosivos en la sede de la ONU y mató a decenas de personas, entre ellas al enviado especial del organismo, Sergio Vieira de Mello. Desde entonces, más de 5.000 coches bomba han explotado en Irak. Lo mismo ocurre en suelo sirio desde el estallido de la revuelta contra El-Asad, hoy una mini guerra mundial en la que participan de forma activa tanto Al-Qaida como el EI. Coches y camiones bomba son un arma para atacar puestos militares o sembrar el terror entre la población civil que vive en las zonas bajo control del Gobierno.

Los palestinos también han recurrido en numerosas ocasiones, especialmente desde octubre en la bautizada como Intifada de los cuchillos, al atropello de israelíes con sus vehículos para luchar contra la ocupación. Son lobos solitarios que operan sin respaldo de ninguna de las facciones armadas y recurren al volante como su último recurso para intentar causar el máximo daño.

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