«Gracias por vuestra lucha»
La familia de Iria Vázquez, de 37 años, ensalza el papel de los sanitarios y empleados esenciales contra la pandemia
La última pandemia que azota a la humanidad ha dejado sillas vacías, cicatrices en el alma y algunas grandes lecciones. Que no somos invencibles, pero sí «muy fuertes, que unidos podemos con esto y con más», dice Iria Vázquez, de 37 años y vecina de Cruces. Ella contempló en primera fila, desde el balcón de su casa, todo lo que ocurrió en el hospital baracaldés durante lo peor de la epidemia. El ir y venir de las ambulancias con sanitarios enfundados en buzos blancos, a los que no se veía «ni un centímetro de piel», a los pacientes encapsulados, intubados en las habitaciones... «Todo era aterrador». No les hacía falta encender la televisión. Las Urgencias eran un «chute de realidad» que ponía los pelos de punta. Por eso decidió colgar una pancarta en su balcón para insuflar ánimos a los profesionales sanitarios y a toda esa gente que luchaba contra el virus.
Iria se casó con Jonathan Gómez, también de 37 años. Tienen dos hijos, Vera, de 6, y Edén, a punto de cumplir 3. Cuando todo comenzó, ella, que trabajaba de dependienta, se había quedado en el paro y buscaba empleo. Él, operario en una empresa en la que fabrican carros y bandejas de metal, estaba de baja. Iria ya se olía la que se avecinaba cuando comenzó a escuchar lo que ocurría en China y, después, en Italia. «Le decía a todo el mundo que se iba a poner feo el asunto, y me respondían que aquí no iba a llegar el virus y tal. Pasó lo que yo pensaba».
El presidente Pedro Sánchez declaró el estado de alarma y decretó el encierro nacional el 14 de marzo.«Fue surrealista. Parecía de película. Yo sabía que eso no iba a ser cosa de 15 días, que iba para largo». Pero el confinamiento no les resultó especialmente duro. Estuvieron bien. Todos los días hacían videollamadas con la familia y jugaban mucho con los críos. «Si lo fácil era estar en casa. Lo difícil era salir fuera con la que estaba cayendo. A mí me dolía el sufrimiento de los demás, ver lo mal que lo pasaban las amigas que trabajaban en el hospital, la gente que perdía a sus padres», recuerda Iria, especialmente agradecida a las personas que desempeñaron puestos esenciales, entre ellos policías, bomberos o trabajadoras de supermercados, en las que «no se pensó lo suficiente».
«Tenemos que cuidarnos»
La madre de Iria se contagió al principio. Tuvo fiebre, diarrea y vómitos y ningún síntoma respiratorio. «Gracias a Dios», nada más pasó. Han tenido suerte y no han perdido a ningún ser querido. «Nos hemos librado». La familia, asegura, siempre hizo las cosas bien. «Nos quitamos de todo. De amistades, parques...». Su vida social se redujo a mínimos hasta prácticamente antes de este verano, cuando empezaron a juntarse con otras tres parejas y sus hijos. Su burbuja. Pero el patógeno «ha robado la infancia» de los niños. «Al pequeño le daba miedo ir al parque. No quería que se le acercaran otros». El virus también nos ha vuelto más fríos. Iria se ha acostumbrado «a no achuchar» a sus padres. A no «dar besos».
Ya ha pasado más de un año y medio desde que todo comenzara. Hace ya tiempo que Iria no ve a los sanitarios trabajar con buzos, que observa que la situación ha mejorado. Ayer, después de que el lehendakari anunciara que se desactivaba la emergencia sanitaria, quiso volver a rendir un homenaje a toda esa gente que se dejó la piel en primera línea de batalla. Darles las gracias por su lucha con carteles. Para que sepan que «no olvidamos lo que han hecho, que seguimos pensando en todos ellos», explica. Sabe que el patógeno no ha desaparecido, aunque ahora esté bajo control, agazapado. «Sigue ahí y por narices tenemos que cuidarnos». También que nada «va a ser como antes». Que el futuro que llegue será distinto.