El hombre tranquilo de Deusto
Los tres pitidos finales sonaron a extremaunción. Adiós a una vida y paso a otra. Decía Platini que nació dos veces. Cuando vino al mundo ... y al dejar el fútbol. Como nuestro paisano. Solo que él ha sido, y será, un extraño imprescindible. Condenado a perseguir un balón que no puede tocar, en un juego que, a poder ser, no debe alterar. Y todo, sin el aplauso que reciben quienes le rodean. Hasta cuando lo hace bien puede ser criticado. Nunca llueve a gusto de todos y los de su estirpe cargan nubes. Deben mojarse. Antes iban de negro. Cual sacerdote que señala pecados e impone penitencias. Ahora lucen otros colores. Y sus sentencias no son tan inapelables. Hay ojos que juzgan desde lo alto y a toro pasado. Pero eso no lo vivió Xabier. Es árbitro de los de antes. No hace mucho. Pero los años pasan como minutos de descuento. Y eso que está para saltar al verde que añora. Han pasado muchas lunas desde aquél Atlético de Madrid-Getafe en el viejo Calderón. Su último partido pitado. Pero recuerda el olor a césped. Jamás lo olvidará. Ni sus orígenes. Por eso vamos a recordar el ayer de Xabier Losantos Omar.
«Nací en lo que ahora es el hotel Indautxu, un 5 de marzo de 1960». Así arranca una charla en la que, como todos los que han arbitrado, camina con sinceridad a la par que cautela. Y ese caminar nos lleva hasta Torre Madariaga, Deusto, donde vivió con sus dos hermanos mayores y sus padres. Pedro, originario de la calle San Francisco, y Edurne, del barrio de Akorda en Ibarrangelu. Subraya los lugares con orgullo. Y su label tomatero. Su vida transcurrió en este barrio. Estudió en La Salle y después en la Universidad de Deusto. Allí estuvo hasta su licenciatura, en el 83, salvo el tiempo intermedio del obligado servicio militar. Era deportista. Y le tiraba el balón. No debía hacerlo mal porque Piru Gainza se fijó en él, y en su zurda, y fue uno de los tres elegidos de la zona para ir a Lezama. Quedaron dos. Llegó hasta el segundo año de Juvenil. Después siguió chutando en Sondika, Lutxana o Bermio. Fue en ese tiempo cuando alguien le animó a visitar el Colegio de Árbitros. No iba con muchas ganas. Pero, nada más vestirse de negro, entendió que era su destino.
Comenzó pitando en fútbol sala y luego en los campos verdes, muchas veces marrones, del deporte rey. Confiesa que al arbitrar su primer partido en Primera, un Zaragoza-Logroñés, no sintió nada especial salvo la sensación de llegar al lugar buscado. No desvela detalles sobre jugadores o entrenadores. No insistimos. Lo que pasa en el campo se queda en el campo. Pero desliza un curioso detalle. El futbolista que mejor huella le dejó. Más allá de Iribar, a quien tiene en un altar, fue Mauro Silva. Respetuoso con el rival, el silbato y el balón. Quiso el destino que fuera el único que le pidió, en su última temporada, intercambiar camisetas. Respeto de caballero y camaradería deportiva.
Como la que fluye al recordar a un mito. Poco antes de pitar en el Bernabéu, alguien llama a la puerta. Era Pelé. Le pedía permiso para utilizar unas imágenes en las que Xabier aparecía. Quería incluirlas en un documental que estaban haciendo sobre él. Por si fuera poco le pidió que se sacaran una foto. El mundo al revés, pensó el tomatero. Los grandes de verdad son los más modestos. Es algo que intenta inculcar en Lezama a quienes visten nuestra camiseta. Valores y respeto. Lo lleva a tal extremo que comprende al que intenta engañar. Al fin y al cabo, es la vida. Y así la ve aquél hombre de negro, paisano y a mucha honra, que arbitró por esos mundos. El hombre tranquilo de Deusto. Ese que, todavía hoy, recuerda el olor a la hierba mojada de los campos de los sueños.
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