Halloween a la americana en Bizkaia
Lejos de casa. Estadounidenses afincadas en Bilbao cuentan cómo viven esta fiesta y qué significa para ellas: «El disfraz no tiene por qué ser de miedo»
En cuanto se acerca Halloween, todos los años se desencadena la misma discusión estéril, una matraca que se ha incorporado a nuestras tradiciones de estas ... fechas. Unos reprochan al resto que tomemos prestada una fiesta tan americana, que antes solo se veía en las películas. Otros replican que, en fin, cada cual tiene derecho a celebrar lo que le dé la gana. Y tampoco falta nunca esa facción que recuerda dónde están los orígenes de Halloween: en los festivales celtas de la cosecha y en costumbres paganas que no nos son en absoluto ajenas, porque hasta hace un siglo también en Euskadi agujereábamos calabazas (bueno, las agujereaba quien anduviese por aquí) y colocábamos una luz dentro. Nuestras protagonistas de hoy se libran de esos debates, porque nadie va a discutirles su derecho a decorar la casa con telarañas y hacer 'truco o trato'. Lexi Fishbaugh y Kaya Daleiden forman parte de la comunidad de estadounidenses residentes en Bizkaia y, cómo no, tratan de sacar todo el jugo a la gran noche del terror.
«Yo soy de Iowa, tierra de maíz, vacas y campos. Allí hace mucho frío por estas fechas: tenías que elegir entre un disfraz abrigado o ponerte un abrigo por encima y que nadie supiese de qué ibas. Recuerdo que un año se canceló por la nevada», evoca Lexi, que lleva ya 15 años en Bilbao. Es decir, lleva 15 años añorando aquellas noches de Halloween de su infancia: «Es una de mis épocas favoritas y siempre he querido volver en estas fechas. Semanas antes, tu madre empezaba a cocinar tartas de calabaza y galletas decoradas, y durante todo el mes veíamos películas para ponernos de humor de Halloween. El día D, los que daban gominolas y chucherías ponían una luz en casa, para que lo supiéramos, y el resultado era que algunos tiraban huevos a las casas que no tenían luz, o las decoraban con papel higiénico: pobres, ¡a lo mejor simplemente no estaban en casa!».
«Aquí nadie llama a la puerta para hacer 'truco o trato': al vivir en pisos, resulta complicado»
Al instalarse aquí, Lexi descubrió dos cosas. La primera fue que Halloween todavía no se había hecho un hueco en nuestro calendario festivo: «Poca gente se disfrazaba. Salía con otros amigos americanos y nos miraban raro. Viví tres años en Madrid y allí lo celebraban más, a lo mejor te tocaban el timbre de casa dos o tres veces, pero aquí jamás me han llamado a la puerta: al vivir en pisos, resulta complicado, no es cosa de ir molestando a todo el mundo. Ahora ya se celebra más, pero son sobre todo los niños: en EE UU vamos al trabajo con disfraz, y eso no me lo imagino en Bilbao». Su segundo descubrimiento fue que los europeos hemos creado nuestra propia versión de Halloween, más escorada hacia el horror: «En Estados Unidos, el disfraz no tiene por qué ser de miedo: puedes ir, yo qué sé, de muñeco de nieve. Pero este año yo quería vestir a la familia de Scooby-Doo, porque le encanta al mayor de mis tres hijos, y mi marido ha dicho que no, que no pega».
Al final, optarán por una combinación de vampiros, diablillos y demás criaturas oscuras. La diversión no les va a faltar, porque han alquilado un txoko entre 35 personas, muchas de ellas estadounidenses: «Hay una madre bastante experta en decorar las calabazas y va a traer su kit de cuchillas».
- Ah, ¿existe un kit?
- Sí, con cuchillas de varios tamaños y formas y con cucharas especiales para vaciar la calabaza. Hay gente que hace auténticas obras de arte, pero yo me limitaré a cortar tres triángulos y la sonrisa típica.
Kaya Daleiden lleva nueve años entre nosotros y es algo así como una activista de Halloween, que va predicando por el mundo las virtudes de esta fiesta: eso lo saben bien sus alumnos en el colegio y la academia donde da clases. Procede de Bodega, un pueblito de California que no alcanza los 300 habitantes pero tiene una superficie equivalente al 70% de Bilbao (y que, por cierto, es famoso porque allí rodó Hitchcock los exteriores de 'Los pájaros', que eso sí que da miedo). «En Bodega hay tan poca gente y tanta distancia entre casas que no podíamos hacer 'truco o trato'. Íbamos al pueblo más cercano o a la ciudad, dependiendo de lo lejos que quisieran llevarnos los padres. Pero, antes de eso, lo primero era acudir a la granja de calabazas: a lo mejor había 500 para elegir y te pasabas horas buscando la perfecta para ti».
La película fetiche
También a Kaya le chocó que, a este lado del Atlántico, hayamos restringido los disfraces a lo monstruoso: «Allí es un carnaval. De niña, a mí me encantaba vestirme de Mulán, de Pocahontas... Un año fui de pitonisa, con una amiga que se vistió de nube con luces que se encendían y se apagaban: nos tiramos un mes recorriendo tiendas de segunda mano. Pero, cuando vine aquí, me puse mi máscara de elefante y me dijeron que eso no, que no daba miedo». Kaya celebra Halloween aunque sea la única disfrazada, tiene sus propios rituales (ve y hace ver a todo el que se deja su película fetiche, 'El retorno de las brujas') y decora con manualidades la academia: ahí está su botella llena de ojos («antes le añadía zumo de tomate, pero algunos niños se asustaban») y una novela de Barbara Vine transformada en inquietante libro de hechizos.
«Yo me disfrazo varios días y voy así por toda la ciudad. Tengo cuatro básicos que voy reciclando: zombi, vampira, bruja y monstruo de Frankenstein. Mi hija de 4 años quiere ir de Vampirina. ¡La verdad es que Halloween en Bilbao es mejor cada año!».
- ¿Sabría explicar por qué le gusta tanto?
- Halloween, Acción de Gracias y Navidad representan la ilusión. Por un día, puedes creer en brujas o en lo que tú quieras: se trata de mantener ese contacto infantil con la magia que solemos perder cuando crecemos.
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