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Jorge Barbó
Sábado, 26 de septiembre 2015, 01:24
"Kanye West no aguanta las flatulencias de Kim Kardashian". Es el titular que llevaba a principios de septiembre un medio mexicano en su portada que, a su vez, se hacía eco del 'Radar online', una especie de descarnado confidencial especialista en retozar entre lo más sórdido de la casquería celebrity. La sesuda información sostenía que ese matrimonio bendecido por los focos y los destellos de la fama más extrema tiene que dormir en camas separadas debido a los problemas intestinales de la más mediática de las Kardashian. Sí. Hasta las ventosidades que huele el rapero despiertan el interés del personal. Él es uno de los hombres más influyentes del mundo, todo un genio del marketing sin pizca de vergüenza y con un talento descomunal para las rimas y el business fashion. La lógica más elemental dice que no conviene tomarle demasiado en serio pero, dibujándose una caricatura de sí mismo, él ha conseguido convertirse en una estrella planetaria, de un fulgor que se calcula en millones de dólares. ¿El límite? El que él quiera. Hasta la Casa Blanca. Y si él se lo propone... Yes, he Kanye.
Ocurrió hace un mes, durante los MTV Video Music Awards. En un discurso acelerado, inconexo y torpón Kanye West (Atlanta, 1977) adelantó su intención de convertirse en presidente de los Estados Unidos en 2020. Aquello no (solo) fue fruto de las sustancias que él mismo reconoció haber consumido antes de subir al escenario. Tampoco la enésima 'boutade' de un hombre que se ha metido al personal, crítica musical especializada incluida, en el bolsillo. Era una declaración de intenciones en toda regla, una muestra más de alguien que en la misma cuenta de Twitter que siguen casi 14 millones y medio de personas aseguró: "Soy el nuevo Warhol, el artista más influyente de nuestra generación. Soy Shakespeare en persona".
Alfombras y universidades
Del brazo de su esposa, la rotunda Kim Kardashian, el rapero ha conseguido meterse hasta la cocina de los círculos más inexpugnables de la élite mundial. De los más frívolos a los más prestigiosos. De las alfombras rojo pasión a las universidades de relumbrón. Los 'Kimye' si Brad Pitt y Angelina Jolie se merecen una juguetona abreviatura tipo 'Brangelina', ellos no iban a ser menos consiguieron entrar de la mano de la omnipotente Anna Wintour en ese evento de lo exclusivo que es la gala del MET, en la que la etiqueta parece ir cosida a puntadas de vanidad en la epidermis de sus ilustres invitados. Más sorprendente fue que la Universidad de Oxford le invitara en calidad de "orador del año". Sin despeinarse ese pelo suyo rapado casi al cero soltó alguna que otra perogrullada tipo "el tiempo es el mayor lujo que hay", hilvanada con perlas a lo "si hubiera estudiado bellas artes, habría hecho todo lo posible por ser Picasso o incluso mejor que él". Queda claro que haría falta una legión de especialistas para adentrase en esa psique suya, puesta hasta las cejas de soberbia y petulancia.
La pasada primavera la revista estadounidense 'Time' eligió a la deidad musical como el hombre más influyente del año en la categoría de 'titanes', que ya es lo que le faltaba un tipo con un ego que no entiende de mesuras. Es un hombre que sabe como jugar. Pasó de la música al panorama de la moda y la filantropía, aseguró sobre él Elon Musk, el encargado de realizar su perfil para la publicación. Y es que él ya se había amorrado a la fuente del éxito musical hacía tiempo. El 'Yeezus' (2013) uno de sus trabajos más reconocidos confirmó lo que ya era una certeza. Se había conseguido sacudir la imagen del típico rapero negro chulo, que rueda videoclips con tías espectaculares montadas en cochazos trucados para convertirse en un talento sin parangón, aunque para los más puristas del rap siga siendo todo marketing. "Ni nombre es cultura. El rap es el nuevo rock, soy lo que antes eran las estrellas del rock. Y soy el más grande de todos. El jodido número uno", aseguró en una entrevista, cuando se le preguntó por las fobias que despertaba entre los popes del hiphop.
Con todo, un hombre del Renacimiento 2.0 como él no podía limitar sus excepcionales cualidades al campo de la música de los bajos fondos. Decidió buscar nuevos medios de expresión y en la moda encontró un lienzo perfecto para plasmar sus inquietudes. Una vez más, muchos no le tomaron en serio. Aunque, de nuevo, demostró que él está hecho de otra pasta, una bien brillante. Y nada se le pone por delante. Se dejó un buen pico en su propia colección de ropa, pero lejos de amilanarse, aprendió del fracaso. Estudió en el College of Arts and Design de Londres y de ahí cogió impulso hasta clavar una pirueta lateral que llevó a que firmas de lujo como Louis Vuitton le echaran el guante para diseñar una colección de zapatos y este mismo año Adidas recurrió al reconvertido profesor de la L.A.'s Trade Technical College de Los Ángeles para coser a puntadas de fama una colección aplaudida hasta la ampolla por los mismos que no le habían tomado demasiado en serio. Ahora quiere sentarse en el Despacho Oval. Parece coña. Pero... Yes, he lo Kanye casi todo.
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