El chef bilbaíno más teatrero del mundo

Lander Otaola se ha llevado el de mejor intérprete, mientras que Itxaso Quintana y Miren Gaztañaga han compartido el de mejor actriz. A Javier Hernández Simón le ha reconocido su trabajo como director escénico y a la bailarina, pedagoga y creadora Matxalen Bilbao le entregó la estatuilla de trayectoria artística. Egaña se cocinó toda la fiesta en su pequeño local, de poco más de 100 metros cuadrados. Agasajó a sus invitados y miembros del jurado –entre los que figuraban el crítico teatral David Barbero y el director de la revista La Ría del Ocio, Arturo Trueba,– como mejor sabe: se los ganó por el estómago.

Hijo de padre vizcaíno y madre cántabra, Egaña regenta un local, con capacidad para 40 comensales, que él mismo ha bautizado como «casa de comidas». A su 41 años y con «una mata de pelo para regalar», solo lamenta no poder ir al teatro todo lo que quisiera. «Por culpa de nuestros horarios», se disculpa. Relata que la idea se le ocurrió el año pasado. «Estábamos todos encerrados por la pandemia y todo el mundo hablaba de lo supermal que estaba la hostelería, que era verdad. Estábamos fatal, pero no se hablaba del teatro, de las artes, y de la cultura, que estaban igual de mal que nosotros».

El chef dice que esta segunda edición ha sido mucho mejor y «bastante más divertida» que la primera. Egaña trabaja muy cerquita del Arriaga y le apasionan las piezas «desconocidas». Dice que 'Hamlet' «está muy bien» pero, de escoger, se queda con aquellas que están «por descubrir». Lo mismo le pasa con los intérpretes. Le fascina Jorge Usón, un actor al que llevaba años siguiendo tras descubrirle en una serie de televisión y al que finalmente conoció tras su paso por el Arriaga. «Es un fenómeno, tanto en teatro como músico», ensalza.

El cocinero más teatrero del mundo reconoce que no tiene nada «de actor». Si acaso se ve «un poco payaso», por lo que su subida a los escenarios está totalmente descartada. «No podría porque, aunque no lo parezca, me daría vergüenza, Yo, para eso, me corto. No creo que tendría madera para actuar», abunda, aunque reconoce grandes coincidencias entre el mundo de los fogones y las bambalinas. «Ambos oficios se hacen a escondidas», resume. Teatro y cocina tienen un trabajo grandísimo por detrás que nadie aprecia. Exigen horas indecibles que nadie sabe. ¿Que te sale bien? Te aplauden, pero un fallo un día te pone al borde de la crítica», advierte.

Por eso le encanta visitar mercados cada vez que sale de vacaciones. «No puedo dejar de ser cocinero», confiesa, aunque a su hijo, que anda dudando entre ser biólogo marino o dedicarse a los fogones, no le recomendará seguir sus pasos. En Urregin, donde trabaja junto a cuatro jóvenes, escenifica una cocina vasca tradicional para diferenciarse, con productos de temporada y cercano. «Le damos una vueltita para hacerla nuestra y no sea como la de otros», expresa.

Por si no lo saben, cuentan que se sale con los medallones de rape lacado con salsa de otras y callos a la vizcaína; o un arroz semicaldoso de bogavante en cazuela de barro. Representa «combinación, tradición y evolución» y se considera un glotón que se ha vuelto «más exquisito. Me encanta comer. Es una pasión».

Igual que la que siente por los actores, con los que encuentra una última afinidad. «Ambas profesiones son igual de inestables y sacarlas adelante todos los días es dificilísimo». Palabra de un cocinero que se comería todo el teatro del mundo si su Urregin se lo permitiese.