Carta de amor al bar Lainoa, uno de los nuestros
En Pintor Losada. Bolueta, Bilbao ·
Sección en la que los periodistas de El Correo recomiendan sus tabernas favoritas. En esta ocasión, un local a escasos 20 metros de la redacciónNo hay redacción sin periodistas, sin ordenadores y sin bar. A ver, no es que el periódico cuente con uno propio, que no estaría mal, sino que todo diario tiene un bar esperando a sus plumillas. En Pintor Losada nos repartimos. Tenemos el Doner Kebab, que algunos compañeros bautizamos como 'Los Pakis' (no sabéis lo que os echamos en falta, Naeem y Asif), y, en la misma acera, a muy pocos metros, el Lainoa.
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Su dueña, Maite, es una mujer que empieza a servir a las seis de la mañana, aunque durante muchos años levantó la persiana a las tres, con el periódico bien leído. Le puedes preguntar de lo que sea, que tiene respuesta para todo. Dependiendo de quién pase por su barra, te recuerda lo que has escrito ese día y, mejor aún, de lo que tendríamos que escribir.
Si entras dando un 'buenos días' bien alto, ella eleva hasta el infinito ese 'buenooooos díaaaaas'. Maite es una artista modulando la voz y caminando sobre una tarima detrás de la barra que la hace más grande de lo que es. Le gusta canturrear y contar chistes mientras te sirve un croissant. Es muy difícil ver a esta mujer menuda y con el moño bien puesto lamentarse. «¿Para qué? Hay que vivir y trabajar con alegría, y p'alante», se responde de inmediato. Si acaso, como todo quisqui, sueña con pegar un pelotazo, que le toque la lotería e ir a tostarse a alguna playa idílica.
Antes de que llegue ese día, prepara como nadie los cafés con leche. Gran parte de la tropa del periódico nos pasamos por su pequeño bar para subir al curro con el vaso entre las manos. Le salen redondos y bien calentitos. Muchas veces lo acompañamos de un pintxo de tortilla, que cómo le queda, bien jugosita.
Maite sabe lo que se hace. Son casi tres décadas las que lleva al frente de la barra. «El 9 de junio hubiese hecho 30 años», afirma entre un mar de dudas y preocupada por el incierto futuro que le aguarda al gremio de la hostelería. «Me encanta trabajar y después de esto seguiré haciéndolo donde toque y como toque. Estoy estudiando acupuntura y medicina china. Cuando empecé tenía que echar a los clientes y ahora hay que salir a la calle para que entren», confiesa. Pero nunca le han faltado. «He aprendido 30 años de psicología y mis clientes me han ido puliendo», explica Maite, desde hace mucho tiempo, una de los nuestros.
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