Carta de amor a la Bodega Indautxu

A veces uno solo es consciente del paso del tiempo cuando se pone a pensar en cosas de la vida cotidiana que generalmente pasan desapercibidas, como ese bar al que condecorarías simplemente por hacértela más fácil. Ponerte a elegir uno en concreto es como hacer un viaje por el que pasan rápido los garitos que cerrabas en tu juventud, los que ponían rabas cuando tu hijo era pequeño..., hasta llegar a los que casi vitoreas porque tienen mesas para que se pueda sentar tu madre. En esta caso Ana, una mujer de 92 años que nunca encuentra el momento de volver a casa.

Porque en este Bilbao de la postmodernidad, del turismo y los pintxos con más colores que sabor, encontrar una terraza vacía o un bar con mesas que no supongan algo así como trepar a la torre Eiffel, se ha convertido en una aventura. Y así fue como acabamos convertidos en fieles parroquianos de La Bodega Indautxu, para nosotros 'la bodeguilla', en la calle Gregorio de la Revilla de Bilbao. A un tiro de piedra de su portal, donde sábados y domingos por la mañana corren 'godellos', caldos con sustancia cuando sopla el Norte, 'cantábricos' (el clásico pintxo de bonito y anchoilla), 'pajaritos' coronados con un pimiento verde, croquetas recién fritas...

Una fiesta. Una fiesta que siempre acabamos planeando con ilusión vacaciones imposibles y viajes en familia que quién sabe dios si algún día llegarán. En este templo del Bilbao chirene, decorado con fotos antiguas del Athletic y dibujos costumbristas de los K-Toño Frade, padre e hijo, hemos encontrado esa prolongación del salón de casa donde tomar el aperitivo y brindar por los esos buenos momentos en familia que solo apreciamos cuando nos ponemos sentimentales.

Posdata: si hay que elegir un picho, el de changurro de El Globo, en la calle Diputación.