Los latidos del bosque
En apenas medio siglo la txalaparta ha saltado del caserío, donde languidecía, a las escuelas de música y los escenarios del pop
mikel fonseca
Domingo, 13 de septiembre 2015, 01:36
Muchos asistentes a la gira MDNA de 2012 confundieron con algún instrumento africano la rudimentaria percusión de madera con la que Madonna les sorprendió en el escenario sustituyendo a sus habituales ritmos electrónicos. En realidad, la Reina del Pop incorporaba una txalaparta a su repertorio. El instrumento vasco saltaba así a la palestra de la música más comercial apenas medio siglo después de encontrarse en peligro de extinción. Tocada -o más bien, golpeada- en caseríos aislados, la txalaparta era más un hábito que una disciplina. En estos cincuenta años no solo ha sido rescatada del olvido, sino que ha refinado su sonido y ampliado su repertorio. Pero la base sigue siendo la misma que entonces: dos personas golpeando una tabla y haciendo 'txakun', 'txakun'...
Con esta onomatopeya se denomina al sonido característico de la txalaparta. La fuerza va en el segundo golpe, en el 'kun'. Uno de los dos txalapartaris se encarga de repetirlo, atizando las makilas (los palos con los que se golpea la tabla) de manera monótona, mientras su compañero añade los golpes en los silencios que deja el primero. A este ritmo se le dice 'cojo' o 'herrena', y es inseparable del 'txakun'. Esta dualidad rítmica, junto al sonido maderero, es lo que define, hoy y siempre, la txalaparta.
Sobre el origen de este instrumento hay muchas hipótesis, que van de lo místico a lo antropológico. En los años 60, la txalaparta suscitaba un gran interés entre los intelectuales vascos de vanguardia a pesar de las prohibiciones de la época. Los guipuzcoanos Joxean Artze y Juan Mari Beltrán la rescataron gracias a los hermanos Zuaznabar, los primeros txalapartaris de los que se tiene constancia documental y unos de los pocos que se atrevían a tocarla en la calle. La txalaparta que ellos percutían poco o nada tiene que ver con el espectáculo audiovisual que alcanzan hoy grupos como Oreka TX o Kalakan. La suya era una tabla única y sin afinar, montada sobre unos caballetes rudimentarios. Hoy en día se llegan a tocar hasta 12 tablas de distintas maderas y afinadas con gran precisión.
Juan Mari Beltrán vincula el origen del instrumento con la preparación de la sidra. El ritmo nació como una distracción para amenizar la tarea repetitiva de machacar las manzanas, y poco a poco habría abandonado el caserío para convertirse en una disciplina musical con personalidad propia. Para Josu Goiri, otro estudioso de la txalaparta, esta, en cambio, "nace en las cavernas, con las pinturas rupestres. Nuestros ancestros trataban de imitar el mundo que les rodeaba. La txalaparta eran los golpes del galope de los caballos y el irrintzi, el relinche". Pero son sólo elucubraciones. Como el propio Goiri lamenta, "de la txalaparta se habla mucho, pero se sabe muy poco".
Aprendiendo a golpear
Una vez recuperada y reintroducida en la sociedad musical, la txalaparta necesitaría de gente que aprendiese a tocarla para asegurar su permanencia en la cultura. Con la llegada de la democracia, la demanda por las tradiciones vascas se disparó, especialmente entre los mas jóvenes. En los 80, sin embargo, la enseñanza musical estaba restringida a los conservatorios y los instrumentos clásicos. No existía una 'rama tradicional'.
En un primer momento solo veinte txalapartaris recibieron la habilitación oficial para enseñar el instrumento. Juan Mari Beltrán lideró una comisión encargada de autorizar su enseñanza, en una sesión celebrada en Eibar. Esta decisión estuvo sembrada de polémica, ya que se dio prioridad a aquellos que ya tenían una carrera oficial en el conservatorio frente a aquellos que dominaban en mayor medida el instrumento pero carecían de una formación reglada. Claro que tampoco existía un rasero sobre el que evaluar.
De madera, de piedra, de metal... ¡incluso de cristal!
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Pocos instrumentos han evolucionado físicamente tanto en tan poco tiempo como la txalaparta. En cincuenta años ha pasado de ser un listón de madera sobre dos caballetes a un montaje complejo con hasta doce tablas con distintas afinaciones y de distintos tipos de madera. Pero las makilas de los txalapartaris han golpeado también el mármol, la pizarra y el acero. La última innovación en el instrumento viene de Tarragona, del grupo Txala, que utiliza tablas de un tipo muy particular (y secreto) de cristal que resiste los golpes sin perder sonoridad.
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De Londres y también con cristal, pero en el nombre, es el quinteto indie Crystal Fighters. Utilizan la txalaparta como base rítmica para muchas de sus canciones, además de adaptar algunas melodías populares vascas. Según cuentan, el nombre de 'Luchadores de Cristal' viene de una ópera que compuso el abuelo de la cantante Laure Stockley, durante sus últimos y dementes días de vida que pasó recluido en un caserío navarro. Por ello, la prensa especializada los cataloga como Basquetronic, o "lo que ocurriría si viajásemos 100 años atrás, dejásemos caer un montón de equipamiento de grabación en una remota aldea vasca y los aldeanos hiciesen música folclórica con sus propios medios".
En la actualidad, las dos únicas escuelas dedicadas exclusivamente a la enseñanza de la txalaparta se encuentran en Hernani y Sestao. La primera, dirigida por Juan Mari Beltrán, fue y sigue siendo el epicentro del mundo de este instrumento y desde 1987 organiza la 'Txalaparta Festa', el encuentro por antonomasia para los amantes de la tabla de madera. La segunda, fundada por Eneko Abad, colega de Beltrán, es además una de las principales productoras de materiales didácticos para el instrumento. Pero la enseñanza de la txalaparta, que dura de 3 a 5 años, no consiste solo en una serie de ejercicios de dificultad creciente. "Un método tiene que ofrecer al alumno cómo llegar a tocar lo que él escucha. Son ejercicios, pero también la estructura de la clase o la posibilidad de acudir a congresos y conocer a otros estudiantes o profesionales", explica Azibar Terreros, profesor de esta escuela.
Existe además una quincena de escuelas musicales que ofrecen formación en este instrumento, pero la demanda ha bajado en los últimos años. En total medio centenar de personas sigue actualmente una formación continuada de txalaparta, "pero muchos empiezan, se cansan y lo acaban dejando", explica Terreros. Por ello, quienes la imparten se han visto obligados a adoptar la modalidad de taller, impartido de manera puntual en escuelas y gaztetxes. "Pero no es lo mismo estudiar un instrumento, hacer ejercicios todos los días, que ponerte una tarde con los colegas a tocar entre porros y cervezas", sentencia el profesor de Sestao.
Koldo Basabe, de la escuela de música tradicional Hala Dzipo de Barakaldo, es defensor de otro tipo de enseñanza. Para él lo importante es que el alumno disfrute. "Que se lo pase bien dando golpes a una tabla". Él considera que, más allá del aspecto técnico de los instrumentos, "lo importante es la educación de unos valores y una cultura". Para ello, su escuela edita su propio material didáctico, en forma de cuentos y pasatiempos para los más pequeños.
La principal dificultad a la que se enfrenta el aprendiz de txalapartari es la necesidad de un compañero, lo que impide el ensayo en casa. Aunque existen programas informáticos destinados a suplir esta carencia -como el que desarrolla en la actualidad Enrike Hurtado, un software que escucha en directo el ritmo y crea el acompañamiento-, uno de los fundamentos de la txalaparta es la complicidad y la empatía que se crea entre los dos músicos. Y eso es irreproducible por una máquina.
Txalapartaris de profesión
Hay muchos menos grupos de txalaparta que puedan vivir únicamente de ello que intérpretes de música clásica o conjuntos de rock. Oreka TX es uno de los que lo ha logrado. Este dueto formado en la actualidad por Harkaitz Martínez de San Vicente y Mikel Ugarte nació hace 20 años para acompañar el proyecto de Kepa Junkera de actualizar el repertorio tradicional vasco. Tras esta colaboración, los txalapartaris iniciaron una carrera como grupo con personalidad propia y se han convertido en su referente. Han tocado por medio planeta, "desde un cementerio de containers en el Sáhara a un palacio de hielo en Laponia", recuerda Harkaitz. Actualmente colaboran con la bailarina japonesa Makoto Hirayama para fusionar la txalaparta y la danza contemporánea, en un espectáculo que se estrenará -"esperemos"- en los sanfermines de 2016.
Además de seguir con una apretada agenda de proyectos y conciertos, "con más de 100 espectáculos al año", Harkaitz trabaja en la plataforma txalap.art, una cooperativa que intenta ser un punto de encuentro digital para amantes de la txalaparta, sean oyentes o practicantes. Para los primeros tienen una lista con sus próximos conciertos y las últimas noticias. Con los segundos comparten sus años de experiencia, en temas como el transporte del instrumento "para que no les pase como a nosotros, que en un vuelo tuvimos que pagar 5.700 euros por sobrepeso". También gestionan festivales como la Noche Blanca de Bilbao o el Atlantikaldia en Rentería. "Un regalo del cielo, porque así no dependemos solo de los conciertos de Oreka", agradece Martínez.
La txalaparta, a pesar de ser un instrumento folklórico, goza de una internacionalidad poco común, especialmente desde la colaboración del trío Kalakan con Madonna en su gira de hace tres años. "Ella ha puesto el foco sobre la txalaparta y el País Vasco", afirma su percusionista, Jamixel Bereau. El trío de Iparralde es, junto a Oreka TX, uno de los nombres más conocidos de este instrumento. Para Bereau, la txalaparta está "hecha solo para el directo", y por ello huyen del modelo discográfico tradicional. Aunque en la era del 'streaming' parece inconcebible pensar en un grupo que no grabe canciones ni difunda sus discos por el omnipresente Spotify, la mayoría de los txalapartaris que vive de la música -una veintena en el País Vasco- lo hace casi exclusivamente de sus directos. 'Elementuak', el último álbum de Kalakan, solo se vende durante sus conciertos. Y es que consideran "absurdo" que se compren discos de un artista sin conocerle en vivo, para ellos es una cuestión de "controlar su imagen" de cara a su público. "Hay grupos que venden millones de discos y no hacen conciertos. Nosotros intentamos que sea al revés", afirma Bereau.
En las fiestas de los pueblos, la txalaparta se ha convertido en un clásico. Terreros compagina su trabajo como profesor en la escuela de txalaparta de Sestao con los bolos veraniegos. Los organizadores de las fiestas ya le conocen y se suelen poner en contacto con él. "Lo normal es tocar por unos 100 euros para cada txalapartari, aunque claro, si te lo pide un amigo de siempre acabas haciéndolo gratis".
A veces son los músicos los que tienen que salir a buscar a su público, reinventando la fórmula para atraer la atención. Los pamploneses Hutsun, una de las formaciones mas jóvenes y que está pegando fuerte, venden un show que combina música y teatro en un concierto didáctico. Así, acompañan la percusión con la narración de historias tradicionales, dando así el sentido completo a la palabra folklore (literalmente, conocimiento del pueblo).
La txalaparta está hoy más viva que nunca. Ha salido del caserío y llega a los escenarios de todo el mundo, de la mano de artistas que buscan la vanguardia en lo ancestral. Pero sigue manteniendo, como los árboles de los que se saca la madera para construirla, sus raíces aferradas a la tierra. Unas raíces que hacen: 'txakun', 'txakun', 'txakun'...