Scorsese y compañía
Un jesuíta bilbaíno ha asesorado al genial director en el rodaje de su nueva película, sobre los misioneros españoles en Japón hace 400 años
ALBERTO DELCLAUX
Domingo, 21 de agosto 2016, 03:17
Cuando el 8 de diciembre de 1941 las autoridades niponas encarcelaron al padre Arrupe acusándole de ser un espía, la historia no hizo más que ... repetirse. La relación entre Japón y la Compañía de Jesús se remonta varios siglos atrás -hasta finales del XVI-, cuando el imperio portugués y el español custodiaban la llave del Lejano Oriente. Una relación que sufrió su episodio más tormentoso en 1614, año en el que expulsaron a los misioneros jesuitas del país.
La última película de Martin Scorsese, Silencio, parte precisamente de este hecho histórico. Un filme que se estrenará antes de finales de año y que ha contado con la inestimable ayuda de un bilbaíno: Alberto Núñez, jesuita y docente de la Universidad Católica Fu Jen, en Taiwán. Participó en calidad de asesor religioso, un puesto de suma importancia debido al marcado carácter espiritual de la obra del afamado director estadounidense.
La película se basa en la novela japonesa del mismo nombre, escrita en 1966 por el católico Shusaku Endo. Cuenta las peripecias de dos jesuitas que emprenden un viaje a a Japón en busca de un misionero que se quedó tras la expulsión de la orden; una historia que el afamado director estadounidense llevaba muchos años -«más de veinte», según afirma Núñez- obsesionado por trasladar a la gran pantalla.
¿Cómo así acabó un jesuita de Bilbao en el set de Scorsese?
Durante las tareas de preproducción se pusieron en contacto con un jesuita americano y después, en Japón, hablaron con otro, que había sido profesor en Sophia (la universidad de la Compañía en Tokio) y que había dedicado su tesis a Valignano -misionero superior en el Lejano Oriente en aquella época-. Pero, claro, tras los preparativos hacía falta alguien en Taiwán, donde se rodaba la película, y acudieron a la universidad católica.
Fue entonces cuando entró en escena el jesuita, que lleva viviendo los tres últimos años en la isla e imparte clases en mandarín. Núñez trabajó principalmente con Andrew Garfield y Adam Driver, protagonistas del filme. Ellos encarnan a dos jesuitas que desembarcan clandestinamente en Japón en búsqueda de un misionero reconvertido en monje budista (Liam Neeson). El personaje de Neeson se basa en una figura histórica, como explica Núñez. Tras decretarse la expulsión, «de los 116 jesuitas que había en Japón, embarcaron todos menos 27. Llegaron rumores a Roma de que uno de esos veintisiete restantes había apostatado, tras ser torturado, y de que era ahora un monje budista».
La película, por tanto, posee un fuerte tinte histórico y Núñez tuvo que estar presente durante gran parte del rodaje. «Asesoraba en las escenas donde el aspecto religioso era más marcado», explica el jesuita. «Por ejemplo, tuve que estudiarme el rito tridentino, que ya no se usa, pero que los actores debían manejar con soltura». También en «temas de vestuario» y de comportamiento en general. «Para conseguir una sensación de realismo no sólo bastaba con reproducir la liturgia o la vestimenta, sino también la forma de tratar con la gente». Y eso requería estar allí, en el set, observando las escenas. «A veces el día se hacía larguísimo. Podían estar de siete de la mañana hasta las tres de la tarde con una escena. Scorsese es un hombre muy escrupuloso de quede todo bien».
¿Qué impresión le causó?
La verdad es que me pareció un artista, con mucha vocación. Vive intensamente el rodaje. Pide silencio absoluto y lo lleva a rajatabla. Si hay barullo se irrita muchísimo. Y era curioso que él sólo miraba las escenas a través de una pantalla. Estaba allí, pero no dirigía la mirada a los actores sino que se fijaba en cómo se veía tras la cámara.
El rodaje transcurrió de enero a mayo del año pasado en la isla de Taiwán, entre otras cosas porque Scorsese «quedó entusiasmado del sitio» y porque casi todos los actores secundarios eran japoneses, por lo que había que rodarlo cerca del país. Pero la cosa empezó mal. Un operario murió al caerse el tejado de una casa que estaban reparando. «El accidente impresionó mucho a la gente del rodaje, parecía como mal fario», recuerda el jesuita. Scorsese, católico él también por su ascendencia siciliana, le había pedido que dirigiese una oración para bendecir el comienzo del rodaje, pero tristemente le tocó rezar un responso por el trabajador fallecido.
Tras el trágico comienzo, sin embargo, lo demás fue bien. Núñez llegó a conocer de cerca a los dos protagonistas, de los que evoca anécdotas curiosas. En el caso de Driver, el bilbaíno rememora su evidente propensión «a soltar tacos». En una ocasión, tras trabucarse durante un largo pasaje de latín, lanzó un juramento, para a continuación darse la vuelta, dirigirse al jesuita y decir cómicamente: «Usted perdone, padre».
De Garfield -que saltó a la fama encarnando a Spider-Man- recuerda los «detalles que tenía», siempre con «palabras cariñosas» para los que trabajaban en el set. Un tipo «introspectivo, muy interesado en el cristianismo». El actor preguntó al jesuita, de hecho, si podía involucrarse en algún tipo de voluntariado. Núñez le propuso ir a ver a unos niños aborígenes del interior del país -los desfavorecidos de la sociedad taiwanesa- y quedaron en ir a visitarles un sábado. Al final no pudo ser, por una complicación del rodaje, pero Garfield, aún así, hizo llegar a uno de los niños, apenado de no poder ver al superhéroe, un muñeco con una dedicatoria. «El chaval se quedó encantado», recuerda Núñez. «Ese detalle no lo tienen otros».
«Un Oriente sin glamour»
El jesuita explica cómo la película muestra un Japón «sin ningún glamour», a diferencia de tantas otras que han ensalzado el exótico Oriente. A pesar de que el filme deja ver la «belleza salvaje del país», la mayor parte de los personajes son pobres, «lo último de la sociedad». Una pobreza «de la que se van contaminando los protagonistas». Además tienen enfrente a unas autoridades «frías e implacables», que desempeñan una «persecución brutal» a los católicos.
En la época en la que se ambienta la película, como explica Núñez, experto en la historia jesuítica en el Oriente, el shogun Tokugawa Ieyasu ya había decretado la expulsión de los misioneros jesuitas -la única orden religiosa presente allí- del territorio y el cristianismo estaba prohibido, una fe bastante extendida hasta entonces. Algunos expertos cifran el número de creyentes en unos 300.000, por lo que la encarnizada persecución mantenía en vilo a muchos japoneses: «Se obligaba a los cristianos a pisar símbolos religiosos delante de otros creyentes»; una humillación personal, más que una apostasía.
La película captura este «ambiente hostil», y también deja entrever una de las ideas recurrentes de la novela: Japón como una «ciénaga para las ideas religiosas». Hoy en día, el cristianismo sigue siendo muy minoritario en el país. A pesar de que bien entrado el siglo XIX volviese a abrir sus puertas a la fe cristiana, ya no cosechó el éxito de aquellos primeros misioeros jesuitas.
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