«Las casas se han convertido en cárceles para la gente mayor»
Los vecinos piden que se aceleren los plazos y que se prioricen los realojos de las personas con problemas de movilidad
La mayor parte de los vecinos del Peñascal creen que «tirar todo lo viejo» es la única manera de acabar con las carencias del barrio. A muchos les duele abandonar sus jardines y terrazas a cambio de cuatro paredes, aunque sean nuevas. Pero se imaginan a sí mismos de ancianos, tratando de salvar las escaleras que conducen a su hogar y que ya dejan sin aliento a cualquier adulto sano. Porque en el Peñascal hay quien muere sin poder salir a la calle. Hay casas encaramadas a la ladera que se incendiaron porque no llegaban las mangueras de los Bomberos. Dos camilleros tienen que acudir cuando hay alguna emergencia sanitaria para trasladar a los enfermos: la pendiente impide bajarles en camilla. La tarea se complica cuando llueve.
«¡Si incluso preferían subir aquí a sacarle sangre a mi madre en vez de bajarla!» Habla Victoria Mariño, de 50 años y vecina del número 59, un edificio que se levanta en tercera línea de la carretera y rodeado de frondosa vegetación. Recuerda con pena el caso de su amatxu, Juana Tramoya, que murió después de nueve años postrada en una silla de ruedas sin apenas salir a la calle más que cuando la llevaban al médico. Más de 200 escaleras la separaban del centro del barrio, donde están la parada del autobús y los escasos servicios con que cuenta la zona. «Cuando llovía, se planteaban no bajarla por miedo a que se les cayera o se mojara... Son situaciones que no deberían darse en Bilbao», lamenta. Le preocupan los plazos que se plantean para la operación, ya que «hay gente que tiene 85 años y que no lo va a ver».
Ser de aquí es una cadena perpetua para la gente mayor, «es como vivir encadenados hasta que se mueran». José Vicente Maldonado, de 77 años, ya lleva uno sin poder salir de casa. Es el propietario de otro de los pisos del mismo número. «Si no fuera por todas estas escaleras, mi marido podría salir aunque vaya en silla de ruedas», explica Gonzala Lorenzo, su mujer, que se ve «en la misma situación» dentro de poco tiempo. Llegaron de Salamanca y llevan 46 años en el barrio, en el que criaron a sus cuatro hijos «con mucho esfuerzo» y han envejecido aguantando los húmedos inviernos del Peñascal. Ella carece de pensión y la de su marido, de 1.000 euros, no les alcanza para mudarse. «Cuando tiene que ir al médico, deben venir dos personas a por él. Mi padre está preso en su propia casa», dice su hija, que espera que el realojo se acelere para los vecinos con este tipo de necesidades.