«Mi apellido Bilbao es una bendición»
La autora, venezolana nieta de bermeano, desarrolla en ese texto las implicaciones emocionales de sus orígenes: «Mi abuelo Pedro fue mi héroe de la infancia y me dejó la mejor de las herencias», afirma la hija de la compositora Beatriz Bilbao
GERALDINE HENRÍQUEZ BILBAO
Jueves, 14 de noviembre 2019, 22:14
«Lo conocen como Inyarra / por su fuerza y su valor, / representando a Vizcaya / como el mejor pescador». Así comenzó mi imaginario a construir a ... mi familia vasca. Lo anterior es parte de unos versos escritos por mi abuela Beatriz Tirado de Bilbao, quien casó con mi abuelo Pedro Bilbao acá, en Venezuela. Son poemas que escribiera tras conocer a su suegro, a quien todos en la familia vasco-venezolana llamamos 'El abuelo Inyarra'.
Mis abuelos Beatriz y Pedro se conocieron en la ciudad de Caracas. Pedro salió de Vizcaya con tres amigos más, a nado, huyendo de la guerra, pues siempre fue su filosofía explicarnos que era un hombre de paz y que no hubiera soportado participar de una confrontación bélica. Salieron entonces cuatro jóvenes vascos de la costa vasca española hasta la costa vasca francesa. Sólo llegaron dos. Una vez en Francia, supieron que partiría un barco a 'las Américas', específicamente hacia México, y allí se embarcó, resultando que en realidad desembarcaría en Venezuela, en las costas del puerto de La Guaira, donde trabajó un par de años, conocedor como lo era de oficios relativos a la mar y a la cocina.
Mi abuelo Pedro murió estando yo muy pequeña, pero lo que la vida nos permitió compartir representó para mí un conjunto de maravillosas experiencias, enseñanzas, aventuras, sembrando en mí el deseo y el anhelo de conocer los lugares y las personas que formaban parte de mis ancestros vascos, pero, más allá de ello, de mi sangre y de mi identidad. Mi abuelo Pedro me contaba historias, cocinaba para mí explicándome cómo iba elaborando cada platillo, me leía historias y -en barcos, aviones, alfombras mágicas... imaginarios todos- me mostraba con hermosas narrativas los paisajes de su tierra vasca, con anécdotas graciosas, otras misteriosas y siempre interesantes.
Con su orientación y creatividad, fui construyendo esas imágenes y, junto con las vivencias de mi abuela, mi madre y mis tías -quienes ya habían podido conocer directamente todo aquello tras el cese de la Guerra Civil, en un sentido y muy merecido reencuentro de Pedro con su familia en su patria originaria- ya era mi necesidad estar allí, en Bermeo, donde Pedro nació; en Gernika, lugar que mi abuelo nombraba como representativo de hechos históricos de relevancia; en Castro Urdiales, pues allí se encuentra un hermoso puerto y un convento de llamativas características religiosas, y en Bilbao, ciudad que mi abuelo denominaba como la más moderna, avizorándole un desarrollo urbano vanguardista de gran valor para el País Vasco, España y el mundo. No se equivocó.
Cigalas, atún y marmitako
Al morir mi abuelo, fui con su viuda, mi abuela Beatriz, por primera vez a esos lugares, logrando recordar las historias que Pedro me contó, maravillada ante todo aquello tan parecido a lo que en mi mundo psíquico infantil estaba esculpido. Las montañas, mares, el frío en el rostro, el txistu y el tamboril sonando mientras los dantzaris bailaban haciendo movimientos casi acrobáticos, las cigalas, el atún, el marmitako hechos en casa de tíos-abuelos y primos/as... Recibí orgullosa un traje típico vasco de manos de mi prima Maite y, de mi tía-abuela Inés, una miniatura de los instrumentos típicos, pues me supo obnubilada ante las danzas y la música autóctonas. Con mi prima Ana Mary recorrí, junto a mi madre, las ciudades de Bermeo y Bilbao en fecha de Reyes Magos y sin palabras, con unos primos de edades contemporáneas a la mía, participé de las fiestas con todas las costumbres respectivas.
Donde iba, observaba conmovida el parecido de algunos familiares con mi abuelo Pedro, como el de su hermano Emeterio, ante quien lloré de la impresión por tal similitud física y actitud afectiva. En cada casa, en cada grupo familiar, era presentada en tono fuerte y alegre como «la nieta de Pedro, hijo de Inyarra». Inyarra, 'El abuelo', padre de mi abuelo materno, compró para mí una cinta para el cabello cada día que pasé con él en un piso que tenía en Castro Urdiales, donde la luna está más cerca y descansa sobre un colchón de agua marina. Siempre las compraba en la mercería cerca de la Plaza Mayor y cada día de un color distinto, repitiendo al dependiente que le atendiera: «¿Sabías que esta es mi bisnieta, la americana?». Luego me llevaba a comer churros en la plaza.
Una anécdota en Venezuela: tuve una aparatosa caída en unas resbalosas escaleras; los testigos en ese momento y los médicos y odontólogos que luego me examinaron se sorprendieron de que no tuve mayores daños, sobre todo a nivel óseo... El médico internista me hizo una anamnesis exhaustiva hasta que dijo: «¡Eureka! ¡No tienes fracturas porque heredaste la osamenta vasca, que es particularmente fuerte! ¡¡Eres Bilbao!!». Mi apellido Bilbao es una bendición, mi abuelo Pedro Bilbao fue mi héroe de la infancia y hoy día lo considero mi ángel guardián. Fuerte y tierno a la vez, me dejó la mejor de las herencias: sangre vasca por mis venas, sangre de pino y ciprés, y hoy día, transformada en mi otra nacionalidad, formalmente hablando, digo con orgullo que soy venezolana y vasca.
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