«Me voy del aeropuerto con el temor a que algo grave suceda con los buitres»
Alberto Bóveda | Jefe de Bomberos del aeródromo de Loiu ·
Se jubila el último profesional de 'La Paloma' que quedaba en activo y que participó en el rescate del accidente del monte OizEl pasado martes, Alberto Bóveda recogió las pertenencias que guardaba en su taquilla en el parque de Bomberos del aeropuerto de Loiu. Se ... jubilaba el jefe y el único profesional de esta unidad que aún permanecía en activo después de haber participado en el accidente del monte Oiz. Alberto, vecino de Bilbao, acaba de cumplir 60 años y dice adiós a tres décadas y media de servicio en el aeródromo. «Toda una vida», resume.
– Usted se enfundó su primer traje de bombero en el viejo Sondika en mayo de 1984. ¿Han cambiado mucho las cosas?
– Una barbaridad. Hace 36 años, en este aeropuerto éramos una gran familia. El número de vuelos era muy limitado. Hoy tenemos 50.000 al año. Vestíamos chaquetones aluminizados y escafandra, como si fuéramos astronautas.
– ¿Los atentados de las Torres Gemelas, en 2011, dieron un vuelco a la seguridad?
– Desde luego. Todo se ha blindado. Yo recuerdo que en los 80, los Bomberos hacíamos de pastores. Por la noche se dejaba pastar a las ovejas y vacas de Demetrio cerca de la cabecera de Derio. Y había muchos días que teníamos que sacarlas del recinto para empezar a operar. Hoy en día tenemos hasta dos vallas de seguridad y un perímetro de hormigón reforzado de medio metro de altura.
– Siempre se ha dicho que los Bomberos son de los trabajadores más importantes de un aeropuerto. Que si no están disponibles, hay que cerrar el aeródromo.
– Es cierto que, si no estamos nosotros por algún motivo, no se puede volar, porque la normativa indica que siempre ha de haber un retén en alerta por si hay algún incidente. Pero todos y cada uno de los 1.500 trabajadores de este aeropuerto somos importantes. Cada uno en su trabajo. Esto es una pequeña ciudad y necesitamos del concurso de todos para que funcione.
– 36 años darán para muchas anécdotas.
– (Se ríe) Para unas cuantas. Una vez, por ejemplo, un avión de carga perdió varias cajas de angulas vivas. No veas cómo corrían los animales por la plataforma mojada. Tuvimos que recogerlas con palas...
– ¿Cuál es el momento más crítico que recuerda?
–Pues tengo fama de gafe, así que mis turnos han coincidido siempre con días complicados. Lo del Oiz fue espeluznante. Yo no era más que un chaval de 25 años. Llevaba sólo unos meses aquí. Luego recuerdo varias salidas de pista, con heridos. Una fue de un avión portugués. Recuerdo cómo apagamos el tren de aterrizaje porque la hierba que se había quedado entre las ruedas al irse al verde estaba tan caliente que ardió. Más de 500 grados. Menudas llamas. Y tengo muy vivo en la memoria un incidente de 1995, cuando un 'Airbus 320' de Iberia hizo aquaplaning en un día de perros y se salió.El aparato se quedó a unos centímetros de unos muros de hormigón. Un poco más y el pasaje no lo cuenta. Salieron todos intactos. Fue una gran suerte.
– El aeropuerto de Bilbao tiene mala reputación. Hay quien lo considera peligroso.
– Por el viento. Pero no lo creo. Hay muchos 'bilbaos' por el mundo. Ahora bien, hay algo que me da un poco de miedo. Un fenómeno que hasta ahora no lo habíamos visto con esta intensidad. Me refiero al problema de los buitres, que son cada vez más frecuentes en la zona. Me marcho con cierta intranquilidad porque veo que puede pasar algo grave. Es difícil que suceda, porque los pilotos están muy preparados, pero los dos sustos del año pasado (colisiones con aviones) fueron muy serios, sobre todo el segundo. Esperemos que se tomen medidas.
– ¿Qué tiene que hacer un pasajero ante un accidente aéreo, como una salida de pista, por ejemplo?
– Hay dos cosas absolutamente claves. La primera, hacer caso siempre a la tripulación. La segunda, nunca pararte a coger nada. Olvídate del bolso de mano, no regreses ni a por el mejor Iphone. No vale la pena y puedes provocar una obstrucción fatal. Luego, si hay humo, hay que agacharse lo máximo posible, porque los gases se acumulan arriba. Y, si hay que saltar del avión por los colchones de aire, no se pueden llevar tacones por el riesgo de pincharlos.
– ¿Qué le ha quedado por hacer en estos 36 años?
– Me voy con la pena de que no hemos recuperado el número de efectivos que teníamos antes de 2011. Por la crisis no se fueron cubriendo jubilaciones y bajas. Ahora tenemos 2 equipos de 6 bomberos y 3 de 5, cuando necesitamos, al menos, 5 equipos de 6, porque cada vez hay aviones más grandes y más movimiento.
– ¿Le sorprende que no haya servicio médico en un aeródromo de más de cinco millones de usuarios?
– Claro, pero así es Aena. Gana más de mil millones al año y no es capaz de destinar 200.000 euros a esto. No quiero quedar como un protestón, pero lo de este aeropuerto es increíble. La cantidad de dinero que se ha malgastado es alucinante. Ahí sigue el radar de tierra. Costó más de un millón de euros y no funciona. Da vueltas y vueltas, como un ventilador, pero la señal no se puede leer en la torre. Y luego está lo de Calatrava: goteras, zona de Llegadas a la intemperie, obras y más obras... ¿Cuánto se ha gastado en parches?
– ¿Qué va a hacer ahora?
– Disfrutar de lo mejor de la vida: la familia, mi pareja y el deporte.
– Buen vuelo
– Gracias.
«Subimos al Oiz y dijimos:'¿Dónde carajo está el avión?'»
Alberto Bóveda fue uno de los primeros en presentarse en las faldas del monte Oiz el 19 de febrero de 1985. «Sonó la alerta y dejamos dos pollos en el horno», evoca. «El 'Boeing 727', un pájaro relativamente grande, estaba desintegrado», cuenta. «Recuerdo que me guiaron unos leñadores y, al llegar, lo primero que dije fue:'¿Pero dónde carajo está el avión?'. Lo más grande que encontré fue una rueda y había trozos de cadáveres por todos los lados. Hallé un torso y estaba calcinado. No hubo supervivientes. Fue espeluznante». No era la primera vez que Bóveda se enfrentaba a una situación límite. Antes había sido voluntario en el Grupo Especial de Rescate (GER), cuando aún no había Ertzaintza. «Lo mismo nos metíamos en una sima a buscar a un espeleólogo que ayudabámos en las inundaciones del 83 o sacábamos a la tripulación del 'Birgit Sabban', un carguero que encalló en Punta Lucero».
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