
Chuches y series durante el vuelo y escolta en Salónica
Viaje al Olimpo ·
La expedición del Bilbao Basket siente el cosquilleo de afrontar un partido que puede marcar su historia si gana en Grecia, donde le acompañan 150 hinchasSecciones
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Viaje al Olimpo ·
La expedición del Bilbao Basket siente el cosquilleo de afrontar un partido que puede marcar su historia si gana en Grecia, donde le acompañan 150 hinchasEn los paneles del aeropuerto de Loiu suben y bajan los destinos: Dublín, Amsterdam, Málaga, Londres… Y Salónica. Ese nombre griego genera un cosquilleo en la expedición del Surne Bilbao Basket, compuesta de jugadores, técnicos, directivos y un grupo de fieles seguidores. Salónica es para ellos más, mucho más, que un viaje. Supone volar hacia un sueño: el triunfo en la FIBA Europe Cup. Sería el primer título en la historia del club. De eso se trata, de hacer historia. En la larga fila de embarque todos comparten la sensación de estar en la antesala de un día que puede ser inolvidable. Avisan de que el vuelo va a salir con retraso, hora y media. Avería en el avión. ¿Un presagio? Más bien un aviso. Nada será fácil.
Para tocar ese cielo hay que pasar antes por el infierno del pabellón griego, donde hasta el aire sabe a pólvora. Pero la esperanza también ha sacado billete en esta aneronave: si este equipo fue capaz de remontar 19 puntos en la semifinal ante el Dijon con un parcial de 28-2… Los sueños tienen alas. A volar.
La demora altera los planes del equipo vizcaíno. «Ya no podremos entrenar allí por la tarde», lamenta Jaume Ponsarnau, el técnico. Sus jugadores, todos disponibles, bajan del autobús que les ha llevado a Loiu. Hay sonrisas y se nota el peso del compromiso. Encapuchados muchos; otros con cascos. En su burbuja. Ya a bordo, una azafata les da la bienvenida a través de la megafonía interna. Los hinchas, unos 90, aplauden y corean el nombre de su camiseta. El negro es aquí el color de la esperanza.
El pívot polaco Gielo aparece con una almohadilla cervical. Listo. Sube al avión, acomoda con dificultad sus 205 centímetros en el asiento. El suyo y el de otros jugadores altos es más amplio. Les han colocado en la zona de emergencia. Para que estiren la piernas. En la fila paralela, Rabaseda y Kullamae juegan al monopoly digital. Chacón prefiere el solitario en su móvil. Hlinason se entretiene con un capítulo de 'Juego de Tronos'. Desde las primeras filas del avión 'rula' una bolsa de chucherías. Un pizca de dulce a la hora de la siesta. Gielo despierta y lee: un libro en inglés sobre la historia del País Vasco. Historia. Bien.
A la expedición le espera Salónica, la vieja Tesalónica bautizada así en honor a la hermanastra de Alejandro Magno. Tierra de conquistadores y también de Aristóteles: «En las adversidades sale a la luz la virtud», dijo el filósofo. Una frase sin fecha de caducidad. Adversidades habrá. En el norte de Grecia, nada tiene más tirón que el PAOK, un club casi centenario aunque en horas bajas y, por eso, necesitado de un triunfo continental. Su rivalidad con el Aris, el otro equipo de la ciudad, es casi a muerte. Divide cuadrillas de amigos. Están acostumbrados desde siempre a afrontar los partidos como combates de boxeo. A golpes de voz y, a veces, de puño.
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Salónica es un museo al aire libre que, además, no está acribillado por el turismo. En 2021 fue declarada por la UNESCO 'Ciudad de la Gastronomía'. Tiene mar, tierra fértil, sol y el legado cultural que sembraron los imperios romano, bizantino y otomano. Y aquí permanece la huella sefardí que dejaron cerca de 20.000 judíos expulsados en 1492 por los Reyes Católicos. Convivieron durante siglos con musulmanes, cristianos, griegos, turcos, armenios y eslavos, hasta que los nazis casi los exterminaron durante la II Guerra Mundial. Dicen que la carta de los restaurantes de Salónica es un cóctel de civilizaciones. Son las ventajas de ser bisagra entre Occidente yOriente.
A sus algo más de 300.000 ciudadanos no les hace falta levantar la vista hacia el cielo para hablar con los dioses. Les basta con mirar al frente, hacia el monte Olimpo, siempre presente. Es una ciudad amurallada, hecha para resistir. Sus equipos son así. Aguerridos. La presencia de 150 hinchas del Surne Bilbao Basket (60 viajaron por su cuenta) será un gota en el mar hirviendo de una cancha que gritará en griego. Hay un hombre de negro, Marvin Jones, que jugó en el PAOK y sabe lo que supone subirse a esa ola impulsado por una afición incansable que te hace sentir más alto, más cerca de la canasta.
«Disfruté mucho de la pasión de los aficionados», agradece. Ahora le toca sufrirlos. «Aman a su equipo. Tienen historia, orgullo… Va a ser una locura», avisa. Mediado el vuelo, el pívot estadounidense se levanta para coger algo de su maleta. Roza el techo. Eso quiere el Bilbao Basket, romper su techo, su pequeña maldición europea.
Salónica presume de sol a orillas del mar Egeo. Nada que ver con Charleroi, la gris ciudad belga donde el Bilbao Basket perdió su primera gran oportunidad, su debut en una final continental. Fue en 2013. Entonces cayó ante el Lokomotiv Kuban ruso. En Charleroi hubo unos 2.000 seguidores. Ante el PAOK animarán 150 entusiastas que quieren ser testigos de una noche única, histórica.
Y dura. Tras aterrizar, decenas de policías, dos por moto, escoltan a la expedición bilbaína. Sortean el atasco e ignoran los semáforos. Durante el trayecto en autobús hacia la ciudad se ven pintadas en puentes y paredes: PAOK. Marcan el territorio. En la puerta del hotel hay bullicio. Es a favor. Alivio. Un grupo de aficionados de Bilbao, Basauri y Gallarta animan a su equipo. Llevan camisetas con el lema 'Piztu dezagun Infernua'. 'Encendamos el infierno' de Miribilla. En Salónica se trata de apagarlo.
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