Versión libre: Érase una vez un pastorcillo que cuidaba las ovejas de toda la aldea y como se aburría y era un cachondo el crío, ... de vez en cuando gritaba: «¡que viene el zorro!, ¡que viene el zorro!», y todo pichichi acudía en su ayuda, incluso el portero del equipo del pueblo llamado Ter Stegen. Un día se cansaron de sus bromas, no le creyeron y el zorro les metió un golazo de chilena en el último minuto. Fin.
El tiempo es la mercancía más preciada del mundo y como aún no se ha perfeccionado la criogenia, Aritz Aduriz no podrá estar en esta final tan golosa para cualquier jugador que haya prestado sus servicios al club, pero acompañará a sus compañeros y sin público, por eso se me ha ocurrido que podría situarse levitando en un lugar visible para el portero alemán, para que el donostiarra le pueda saludar con la mano durante el partido. Aterrador. Estos días mi pequeño padawan, ese niño grande al que tanto quiero, me pregunta: «Aita, ¿Por qué vamos a ganar al Barcelona?, y yo les contesto que porque sí, porque somos del Athletic y punto. A los chavales no siempre hay que contarles toda la verdad; cuando se empata un partido como el de Anoeta por delito penal o contra el Alavés por incuria, no pasa nada por decirles que hemos ganado. Es un pecado venial. Los negacionistas por el contrario ya están ofreciendo mítines en bares con mascarilla alzada, jaleados por otros a los que ni les va ni les viene, proclamando que es imposible. Napoleón en una de sus frases inolvidables proclamó que «imposible es una palabra que se encuentra sólo en el diccionario de los necios. Hay dos fuerzas en el mundo, la espada y el espíritu». Y en esta última capacidad de sentir y pensar no nos gana el Barcelona ni pagando, qué cosas tengo. El equipo catalán es nuestra némesis, un enemigo en términos deportivos, y nos ha hecho vivir un vía crucis en las finales. Es hora de demostrarles sin complejos que no les tenemos nada que envidiar y que este año de pasear la ikurriña nos encargamos nosotros. Si el astrónomo Galileo hubiese nacido en Bilbao antes de adjurar de su fe en el Athletic y de su visión del mundo movido por una gabarra, se dirigiría a Koeman con una simple sentencia: «Y sin embargo flota».
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