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Ernesto Valverde, con su segundo, Jon Aspiazu, en un entrenamiento en Lezama.
El remate

Más difícil todavía

Sin refuerzos para la nueva temporada y rehén de una filosofía que aman sus seguidores y que ha dado éxitos recientes, el Athletic tiene que mirar a Lezama y confiar

Patxi Alonso

Lunes, 5 de septiembre 2016, 14:42

En el gran circo mundial del fútbol, donde como en el original hay espacio para trapecistas, leones, equilibristas y payasos, hay un oficio que siempre admiré y nunca envidié. El de domador. Es decir, el de entrenador. A ellos les toca lidiar con las fieras del césped, de la grada, de los palcos y de las ondas. Domar egos, generar confianza, dominar la pista. Y lo hacen solos. Una posición de poder ejercida desde la debilidad. Son, a la vez, el primer y el último eslabón de la cadena. Ni siquiera disfrutan, los pobres. Como le escuché una vez a mi admirado Jorge Valdano, ellos ven su profesión como una sucesión de amenazas. Ni unas horas después de una victoria encuentran espacio para la relajación. Ya están ahí los vídeos, los informes, las dudas. El próximo rival.

Qué decir de lo que son esas cabezas en acción después de las derrotas, sobre todo cuando hay quince largos días para rumiarlas. En soledad. La misma del corredor de fondo. Si no fuera por los segundos un oficio aún menos valorado, ya que éstos ni siquiera son reconocidos públicamente cuando pintan oros, los entrenadores acabarían hablando solos ante el espejo, como Travis Bickle, aquel taxista neoyorquino que nos ponía el corazón en un puño gracias a la legendaria interpretación de Robert de Niro en la inquietante y genial Taxi Driver. «Are you taking to me?». Imagino estos días a Ernesto Valverde devanándose los sesos ante la que se avecina después de este arranque de temporada, que ha mostrado luces (Barcelona) y sombras (Gijón), pero que nos ha dejado a cero el cuentakilómetros de la clasificación. Otra vez hay que empezar la regata viendo la popa de los rivales. Un clásico.

Ahora, tras el tan habitual como absurdo parón de septiembre, nos espera un calendario intenso, que puede ser una autopista hacia el cielo o un campo de minas. En estas horas las dudas suelen ganarle terreno a las certezas. Es algo inherente a la condición humana. La hermana duda de la que hablaba Jorge Drexler es compañera de viaje de las mentes reflexivas. Como la del Txingurri. Imagino al míster preocupado ante la falta de alternativas en ataque. Aritz Aduriz es el mejor ariete de la reciente historia del club. Su retorno fue una bendición. Pero no es Benjamin Button, no bebe la pócima de Obélix ni tiene la fórmula de la eterna juventud. Su arranque de temporada, condicionado por su frustrante participación en la Eurocopa, no ayuda. Tampoco la constatación de que Viguera y Kike Sola no estaban para el enorme desafío que supone sucederle. Su socio en las trincheras, Raúl García, también necesita tiempo para poner la maquinaria a punto. Justo lo que no le sobra al equipo. Esperemos que estos días de trabajo en la factoría rojiblanca le hayan dado un acelerón a su rodaje. Los necesitamos.

Los veteranos de Vietnam todavía tienen hambre. Pero los frentes de esta guerra son muchos Liga, Copa, Europa y los recambios no han llegado. Rehenes de una filosofía que amamos, y que nos ha dado éxitos recientes, hay que mirar hacia Lezama y confiar. El salto de calidad de los Williams, Sabin Merino y compañía será más necesario que nunca. El ejemplo de Laporte es, en ese sentido, medicinal. Las operaciones frustradas nos dejan una sensación inquietante. La constatación de que el proyecto del Athletic no acaba de seducir a jugadores de nuestro entorno, a pesar de los años de vino y rosas que está viviendo el club. Insisto, miremos lo que tenemos. Y confiemos en los que se han ganado a pulso ese derecho. Ya no hay tiempo para lamentaciones ni para operaciones. Se acabó la medianoche del 31 de agosto. Ahí seguirá el estajanovista Balenziaga, bailando solo como Marta y Marilia. Por no hablar del correcaminos de Laguardia. De Marcos es un optimista de manual. Mejor así. Les esperan muchas horas en la oficina. Claro que convendría que todos tengan claro que hay que dar un paso adelante, especialmente quienes han dado varios hacia atrás en los últimos años. Y ciertas declaraciones no invitan precisamente al optimismo. ¿Qué anidará en esas cabezas? Definitivamente, querido Ernesto, no te envidio.

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