Vivimos tiempos en los que el relato parece más importante que la realidad, y el fútbol en general y el Athletic en particular no pueden ... ser una excepción. Nadie puede negar que la trayectoria del equipo está siendo mala, eso es indiscutible cuando en dos meses acumula ocho derrotas y una sola victoria en las dos competiciones en las que participa. Es la cruda realidad; no una percepción distorsionada. Y a la mala trayectoria se le suma el factor de la enorme decepción que sufre el aficionado que se las prometía tan felices en verano cuando Nico Williams se quedó y se sumaron los fichajes de Navarro y Areso para reforzar una plantilla que había brillado la temporada anterior.
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Si sumamos a esa felicidad los tres primeros partidos ganados en agosto podemos entender en toda su dimensión el actual estupor del entorno rojiblanco, que no encuentra explicación a lo que está ocurriendo más allá de la plaga de lesiones, sobre la que también se proclaman rotundas verdades de todo a cien y se señalan culpables, exigiendo guillotina con el desparpajo con que lo hacían las tricoteuse parisinas en la plaza de la Concordia.
La percepción que tiene ahora mismo el aficionado del Athletic es ciertamente pesimista, oscura, entre el gris marengo y el negro azabache. Y no le faltan motivos. Los más aprensivos ya hablan de sumar los cuarenta puntos que dan la salvación. Los resultados y la imagen tan vulnerable que proyecta el equipo justifican los temores.
La realidad, en cambio, también nos muestra un equipo que ocupa la undécima plaza a cuatro puntos de los puestos europeos y a cinco del descenso, en el centro geográfico de la tabla. Ni tan mal para lo que ha sucedido estos dos últimos meses. Ocurre que el equipo sigue viviendo de las rentas de sus tres victorias de agosto y en el fútbol no se puede vivir de las rentas durante mucho tiempo. Así que el partido de este domingo ante el Oviedo se presenta como una encrucijada en la que si el Athletic gana volverá a la senda que conduce a Europa, pero en la que cualquier otro resultado situaría la palabra crisis como la más pronunciada en los mentideros rojiblancos, con un calendario hasta fin de año que presenta a Barcelona, Levante y Celta fuera, y Real Madrid, Atlético y Espanyol en San Mamés.
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Dependiendo del ánimo del observador, el calendario es de los que pone los pelos de punta o, todo lo contrario, se puede afrontar como una oportunidad para recuperar la autoestima y remontar el vuelo. En medio el Athletic también viajará a Praga y recibirá al PSG antes de fin de año, pero su situación en la tabla de la Champions es tan complicada que hay que ser un forofo del nivel de tener reservado el hotel para la final para no admitir que, a estas alturas, ese torneo es más un factor de desgaste que una ruta hacia la gloria.
El Athletic no es el único que está recorriendo ese camino de espinas. Basta repasar partidos y trayectorias para comprobar que la Champions pasa una factura muy cara en forma de desgaste y solo los más poderosos pueden pagarla sin riesgo de bancarrota deportiva.
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A los rojiblancos ya les ocurrió en su anterior participación en esta competición hace once años, también con Valverde en el banquillo. En una Champions con el formato de grupos de cuatro, el Athletic acabó tercero en la liguilla, lo que le dio paso a la Europa League, donde cayó eliminado a las primeras de cambio por el Torino, pero prolongó su participación internacional hasta febrero.
Aquel curso, el Athletic era undécimo en la Liga después de la jornada once, el mismo puesto que ocupa hoy, pero con dos puntos menos, doce en lugar de los catorce actuales. Estaba tres puntos por encima de las plazas de descenso y a ocho de los puestos europeos. En la jornada 18, que cerró el año natural, ocupaba el puesto 13 con 19 puntos y cuando terminó su periplo internacional eliminado por el Torino, el Athletic era el decimosegundo de la Liga a once puntos de los puestos europeos. Pues bien, aquel equipo de Valverde terminó el año en la séptima plaza, obteniendo de nuevo un billete para Europa, y jugó la final de Copa.
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El antecedente de la recuperación del equipo en la Liga una vez liberado del desgaste europeo es un buen argumento para defender la idea de que el Athletic no ha dicho la última palabra en una temporada en la que todavía queda mucha tela por cortar. Si tiene algo de cierto el aforismo de que no hay mal que cien años dure, habrá que suponer que la plaga de lesiones que está asolando a la plantilla no será eterna y que llegará el día en el que los futbolistas diferenciales recuperarán su mejor estado de forma.
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