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El once rojiblanco que presentó Valverde en Cornellà. Judit Cartiel

El héroe y el villano

Lo de Sancet y lo de Simón fueron los dos fogonazos de un partido que discurrió en la penumbra a pesar del sol radiante que lucía en Barcelona

Domingo, 16 de febrero 2025, 17:35

Por esas cosas que tiene el fútbol, las visitas al Espanyol nunca han sido un camino de rosas para el Athletic, ni en el viejo ... Sarriá ni en su nuevo estadio de Cornellá. Lo recordó el propio Valverde la víspera y de esto debe saber bastante el míster porque jugó en los dos equipos. Los hechos vinieron a confirmar los temores. Como en tantas otras ocasiones el Athletic completó un partido confuso, embarullado, bastante por debajo de sus prestaciones habituales.

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También hay que concederle su mérito al rival. Manolo González planteó el partido desde la asunción de la inferioridad de su equipo. La prioridad era anular a las piezas más adelantadas del Athletic y, después, si fuera el caso, buscar el golpe de mano en alguna contra. El plan le salió perfecto, o casi, porque en Cornellá no vimos ni al espléndido Berenguer de los últimos partidos, ni al incisivo Iñaki Williams. Tampoco Sancet pudo dar muchas señales de vida, aunque, afortunadamente, su idilio con el gol no se ha roto y al final fue el encargado de salvar los muebles que había quemado Unai Simón unos minutos antes con una acción que no se puede describir con la simple mención al error; semejante jugada solo se define desde la escatología.

Lo de Simón y lo de Sancet fueron los dos fogonazos de un partido que discurrió en la penumbra a pesar del sol radiante que lucía en Barcelona. Tampoco se puede decir que no pasara nada, porque a lo largo de noventa minutos pasan muchas cosas. Cuestión aparte será que sean tan brillantes e impredecibles que rocen lo artístico, o que recuerden la imagen de un señor en camiseta de tirantes dando mazazos a un bloque de granito. De las primeras no hubo ninguna; eso sí, todos los protagonistas se hicieron acreedores a la medalla al mérito en el trabajo.

El Espanyol se empleó acuciado por su posición en la tabla. El Athletic también se jugaba un botín importante, pero en la balanza pesó más la necesidad que la ambición. No es que los de Valverde no se emplearan a fondo, que lo hicieron; pero es que los periquitos actuaron siempre con la determinación del que se está jugando la supervivencia.

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La ansiedad fue contagiosa y, lejos de tratar de imponer el ritmo que más les convenía, los de Valverde entraron al trapo con unas urgencias que no venían a cuento, como si quisieran resolver el partido en el primer cuarto de hora. Con las prisas siempre suelen llegar la precipitación, los errores y las imprecisiones. Maroan, el sorpresivo ariete titular, colaboró involuntariamente en ello. Se movió siempre como si le fuera la vida en cada acción, como si cada balón ganado fuera definitivo. Chocó y peleó con fiereza, pero el fútbol es mucho más que eso, como sin duda sabe y tendrá ocasión de demostrar cuando baje las revoluciones.

El partido tenía cierto peligro, no por lo que estaba pasando en el campo, sino por el escenario y el rival. No habrá perdido pocas veces el Athletic partidos como este. La lógica y el sentido común decían que aquello era un empate sin goles de libro, pero la intuición y el puntito supersticioso que tiene cualquier aficionado, avisaban del riesgo de una jugada aislada o una desgracia.

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Lo que nadie esperaba era lo de Unai Simón, aunque tampoco es la primera vez que el portero hace una de éstas porque el mejor escribano echa un borrón. El Athletic estuvo tocado durante un cuarto de hora, porque encajar semejante gol tiene el efecto de un puñetazo en el hígado. Valverde ya había preparado los cambios todavía con el guion del empate, y no cambió de planes. Berenguer, que se había dejado en el vestuario el guante de botar córners y faltas que ha estado luciendo los últimos partidos, ya no estaba en el campo cuando Sancet provocó un saque de esquina. Fue el recién incorporado Nico Williams quien puso el balón largo para que el propio Sancet voleara a la red tras tocar en la rabadilla de Calero.

El goleador y el portero fueron así el héroe y el villano de un equipo en el que destacó por encima de todos un Jauregizar que, sin hacer ruido, se ha ganado los galones para gestionar todo lo que pasa alrededor del círculo central.

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