Como de costumbre...
Sin teorías ni argumentos. Una generación lleva doce años perdiendo finales una detrás de otra y, lo que es peor, dando una imagen impropia de un club que ha labrado su leyenda a base de carácter
Esta vez, tampoco. Lo de perder finales por incomparecencia se ha convertido en una pésima costumbre para el Athletic. Pese a los anuncios de ... Marcelino y las promesas de algunos jugadores, el equipo rojiblanco fue muy parecido al que perdió hace quince días en el mismo escenario. El que era distinto era el rival, mucho más poderoso ahora que entonces, así que lo que cambió fue el marcador, que pasó de derrota por la mínima a goleada. Y sin apelación posible.
Lo que se repitió fue otro dato que a lo mejor quiere decir algo, o no, qué más da. Este Athletic solo es capaz de aguantar una hora en las finales y de aquella manera. Ante la Real el gol llegó en el 62. El Barcelona tardó dos minutos menos en abrir el grifo que se convirtió en ducha fría. Se ve que los rojiblancos son de costumbres fijas. Aguantan como pueden y hasta donde pueden y cuando encajan el primero arrojan la toalla. Si enfrente tienen un equipo con argumentos parecidos a los suyos, se van con una derrota mínima y haciendo como que hubieran podido hacer más. Si se encuentran con un rival poderoso y que además viene picado y con ganas de revancha… pues eso.
La nueva final fallida no tiene mucha más explicación que la que dio en su día 'Guerrita': «Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible». El partido pintó mal para el Athletic desde el saque inicial. El Barcelona tuvo el balón en su poder dos minutos eternos. Es verdad que no pasaba de la divisoria, pero ya apuntaba por dónde iban a ir los tiros en el partido. El primer rojiblanco que tocó el balón fue Raúl García, en un rebote que sacó el balón fuera de banda. Sintomático.
En estos tiempos en los que todo se explica con la estadística, la del tiempo de posesión, brutalmente favorable para el Barcelona, fue significativa. Pero mucho más preocupante fue un dato de esos que se anotaban cuando no había ordenadores ni mapas de calor. En la primera media hora el Athletic había hecho una falta y el Barcelona, cinco. Si no tienes el balón, si no puedes quitárselo al rival y tampoco sabes parar el partido para romper el ritmo como solución desesperada, estás demostrando que no tienes instinto competitivo.
Es verdad que el abrumador dominio del Barcelona solo se materializó en un remate a la base el poste en el minuto cinco. Con buena voluntad hasta podríamos equiparar esa ocasión con un remate de Iñigo Martínez con la uña tras un saque de falta de Unai López. Así que cuando acabó el primer tiempo la sensación en el Athletic era la del superviviente de un naufragio que alcanza la orilla de la playa.
Pero ya hemos quedado en que este Athletic es un equipo de costumbres, de malas costumbres, para ser más precisos. Los arranques de este equipo en las segundas partes son un tratado de las desgracias y los despistes más variados. Unai Simón evitó que el marcador se moviera repeliendo en cuatro minutos dos remates a bocajarro y desviando un disparo ajustado a la base del poste. Con el siguiente remate Griezmann declaró solemnemente inaugurada la goleada.
Ya no quedan teorías ni argumentos para explicar una nueva final que acaba entre lágrimas de decepción. Una generación lleva doce años perdiendo finales una detrás de otra y, lo que es peor, dando una imagen impropia de un club que ha labrado su leyenda a base de carácter y personalidad, justo lo que en los últimos tiempos le falta a este equipo cuando llega al trámite decisivo. Cuando algo se repite tantas veces no puede ser casualidad.
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